Los medios de comunicación, y antes algunos amigos comunes, me han hecho llegar una triste noticia. Ha muerto Pilar Salarrullana a los 72, el día 27 de junio. Y el frío mensaje de teléfono móvil, enviado con tanto cariño, me lleva a los libros y a los recortes de prensa, al papel y al teclado, para dejar aquí mi sencillo homenaje a Pilar. Porque se lo merece, como una de mis “maestros” en el fenómeno de las sectas, como una de mis iniciadores en este campo difícil y apasionante, como la que le ha dado a la divulgación de este tema un tono más humano y maternal.
Una vida, unos datos
Los periódicos y agencias se encargan de recordarnos las fechas y los lugares de Pilar. Y nos cuentan que Pilar Salarrullana de Verda nació en Zaragoza en 1937. Licenciada en Humanidades Modernas por la Universidad de esa ciudad, era profesora de francés en educación secundaria. Participó en la vida pública de La Rioja y, por extensión, en España, desempeñando cargos de responsabilidad en el Partido Demócrata Popular, en la Unión del Centro Democrático, en la Democracia Cristiana y en el Centro Democrático y Social, y llegando a ser senadora y diputada.
Tras este paso por la política nacional, fue concejala del Ayuntamiento de Logroño hasta 1995. A esta ciudad –además de a su familia, como hizo siempre– se dedicó en los últimos años, mientras continuaba con sus clases de francés. Era miembro del Consejo Social del Ayuntamiento de Logroño, y podíamos seguirla en sus colaboraciones habituales como columnista en el diario La Rioja y su blog correspondiente.
Algo marginal, de chalados e infelices
“Hacía calor, demasiado calor para lo que es habitual en Logroño a finales de mayo”. Así comenzaba la entonces diputada Pilar Salarrullana su libro Las sectas. Un testimonio vivo sobre los mesías del terror en España, publicado al comenzar el año 1990. Aquel día la visitó un matrimonio cuyos hijos se habían ido tras un gurú. “Su visita iba a cambiar mi vida”, afirmaba. Habituada a todo tipo de peticiones en su calidad de política, recuerda lo que hizo entonces: “como siempre, tomé notas y prometí ayudarles. Pero no veía por dónde empezar. No sabía nada de gurús ni de sectas. Me parecía, como a tantas otras personas con las que luego he hablado de esto, que era algo marginal y casi folclórico, una cosa mitad de chalados y mitad de infelices”. Así comenzó todo, en la primavera de 1987.
Hablaba de su incursión en el mundo de la oscuridad. Un viaje que tuvo su fase teórica, y que comenzó con la lectura veraniega de libros, informes y documentos, que pudieran ayudarle a ayudar a aquella familia. Cuando llegó, con el mes de septiembre, el inicio de un nuevo curso parlamentario, formuló unas preguntas, en su calidad de diputada del Congreso, al Gobierno español: “1. ¿Cuál es la actual situación de las sectas en España? 2. ¿De qué forma controla el Gobierno la aplicación de la Ley Orgánica de Libertad Religiosa para las sectas antes citadas? 3. ¿Tiene el Gobierno alguna previsión respecto al control de las sectas religiosas?”.
Recibió una respuesta nada comprometida y, tras la publicación de una entrevista que le hicieron en el ya desaparecido Diario 16, explicaba ella, “ya no pude apartarme de un camino que hoy sigo recorriendo y que no sé bien a dónde me va a llevar, ni qué final me deparará”. Y su vida comenzó a complicarse, y fue el centro de atención de muchos afectados, que acudían a ella para suplicar ayuda en un tema tan poco conocido entonces. Nombres y casos se agolpan en su libro, mostrando una realidad que entonces empezó a salir a la luz pública.
Ayudas, amenazas y escoltas
Dedicó horas, esfuerzos y cansancios a este tema desde el primer momento. Y su labor fue reconocida y agradecida por los que recibieron su ayuda. Por eso podía decir: “Nunca me ha parecido más lejos de la realidad esa parábola del Evangelio que cuenta que, tras la curación de catorce leprosos, sólo uno regresó a dar las gracias”. Siempre se sintió querida y acompañada por los afectados.
Pero también comenzó la parte de sufrimiento, pues enseguida llegaron las primeras amenazas, las llamadas de abogados, las presiones... Un día le llegaron a decir, vía telefónica, en el mismo Congreso de los Diputados: “Cuidado con lo que está haciendo. Lo va a pasar mal, y además, tenemos localizados a sus hijos”. En aquel momento pensó tirar la toalla. Después Pilar constató un cambio de táctica. Las sectas comenzaron a contactar con ella para mostrarle su cara más amable, para invitarla a actos, para que leyera sus publicaciones. De la amenaza pasaron al marketing.
Hasta que en 1988, en el mes de noviembre, como recuerda con detalle en su libro, el programa televisivo Informe Semanal emitió un reportaje sobre el golpe judicial a la Iglesia de la Cienciología, que se saldó con más de cien detenidos, incluido su líder mundial, en un hotel de Madrid donde celebraban una reunión. Entre los objetos de los que se incautó la policía, había un listado de “enemigos” de la secta, con la denominación de “personas supresivas”, y en este listado aparecía su nombre. Automáticamente, el entonces ministro de Interior, José Luis Corcuera, le asignó escolta policial.
Poco después, pudo revisar una carpeta, en poder del juez Vázquez Honrubia, instructor del caso, donde, bajo el título “Agente muerto”, había una documentación exhaustiva sobre Pilar y su familia, proporcionada a los abogados de la Cienciología por unos detectives contratados al efecto. Presentó una denuncia y lo dio a conocer a los medios de comunicación, lo que trajo consigo, al día siguiente, el anuncio a bombo y platillo por parte de la secta de que se querellaría contra Salarrullana por injurias y calumnias.
La Comisión Parlamentaria
Puede decirse que Pilar Salarrullana fue el alma de la comisión que el Congreso de los Diputados dedicó al fenómeno sectario. El 17 de febrero de 1988 presentó ante el Pleno de la Cámara una interpelación en la que afirmaba claramente, entre otras cosas: “¿Qué es lo que pasa en España? ¿Es dejadez? ¿Es inoperancia? […] Deseo decir a sus señorías y al señor ministro que lo que más me preocupa de todo lo que he vivido esta temporada, es la oscuridad, el secretismo, el miedo que existe; y que donde las cosas no están claras, no se puede hacer justicia”.
Tras haber recibido la respuesta del ministro de Justicia, el 8 de marzo presentó una moción en la que solicitaba asumir la resolución del Parlamento Europeo sobre el tema (de 1984) y crear una Comisión de investigación. Al final, se creó una Comisión de estudio en el mes de mayo del mismo año, presidida por el socialista Juan Manuel del Pozo, y que presentó su informe y propuestas de resolución el 2 de marzo de 1989. Éstas fueron aprobadas por unanimidad.
En aquella ocasión, Pilar intervino ante la Cámara diciendo: “nosotros, que somos los representantes del pueblo, no nos hemos dejado intimidar por turbias amenazas de oscuras organizaciones que pretendían paralizar o entorpecer nuestro trabajo, un trabajo que nos habíamos propuesto hacer en beneficio de un problema que vimos en la sociedad, que al principio nos pareció leve, pero que, conforme avanzaron los trabajos de la Comisión, empezamos a ver que era preocupante”.
¿Y después?
La historia posterior fue de continuidad. Aprovechó para sacar un segundo libro sobre el tema: Las sectas satánicas. La cara oculta de los esclavos de Lucifer (1991). Y siguió apareciendo en los medios de comunicación en relación con el tema. Cuando perdió su condición de diputada, y con ella la inmunidad parlamentaria, algunas sectas aprovecharon la ocasión para denunciarla. De hecho, las agencias de prensa informan de 28 juicios relacionados con lo que publicó sobre el sectarismo.
Como ya he señalado antes, hasta 1995 se dedicó a la política municipal en Logroño. Y fue éste el tiempo en el que tuvo que dejar, por cansancio, el tema de las sectas. No podía más. En el diario El País (13/10/94) lo dejó escrito, en un artículo aparentemente circunstancial, al hilo de un suicidio colectivo de una secta, por lo que se recabó su opinión de experta. Titulado con dureza “La inhibición del Gobierno”, en él decía lo que le había pasado, de forma muy resumida:
“Durante ocho años dediqué gran parte de mi actividad política como senadora y diputada a estudiar los problemas que, para la sociedad, se derivaban de la actuación de las sectas destructivas y a ayudar a cuantas personas sufrían por esta causa, desde el punto de vista familiar, social y jurídico. Con pena, casi con remordimiento, hace año y medio, abandoné esta tarea; dicho castizamente: tiré la toalla. El motivo no fueron ni las amenazas, ni el miedo, ni el cambio de vida que padecí (tuve que llevar escolta durante dos años).Fueron dos las causas que me obligaron a dejarlo: la cantidad de dinero que me ha costado defenderme en los tribunales de las querellas, cantidad que ni mi sueldo ni mi familia podían ya soportar y, la más importante: la sensación de soledad y de impotencia que me dominaba. Frente a un Goliat superpoderoso, me he sentido como un David que no tenía en sus manos ni siquiera la honda bíblica”.
Con tristeza, en el mismo artículo repasaba lo que había supuesto la Comisión parlamentaria de estudio, tras la cual “se necesitaba voluntad política por parte del Gobierno (y no la ha habido) y alguien que se ocupara de seguir su cumplimiento día a día; yo había dejado de ser diputada y nadie ha recogido el testigo. Por eso, cada vez que surge otra vez una tragedia provocada por las sectas, sólo queda repetir por dentro esa frase tan antipática: "Ya lo decía yo...", y la sensación frustrante de un trabajo no terminado por falta de apoyo de quien lo podía haber dado si hubiera querido”.
Tras diez años sin apenas aparecer en público por estos temas, en 2004 nos sorprendió a todos con la publicación de una nueva obra sobre el fenómeno sectario. Pero no se trataba de un ensayo, sino de una novela: La segunda venida. En él relata cómo un misionero español queda en coma y el enfermero que lo trata decide montar una secta en torno a su figura. El misionero mejora pero no recupera su memoria y, engañado por el enfermero, se convierte en el líder de un grupo sectario. Una forma curiosa de contar lo que pasa en torno a las sectas.
Un apunte final
Pilar Salarrullana dejó escrito en el epílogo de su primer libro sobre las sectas lo siguiente: “hoy, en España, están más protegidas las sectas destructivas que las personas a quienes hacen sus víctimas o la sociedad a la que están socavando”. Veinte años después… ¿podríamos decir lo mismo? Y terminaba la obra con este deseo, que esperamos que se cumpla: “Espero que otras personas puedan y quieran ayudarme a proseguir esta tarea, y a continuarla sin mí cuando yo la deje”. Cuando nos has dejado, te damos las gracias por todo lo que has hecho. Descansa en paz, en el encuentro con el que da la verdadera libertad. Ve con Dios.
Luis Santamaría del Río, sacerdote y miembro de la Red Iberoamericana de Estudio de las Sectas (RIES)