«Un mundo feliz» es el título de una novela escrita en el año 1932 por Aldous Huxley. Según esta novela, para crear este mundo se manipulaban masivamente embriones humanos por técnicas genéticas con el fin de convertirlos en seres humanos de ciertas clases sociales. El nivel de inteligencia se controlaba en parte mediante la proporción de oxígeno que se permitía administrar a los fetos. Se clasificaba así a los seres humanos en distintas categorías para que desempeñasen diferentes tareas en este «mundo feliz», con el objetivo final de preservar una paz controlada por un despótico dominador mundial. Lo interesante de esta obra es que el autor se adelantó a su tiempo, planteando la aplicación de refinadas técnicas de manipulación genética para moldear a los seres humanos a su voluntad.
En noviembre de 2018, un científico chino, He Jianjui (declarado hoy culpable de editar de forma ilegal genes de los embriones con fines reproductivos, y condenado a tres años de prisión), aseguraba haber creado los primeros bebés modificados genéticamente, siendo la primera vez que tres seres humanos nacen después de que sus genes hayan sido modificados en la etapa embrionaria. El supuesto objetivo consistía en hacer a las niñas resistentes al SIDA, puesto que su padre era portador del virus causante de esta enfermedad. A la pregunta de un investigador, el científico respondió: «Los científicos no pensamos en la ética». Una respuesta que descalificaba cualquier trabajo.
La crítica era unánime. Los colegas de Jiankui declararon que el experimento era «profundamente perturbador» e «irresponsable», así como de «naturaleza extremadamente abominable». La comunidad científica calificó los hechos de precipitados, irresponsables y contrarios a la ética. El Comité de Bioética de España señalaba problemas no sólo de seguridad que la edición genética plantea sino conflictos éticos y sociales. El profesor Savulescu -Director de Oxford Uheiro Centre for Practical Ethics- escribía: «Si es cierto, este experimento es monstruoso. Los embriones estaban sanos. No se conocen enfermedades. La edición de genes en sí misma es experimental y todavía está asociada con mutaciones fuera del objetivo, capaces de causar problemas genéticos en una etapa temprana y posterior de la vida».
En enero de 2019, el gobierno chino calificó los experimentos de una «grave violación ética», presentando cargos penales contra el genetista. La investigación del gobierno chino señalaba que el científico buscaba fama personal y fortuna, manipulando el código genético de varios embriones que implantó en el útero de mujeres voluntarias. Las autoridades chinas le acusaron de evitar los controles y utilizar tecnología de efectividad y seguridad inciertas para desarrollar actividades de edición de embriones humanos con fines reproductivos, algo prohibido por la ley china.
Desde el punto de vista ético y científico el nacimiento de estas niñas supone un gran impacto, puesto que sería la primera vez que la edición genética germinal da lugar al nacimiento de seres humanos, algo que implica que los cambios realizados pasarán de generación en generación, con los riesgos de seguridad que conlleva, ya que la acción CRISR no está todavía del todo controlada.
Se abría, asimismo, las puertas a los «bebés de diseño», en los que las modificaciones no se realizan para curar una enfermedad, sino para obtener distintas «mejoras» en el bebé. Las implicaciones éticas de esta segunda posibilidad son de enorme gravedad. Por ello, las experiencias de Jiankui han sido tan criticadas. El caso de las niñas se enmarca en el ámbito de la mejora (human enhancement), pues no padecían enfermedad, de manera que lo que se hizo no fue curarlas sino dotarlas de un rasgo genético preventivo, planteando inconvenientes éticos adicionales.
El uso y destrucción de embriones humanos en investigación es moralmente inaceptable. La modificación genética germinal no responde a las necesidades médicas de pacientes existentes, sino al deseo de los padres de concebir hijos, como mínimo, perfectamente sanos. Al margen de que no existen las necesarias evidencias de seguridad para justificar el desarrollo de estas experiencias, aparece el problema de la distinción entre terapia y mejora, abriéndose la puerta a la producción de bebés de diseño. Por lo demás, es una práctica asociada a la fecundación in vitro. La puesta en marcha de intervenciones sobre el genoma humano embrionario que implica proyectos de mejora, diseño o selección, pueden ser un paso más para el desarrollo de los proyectos trans y posthumanistas, que constituyen el mayor ataque a la persona en este siglo XXI.
La insistencia en el papel de lo genético como conformador de la persona humana puede impulsar a muchos a plantearse una mejora del hombre. Para algunos, la nueva genética puede convertirse en un instrumento de transformación de lo humano: en un medio para salvar al hombre de sus defectos y de su original imperfección física y moral. Es el transhumanismo o la pretensión de deconstruir la naturaleza humana. Si la evolución humana podemos dirigirla a través de la genética, ¿por qué debemos dejar que siga su curso? Si podemos conseguir más salud, un mejor hombre a través de la tecnología o de la terapia genética de células germinales, ¿no es esto una responsabilidad del hombre sobre s mismo? ¿Por qué no dirigirnos a una era post-humana superadora de la actual condición humana marcada por la imperfección y los límites?
Con esta sentencia se ven reforzados los principios de orientación ética de la salvaguarda de la vida y de la identidad genética de todo individuo humano, así como la competencia responsable de la comunidad humana (no sólo de los expertos) en la solución al problema de las intervenciones en el patrimonio genético. Muy alto se antojaba el precio que habría que pagar por la estúpida vanidad humana, por la búsqueda de una falsa grandeza, de un honor y gloria propios que convierten al tan conocido como poco honrado He Jiankui en el perfecto retrato de mediocridad y ausencia de cualquier sentido moral disfrazado de magnanimidad.
Roberto Esteban Duque