La venida del Hijo de Dios a la tierra, naciendo hombre en la gloria de la virginidad de su Madre, es una Luz, una Verdad que sorprende siempre la inteligencia y el corazón del creyente. Los pesebres, los nacimientos que construimos los hombres en la esperanza de que nos transmitan el misterio encerrado en ese momento histórico en el que Dios Hijo sale del seno materno en su condición de Criatura, tratan de reproducir esa escena que tuvo lugar un día en una cueva de Belén.
Y lo hacen de forma muy sencilla; sin ninguna estridencia; sin nada aparatoso ni deslumbrante: un Niño dormido en una cuna hecha de paja, y una mujer y un hombre protegiendo su sueño. Viene a la tierra, y no se impone, no se abre el cielo y aterriza en la tierra para llenar de asombro al universo. Sólo lo ven quienes, en su corazón, acuden a Belén y se pasman ante la sonrisa del Niño recostado en el pesebre.
Hoy, no pocos hombres y mujeres que han conocido lo ocurrido aquella noche en Belén, que han vivido en la Iglesia que ese Niño fundó y estableció en la tierra, cierran los ojos, los oídos, para no descubrir la Luz, que apenas parpadea en la oscuridad de una cueva, en la oscuridad del mundo; y cierran su inteligencia para no recibir la Verdad, para no vivir en el Camino que el Niño nos enseñó.
¿Por qué? El inquisidor imaginado por Dostoyesky echa en cara a Jesús la carga que ha puesto sobre los que creen en Él; demasiada carga, demasiada confianza en una criatura tan frágil como los seres humanos. «Sueñas demasiado, amas demasiado a estos pobres desgraciados», viene a decirle; y añade: «Yo les daré pan, les dejaré que se enfanguen en sus miserias y vicios, que se hundan libremente en todos los charcos de su vida; y me seguirán».
Hoy, los «inquisidores» de turno quieren olvidar el misterio del amor del Niño, de Jesucristo, Dios y hombre verdadero; anhelan manipularle, abandonar y manipular sus mandamientos, convertir su Santa Iglesia, de ser la única religión verdadera y revelada por el mismo Dios, en poco más que una organización solidaria, más que caritativa, con los árboles, con los osos polares y todos los animales, con el clima, con una deletérea «paz mundial», que nunca existirá por el pecado de los hombres, a la vez que animan a los hombres y a las mujeres a enfangarse en el sexo vivido contra la naturaleza, egoístamente, sin la más mínima relación a una nueva vida, fruto del amor humano-divino entre un hombre y una mujer.
Esos «inquisidores» de hoy pretenden dar un poco de luz a estos días, alumbrando las ciudades con luces que pueden servir para cualquier cosa: desde una velada de barrio hasta la presentación de un acontecimiento deportivo, político, etc.; y tratando de convertir el «tiempo de Navidad», en vano y simple «tiempo de regalos». ¿Pura banalidad?
El Niño Jesús nace en familia. Y seguirá destrozando todos los manejos de esos «inquisidores», en el corazón de las familias que le acogen en sus hogares; que le cantan villancicos, y le preguntan al verlo dormir y sonreír:
«¿Qué es lo que estás soñando,
qué te sonríes?
Cuales son tus sueños, dilo alma mía.
Más.
¿Qué es lo que murmuras? Eucaristía.
Pajaritos y fuentes, auras y brisas
respetad ese sueño y esas sonrisas.
Callad mientras la cuna se balancea
que el Niño está soñando.
Bendito sea.».
Con los villancicos, esas familias ofrecen a Jesús, recién nacido, los regalos que le hacen sonreír, y que los «inquisidores» le niegan: La Fe en su Divinidad; la Esperanza, en la Vida Eterna; la Caridad, amándole sobre todos las cosas.
Los «inquisidores» se enterrarán en sus propias fosas, y verán podridas sus semillas, que solo transmiten ideología, destrucción y odio; incapaces como son de transmitir el verdadero mensaje de Cristo. La Iglesia de Jesucristo vivirá hasta el fin de los tiempos, sembrando Fe, Esperanza y Caridad en todos los rincones de la tierra. El Niño, el Amor de Dios, es Eterno.
Publicado originalmente en Religión Confidencial. Reproducido con permiso del autor.