En España cualquier persona que no viva en la Luna sabe que nuestros medios de comunicación, como pueden ser televisiones y periódicos no se distinguen precisamente por su objetividad e imparcialidad. Ello les lleva a resaltar las noticias que les interesa y silenciar las que no les interesa.
En estos días hemos tenido un ejemplo clamoroso de esto. Hace ya un mes, el 19 de Septiembre, el Parlamento europeo aprobaba con 535 votos a favor, 66 en contra, y 52 abstenciones, es decir con una abrumadora mayoría del ochenta y uno por ciento, una «Resolución del Parlamento Europeo sobre la importancia de la memoria histórica europea para el futuro de Europa».
La resolución tiene una serie de considerandos y peticiones, de los que copio lo que me parece de más interés: «Considerando que hace 80 años, el 23 de agosto de 1939, la Unión Soviética comunista y la Alemania nazi firmaron un Tratado de no Agresión, conocido como el Pacto Molotov-Ribbentrop, y sus protocolos secretos, por el que Europa y los territorios de Estados independientes se repartían entre estos dos regímenes totalitarios».
«Considerando que, tras la derrota del régimen nazi y el fin de la Segunda Guerra Mundial, algunos países europeos pudieron reconstruirse y acometer un proceso de reconciliación, pero otros siguieron sometidos a dictaduras, a veces bajo la ocupación o la influencia directa de la Unión Soviética, durante medio siglo, y continuaron privados de libertad, soberanía, dignidad, derechos humanos y desarrollo socioeconómico».
Sigue diciendo: «Recuerda que los regímenes nazi y comunista cometieron asesinatos en masa, genocidios y deportaciones y fueron los causantes de una pérdida de vidas humanas y de libertad en el siglo XX a una escala hasta entonces nunca vista en la historia de la humanidad; recuerda, asimismo, los atroces crímenes del Holocausto perpetrado por el régimen nazi; condena en los términos más enérgicos los actos de agresión, los crímenes contra la humanidad y las violaciones masivas de los derechos humanos perpetrados por los regímenes comunista, nazi y otros regímenes totalitarios».
«Pide a todos los Estados miembros de la Unión que hagan una evaluación clara y basada en principios de los crímenes y los actos de agresión perpetrados por los regímenes comunistas totalitarios y el régimen nazi».
«Condena toda manifestación y propagación de ideologías totalitarias, como el nazismo y el estalinismo, en la Unión».
Lo que el Parlamento europeo pretende es indiscutiblemente la condena de todo totalitarismo, de los que sus formas más clamorosas han sido el nazismo y el comunismo.
Ahora bien ¿qué entendemos por totalitarismo? Creo que nos puede orientar bastante lo que dice la Iglesia sobre él:
San Juan Pablo II, en su Encíclica «Centesimus Annus» nos lo definía así: «El totalitarismo nace de la negación de la verdad en sentido objetivo. Si no existe una verdad trascendente, con cuya obediencia el hombre conquistasu plena identidad, tampoco existe ningún principio seguro que garantice relaciones justas entre los hombres: los intereses de clase, grupo o nación (hoy añadiríamos también sexo. La Encíclica es de 1991) los contraponen inevitablemente unos a otros. Si no se reconoce la verdad trascendente, triunfa la fuerza del poder, y cada uno tiende a utilizar hasta el extremo los medios de que dispone para imponer su propio interés o la propia opinión, sin respetar los derechos de los demás» (…). «La raíz del totalitarismo moderno hay que verla, por tanto, en la negación de la dignidad trascendente de la persona humana, imagen visible de Dios invisible y, precisamente por esto, sujeto natural de derechos que nadie puede violar: ni el individuo, ni el grupo, ni la clase social, ni la nación o el Estado» (nº 44).
Está claro que «no puede haber verdadera democracia si no se reconoce la dignidad de cada persona y no se respetan sus derechos» (san Juan Pablo II, Encíclica «Evangelium vitae» nº 101). Para un creyente, al ser la Verdad la que nos hará libres, es la fidelidad a la verdad la que es garantía de libertad y de desarrollo humano integral: «Creer en la posibilidad de conocer una verdad universalmente válida no es, en modo alguno, fuente de intolerancia; al contrario es una condición necesaria para un diálogo auténtico y sincero entre las personas» (san Juan Pablo II, Encíclica «Fides et Ratio» nº 92).
El considerar que estos derechos surgen de las leyes que se dan los hombres es una bofetada en toda su amplitud a los valores democráticos. Si mis derechos no son propiamente míos, sino una graciosa concesión del Estado, es indudable que el Estado puede en cualquier momento quitármelos. De ahí al totalitarismo no es que haya un paso, sino que ya estamos dentro de él.
Pedro Trevijano