Los datos aportados ayer por la delegada del Plan Nacional sobre Drogas son estremecedores. Uno de cada cuatro jóvenes de entre 14 y 18 años se había emborrachado todos los fines de semana del mes anterior a la realización de la encuesta. Y casi la mitad lo hacen al menos un fin de semana al mes. Además, las borracheras de nuestros jóvenes son cada vez más intensas. Respecto al consumo de drogas, el mismo se ha estabilizado con tendencia a la baja ya que desciente levemente el índice de consumidores de cocaína y de pastillas. Sin embargo, uno de cada cinco jóvenes consume cannabis -el tipico porro-, lo cual supone una cifra similar a la del anterior estudio.
De todos es sabido que la adolescencia y la juventud es una etapa difícil en la vida de cualquier persona. La rebeldía contra la autoridad paterna, y en general contra cualquier tipo de autoridad, está a la orden del día. Sobre todo si el joven no ha sido educado en una serie de valores que le sirvan de ayuda para no lanzarse por la pendiente del más absoluto de los desmadres.
Estos jóvenes que hoy se emborrachan cada vez más son el fruto de una sociedad que se ha apartado de forma radical precisamente de esos valores que permiten ser optimistas ante el futuro de la nación. Y si bien es cierto que todavía son mayoría los jóvenes que no caen en un comportamiento disoluto en los fines de semana, es estremecedor el comprobar el enorme porcentaje de aquellos que sólo saben "divertirse" poniéndose ciegos de alcohol y de drogas.
La pregunta sobre cuál es el papel de los padres es obligada. No es casual que estas estadísticas se hagan públicas cuando el gobierno está empeñado en quitar importancia al papel de los progenitores en la educación de sus hijos e incluso en la toma de decisiones que afectan para toda la vida (p.e, aborto), Pero sería injusto echarle toda la culpa al gobierno. La responsabilidad de la educación es de cada padre y de cada madre. No es excusa que resulte más difícil educar a los hijos en un ambiente social poco favorable.
No hay mejor "inversión" en la vida que dar a nuestros hijos una educación que les capacite para ser hombres y mujeres de bien, en vez de desechos humanos camino del alcoholismo y la degeneración a todos los niveles. No hay ninguna regla que garantice que si educas bien a un chaval, el mismo acabe por convertise en una buena persona, pero lo más probable es que así ocurra.
La Iglesia ha de jugar un papel muy importante si queremos reconducir la situación. Y dentro de la Iglesia, son precisamente sus jóvenes quienes deben de desarrollar una labor que es esencial: llevar el evangelio a sus compañeros que viven completamente alejados del mismo. Para ello es necesario mejor formación de los jóvenes cristianos para que estén capacitados a la hora de dar testimonio de su fe. Es necesario un auténtico plan de pastoral juvenil que ayude a los que ya creen y busque atraer los que en su día fueron bautizados pero han enterrado casi por completo su fe. Los jóvenes cristianos han de ser la buena levadura que leude positivamente una masa que, o mucho cambian las cosas, puede convertirse en un pan de muerte que llevará el futuro de España a un punto de no retorno.