La Iglesia Católica está expectante ante la inminente publicación de la tercera encíclica de Benedicto XVI, con el título de “Caritas in Veritate” (El Amor en la Verdad), que abordará aspectos de la Doctrina Social. Sin lugar a dudas, será un instrumento importante para ayudarnos a realizar una lectura específica sobre las causas morales de la crisis económica en la que estamos inmersos. La reflexión del Papa se promete especialmente interesante, habida cuenta de que en el año 1985, dentro del Simposio “Iglesia y Economía en Diálogo” en Roma, el entonces Cardenal Ratzinger pronunciaba una conferencia (“Market Economy and Ethics”), en la que predecía la crisis que ahora padecemos. Aquel vaticinio del futuro Papa, no estaba fundado tanto en teorías económicas, cuanto en la constatación de la violación de los principios de la justicia social. Dicho de otro modo, los problemas económicos son predecibles cuando tienen unas causas morales, y éstas deben ser abordadas si no queremos que la crisis se cierre en falso.
Con frecuencia oímos hablar de la crisis económica, como si se tratase de una estación cíclica de la naturaleza –la primavera, el verano, el otoño o el invierno-; de forma que la política económica se limita a centrarse en la búsqueda de medidas que alivien el impacto de los malos momentos. Pocos parecen atreverse a reconocer y denunciar las causas morales de esta recesión y a plantear soluciones estructurales que sanen de raíz el problema. ¡Algo parecido a lo sucedido con las recetas para controlar la extensión de la epidemia del SIDA! En este caso el Papa tuvo la valentía de poner el dedo en la llaga, afirmando que era totalmente necesaria la educación en una sexualidad responsable, puesta al servicio de la vocación del ser humano al amor estable. Sus palabras causaron escándalo en quienes pretendían solucionar un problema tan grave, mediante el mero recurso técnico del preservativo. Salvando las distancias… ¡estamos en las mismas! Sería bastante absurdo suponer que las causas desencadenantes de esta crisis económica vayan a quedar subsanadas por el mero recurso a unos “parches” multimillonarios, que impidan el hundimiento del sistema financiero, obviando los problemas de fondo.
Mención aparte merece la reflexión en torno a la licitud moral de las medidas tomadas en apoyo al sistema financiero. Al contrario de lo ocurrido en otras naciones, como Alemania o Estados Unidos, llama la atención que en España se haya asumido el empleo de ingentes recursos públicos para salvar la banca privada, sin el más mínimo debate ético y, prácticamente, sin resistencia social alguna. ¿Qué explicación cabe dar al hecho de que unas entidades financieras anuncien el récord de beneficios en un ejercicio contable, y el año siguiente tengan que recurrir a recibir ayudas públicas?
Cito unas palabras de Benedicto XVI dirigidas el 30 de marzo del presente año al Primer Ministro del Reino Unido, Gordon Brown: “Si un elemento clave de la crisis es un déficit de ética en las estructuras económicas, esta misma crisis nos enseña que la ética no es “externa”, sino “interna”, y que la economía no puede funcionar si no lleva en sí un componente ético”.
Consumir con templanza
Me centro en este momento en dos factores importantes que forman parte del problema moral causante de la crisis económica. El primero es la falta de templanza en el consumo. En muchas ocasiones se trata de una falta de templanza en el consumidor, artificialmente provocada desde multitud de resortes publicitarios, culturales, políticos, etc. Es bastante evidente que los datos espectaculares del crecimiento económico vivido antes de la crisis, estaban ligados a un consumo artificialmente “inflado”, que resulta insostenible a medio plazo.
Por desgracia, lejos de afrontar el problema de fondo, los responsables de la economía están dirigiendo a la población diversos llamamientos a reactivar el consumo, proporcionando para ello todo tipo de incentivos, como único medio para salir de la crisis. En vez de educar en el consumo necesario, creamos necesidades donde no las hay, para mantener unas expectativas económicas irreales. Por este camino, fácilmente podríamos salir de una crisis para entrar en otra…
Inversión en los países pobres
Si los bienes de producción –tanto materiales como inmateriales- no se ponen de forma equilibrada al servicio del desarrollo del Tercer Mundo y de los países en vías de desarrollo, paradójicamente, nuestro pecado de insolidaridad se vuelve contra nosotros mismos. En efecto, estamos viendo cómo nuestras multinacionales deslocalizadas en países pobres, pueden llegar a realizar una producción en condiciones infrahumanas, a precios sin posible competencia, hasta el punto de estrangular a muchas empresas en occidente. La lógica capitalista de la máxima ganancia, termina por convertirse en la tumba de la economía mundial (sin excluir a sus impulsores).
¡Dios quiera que la anunciada nueva encíclica del Papa, “Caritas in Veritate”, reciba una buena acogida y suscite un profundo debate! Será una gran oportunidad para abordar las dimensiones morales de la economía del mundo contemporáneo.
+ José Ignacio Munilla, obispo de Palencia