Con una crisis vocacional galopante, el retroceso in crescendo de la práctica religiosa y la desconfianza causada por los abusos sexuales del clero, comenzaba el pasado 3 de octubre la XV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos centrada en los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional. En su Discurso de Apertura, el papa Francisco, lejos de emular a la mujer de Lot para no quedar enfangado de tanta iniquidad, cargaba de nuevo las tintas sobre la reprobación del «flagelo del clericalismo» que comprende el ministerio como poder y no como servicio, contrarrestando las recientes revelaciones de encubrimientos con la expulsión del estado clerical el pasado 11 de octubre de dos obispos eméritos chilenos tras haberse demostrado «actos manifiestos de abusos a menores», aceptando asimismo la renuncia del cardenal Wuerl como arzobispo de Washington.
La Iglesia empieza así, auscultada por la presión mediática, un periodo de necesaria reparación como respuesta al espanto y la tribulación de las víctimas, que denuncian la indiferencia del Vaticano a sus demandas de justicia. «No más encubrimiento». «Hagan que la tolerancia cero sea real», y no algo meramente mediático. «Establezcan una comisión internacional de investigación y justicia». Pero también una etapa de obligado éxodo del ensimismamiento abyecto de clérigos indignos, acreedores de su expulsión del estado clerical. Motivada por la convocatoria realizada por el Papa a los presidentes de las Conferencias Episcopales del mundo para hablar de los casos de abusos en febrero de 2019, la Conferencia Episcopal Española ha creado una comisión de trabajo que actualizará los protocolos de actuación de la Iglesia española para responder a los casos de abusos a menores desde el punto de vista jurídico y canónico.
Como era de esperar, el Sínodo se ha convertido en un laboratorio de ensayos y desafíos mediáticos. La agenda del lobby gay en la Iglesia presenta un palmario objetivo: subvertir la enseñanza católica sobre la homosexualidad, no permitir que la enseñanza de la Iglesia sobre la sexualidad siga vigente, hacer creer a la sociedad que la Iglesia se equivoca manteniendo el celibato obligatorio para los sacerdotes de rito latino, como manifestaron los obispos belgas, imponer un lenguaje nuevo, acorde a un hombre nuevo, revelador de una nueva época. En otros términos, en su raison d’être, invocar a un Dios Creador exige transformar la propia comprensión de todo el orden natural, modificar toda una revelación histórica por una prometeica y relativista primacía de la mediación cultural, siempre mudable, absolutizadora de los propios deseos, incapaz de preservar la primacía de un bien absoluto que uno debiera buscar como lo intrínsecamente deseable.
Por su parte, quienes mantienen la fidelidad a la Palabra de Dios, a la Tradición y al Magisterio, elaboran una teología y una propuesta cristiana salva veritate, donde la verdad sea reconocible en las diversas coyunturas históricas y bajo cualquier presión ideológica. Criticando en su intervención el párrafo 197 del Instrumentum laboris, el arzobispo de Filadelfia, Mons. Charles Chaput, diría que el término LGTB nunca se usó en un documento presinodal, en contra de las afirmaciones hechas a los periodistas por el secretario general del Sínodo, el cardenal Lorenzo Baldisseri, que se negó a eliminar las siglas del documento. «No existe un LGBTQ, un transgénero o un heterosexual católico, como si nuestros apetitos sexuales definieran quiénes somos», sostendría Chaput.
En una carta abierta, Avera Maria Santo, una católica estadounidense de 22 años con atracción a personas del mismo sexo, pidió a los obispos que presiden el Sínodo de los Jóvenes que «de ninguna manera» cambien la enseñanza de la Iglesia sobre sexualidad. En el mismo sentido, jóvenes católicos escoceses enviaban al Sínodo una carta abierta solicitando que no rebajen la doctrina de la Iglesia. En la carta dicen: «Lo que nos hizo convertirnos o seguir siendo católicos, contra la creciente presión cultural, son aquellos aspectos de la fe que son únicamente católicos (…) Lo que importa es precisamente el reclamo de verdad de la Iglesia; su liturgia y sacramentos, su doctrina trascendente, su comprensión de la persona humana y su enseñanza moral».
Para hacer frente al totalitarismo posmoderno que «mata las almas», a la abrumadora colonización ideológica instalada en cualquier entramado de la sociedad, la familia y la Iglesia católica son los baluartes donde los jóvenes se encuentran a salvo. Así lo explicaba el arzobispo de Poznan y presidente de la Conferencia Episcopal de Polonia, Mons. Stanislaw Gadecki: «Ante una razón posmoderna que somete al individuo sin fundamento, la Iglesia tiene mucho por decir y mucho por hacer», aseguró Mons. Gadecki.
La mayor amenaza para la juventud es la prevalencia de la ideología sobre la realidad. Frente a la ideología, al joven se le debe presentar un proyecto alternativo, una metodología y una hipótesis inversa cuya fuerza reside en la lealtad a la «tradición» como un sistema de valores y significados capaces de responder a las exigencias del corazón y de la razón. Deseduca quien desprecia o provoca el olvido de la tradición, quien separa a los otros de su pasado y de su contexto como condición para hacer de la manipulación y la mentira posturas normativas para el desarrollo de su propio poder. Lejos de percibir como restrictivos los caminos marcados por la familia y la Iglesia, serán estos los lugares idóneos de verificación del sentido de la realidad, asumiendo finalmente el compromiso libre, frente al individualismo, de la fe en Cristo como categoría esencial y concurrente con nuestra aspiración íntima de felicidad. El Sínodo sobre los jóvenes dará sus frutos sólo desde el objetivo radical de una propuesta de santidad, ajena a cualquier viciada ideología.
Roberto Esteban Duque