Un factor muy importante fue el comportamiento público de los cristianos en comparación con la población pagana, por ejemplo durante las epidemias públicas. Durante las nuemerosas epidemias, por ejemplo, los cristianos atendían a los enfermos, al contrario que los paganos, quienes por miedo al contagio, abandonaban muchas veces a sus propios familiares aunque fueran sus padres, hermanos, esposos o incluso a sus hijos.
Cuando estalló la devastadora peste del año 165, el célebre medico Galeno, considerado la mayor eminencia de la época (aún hoy a veces se llama «galenos» a los médicos) huyó de Roma, mientras los cristianos se quedaron y atendieron a los enfermos, no sólo cristianos sino paganos. De hecho dos siglos más tarde el emperador anticristiano Juliano el Apóstata se lamentaría ante sacerdotes paganos del hecho de que una de las claves del éxito cristiano fue el mal ejemplo dados por los sacerdotes paganos no sólo durante las plagas sino en la atención a los pobres mientras los «impíos galileos atendían no sólo a sus pobres sino a los nuestros». De hecho Juliano intentó, sin éxito, crear una red asistencial pagana para competir con la cristiana.
El comportamiento tan heroico de los mártires cristianos en las persecuciones ante las que no respondieron con la guerra ni con la violencia fue, sin duda un factor que a la larga convenció a muchos de la moralidad de la religión cristiana.
El hecho mismo de la comparación entre la conducta y el excelso ejemplo moral de Jesucristo por un lado y el comportamiento immoral y depravado de los supuestos dioses griegos y romanos, cuya conducta estaba llena, según sus propios relatos mitológicos de crueldad y arbitrariedad por un lado y depravación sexual por el otro, tuvo que impresionar a los romanos más sensibles y morales. Jesucristo, además, se sacrificó a sí mismo por la redención de la humanidad mientras los dioses paganos frecuentemente, según sus relatos, sacrificaban a la humanidad en beneficio de sus propios intereses y caprichos. También la figura femenina más importante del cristianismo, la Santísima Virgen María era incomparablemente superior moralmente a las igualmente depravadas y crueles deidades femeninas grecorromanas.
La esperanza de una vida eterna de plena felicidad en la compañía de Dios era un componente fundamental del Cristianismo, mientras que los paganos sólo tenían en comparación un impreciso Hades o reino de los muertos muy poco atractivo.
Pero al margen de este tipo de cuestiones morales y doctrinales hay una serie de motivos sociales, culturales, demográficos y económicos que resultan extremadamente interesantes porque nos traen a la mente más que inquietantes parecidos con el mundo occidental apóstata y cuasipagano de nuestros días.
En los últimos siglos de su existencia el Imperio romano padeció una terrible crisis demográfica hasta tal punto que apartir del siglo III d C numerosas ciudades quedaron prácticamente abandonadas y deasparecieron. Todo ello llevó al Imperio a verse obligado a pactar con los pueblos bárbaros cuya fecundidad era mucho mayor para que éstos se asentaran en el interior del Imperio. De hecho las incursiones bárbaras violentas fueron la excepción. Lo normal fue la penetración lenta, pacífica, legal y gradual de los bárbarosdentro del mundo romano.
Todo esto estaba relacionado con las egoístas prácticas reproductivas, (o mejor dicho, antirreproductivas) y «bioéticas» de los romanos paganos. El infanticidio era frecuente, sobretodo el femenino. El aborto era muy frecuente, aunque se practicase con medios y herramientas que hoy nos parecerían de carnicero y fuera una práctica de altísimo riesgo para la madre. Aún así muchas romanas llevadas del mismo espíritu egoísta que el de muchas mujeres de hoy en día, se sometían al aborto, que aunque en teoría estaba prohibido gozaba de una amplia tolerancia por el poder romano. (De hecho las crueles prácticas de extracción del feto eran las mismas que hoy en día aunque hoy se hagan con material esterilizado)
Prácticas sexuales egoístas como la masturbación estaban ampliamente difundidas y también muchos varones usaban rudimentarios pero efectivos preservativos. El matrimonio cayó en una gran decadencia (de la que ya se hicieron eco siglos antes y lamentaron Julio César y Augusto) y muchos hombres no se casaban prefiriendo tenir concubinas esclavas. La homosexualidad estaba a la orden del día. Aunque en teoría estaba prohibida, de hecho estaba bien vista o por lo menos aceptada socialmente entre los paganos. Incluso algun emperador como Heliogábalo iba habitualmente, incluso en público, vestido con ropa y peinados femeninos.
Frente a toda esta «cultura» del hedonismo, el cristianismo reverenciaba la vida y el matrimonio y respetaba mucho más la dignidad de la mujer (aunque las feministas de hoy en día lo oculten y nieguen). No practicaban el infanticidio femenino. Uno de los resultados de todo ello fue que mientras los paganos iban siendo víctimas de la crisis demográfica, los cristianos aumentaban cada vez más su número. Rechazaban las prácticas sexuales depravadas y predicaban la castidad prematrimonial tanto para mujeres como para hombres (y no sólo para las mujeres). «No asesinarás a tu hijo mediante el aborto ni le matarás cuando nazca», dice un texto cristiano de finales del siglo I.
El matrimonio cristiano era muy respetuoso con la dignidad de la mujer, considerando a la mujer igual en dignidad al hombre a diferencia del pagano y, de hecho, consideraba a la mujer el pilar de la familia y la educadora de los hijos. Así pues triunfó la cultura que honraba a la vida y su transmisión frente al egoísmo hedonista del paganismo.
En el plano político, a partir del siglo IV d C, la cristianización del Imperio demostró definitivamente que el cristianismo lejos de ser un peligro para Roma y Occidente venía a salvarlo y fortalecerlo, evitando su caída inminente y proporcionando al Imperio dos siglos más de vida como base de la futura civilización cristiana europea de los próximos siglos.
Todo esto son evidencias históricas frente al sectarismo anticristiano políticamente correcto que hoy nos quiere vender como «el cristianismo destruyó la cultura clásica» y otras falacias similares que intentan ocultar y tergiversar la verdad histórica.
Javier Navascués Pérez