Entre nosotros se ha difundido la devoción a San Chárbel, de origen muy distinto al nuestro. Nacido en el Líbano el 8 de mayo de 1828, es de raza árabe. Recibió una profunda formación cristiana en su familia y desde pequeño se caracterizó por su ascetismo y espíritu de oración. A los 20 años inicia su vida de monje en un monasterio. Una vez ordenado sacerdote, ve que Dios le pide ser ermitaño, para dedicarse por entero a la oración.
Su vida fue una total consagración a Dios y fue un testimonio cristiano para mucha gente. San Chárbel quería ser todo de Dios y estar desapegado de todo lo que no fuera Él. Ese desapego se refería también a su propia libertad. Por amor a Dios, quería vivir en plenitud lo que Jesús enseñó en el Padre Nuestro: «Hágase tu voluntad» (Mt 6,10). Su alegría y paz, como pocos la han experimentado en este mundo, son fruto del amor infinito del Señor infundido en su alma y de su unión al único Bien que hace totalmente feliz, es decir, Dios.
San Chárbel es libre, porque no tiene apego desordenado al dinero, su propia honra, la salud, los placeres de este mundo, ni siquiera a su propia vida. Sólo le importa amar a Dios por sobre todas las cosas y, en Él, amar a sus hermanos y a toda la humanidad. Su libertad interior le llevó a un amor apasionado, sin egoísmo, como Cristo que nos amó hasta el extremo de dar su vida por nosotros.
De este modo, San Chárbel vive lo que promete Jesús:
«Les aseguro que el que haya dejado cada, hermanos y hermanas, madre y padre, hijos o campos por Mí y el Evangelio, desde ahora, en este mundo, recibirá el ciento por uno en casas, hermanos y hermanas, madres, hijos y campos, en medio de las persecuciones; y en el mundo futuro la Vida eterna» (Mc 10,29-30).
San Chárbel murió el 24 de diciembre de 1898. Su fama se extendió al morir, pues su cuerpo, además de no corromperse, proyectaba una luz milagrosa. Aunque hubiesen pasado muchos años después de fallecido, su cuerpo parece ser el de una persona durmiendo. Dios quiso que su cuerpo incorrupto fuese signo de la santidad de su alma, conservada en la gracia de Cristo desde el bautismo hasta su muerte, en la espera de participar de la Resurrección final.
En esta tierra, el milagro más grande fue el ejemplo de su propia vida. Y después de muerto, sigue siendo instrumento del poder de Dios para quienes acuden a su intercesión, pues son muchísimos los testigos de los milagros obrados por su medio. Que San Chárbel, a quien recordamos el 24 de julio, con su ejemplo e intercesión, nos alcance del Señor convertirnos del pecado y vivir amándolo a Él por sobre todas las cosas y a los hermanos como a nosotros mismos.
+ Francisco Javier
Obispo de Villarrica