Los coleccionistas de palabras largas deberían estar contentos con « latitudinarianismo». Esta era una actitud que se desarrolló dentro del Anglicanismo en el s. XVII y que ha llegado a ser muy importante en el statu quo de la Iglesia de Inglaterra. Dice Wikipedia:
Los latitudinarios u hombres laxos fueron inicialmente un grupo de teólogos ingleses del s. XVII, clérigos e intelectuales de la Universidad de Cambridge, en Cambridge, Inglaterra que eran anglicanos moderados. Particularmente creían que adherirse a doctrinas, prácticas litúrgicas y organizaciones eclesiales muy específicas, tales como los Puritanos, no era necesario e incluso podría ser dañino: «Sentir que a uno mismo Dios le ha dado instrucciones especiales hace a los individuos menos dispuestos a la moderación y al compromiso o a la razón misma». Por lo tanto, los latitudinarios apoyaban el protestantismo generalista. A ellos se les conocería más tarde como «Broad Church» (Iglesia General).
Lo que encuentro curioso es que el latitudinarianismo parece haberse convertido en la nueva ortodoxia, no sólo dentro de la Iglesia Anglicana sino que ahora también en la Iglesia Católica. Esto lo podemos ver en la desconfianza y el desagrado que muchos católicos sienten actualmente hacia la doctrina. Se piensa que ésta es divisiva así que debemos quitarle importancia, o como mucho, sólo hablar sobre ella. Curiosamente esta desconfianza hacia la doctrina se extiende también a la enseñanza moral.
Si la doctrina es divisiva, entonces la enseñanza moral también lo es. Como dijo el Papa en un comentario que probablemente caracterizará su papado: ¿Quién soy yo para juzgar?
Este es, de hecho, el credo de los latitudinarios. El objeto de su benigna actitud no es negar la validez de la doctrina o de la enseñanza moral, sino mantener la unidad a toda costa. En la Iglesia Anglicana esto significa que el reverendo Calvin consagra con Wonder Bread, que ha comprado en el supermercado, y tira lo que le sobra a los pájaros, mientras en la parroquia de al lado el padre Pío, el anglo católico, tiene el Santísimo en el sagrario, hace una procesión el día del Corpus Christi y adoración. Las creencias de ambos son diametralmente opuestas, pero se toleran en favor de la unidad.
Sin embargo, esta unidad es sólo lo que el beato John Henry Newman llama «unidad de forma». Carece de unidad de doctrina. Newman observa que el error contrario al latitudinarianismo es el sectarismo, en el que los creyentes forman sus propios grupos separados para mantener la unidad de doctrina a expensas de la unidad de la forma.
Newman explica que sólo mediante una autoridad infalible la Iglesia puede mantener a la vez la unidad de doctrina y de forma, y señala que es el papado el que garantiza dicha unidad.
Sin embargo, el papado en sí no es mágico. La unidad garantizada por el papado debe estar basada no en el Papa meramente como un tipo de figura insigne. Si ese fuese el caso, entonces la unidad católica entorno al Papa no sería diferente de la que une a los anglicanos a la reina, que es la cabeza simbólica de la Iglesia de Inglaterra.
Uno de los papeles del Papa es definir y defender la doctrina. La respuesta a la pregunta del Papa, ¿quién soy yo para juzgar?, debería ser por lo tanto «tú eres el Papa. Eso es lo que hacen los Papas.». Me doy cuenta, por supuesto, que el contexto del famoso comentario del Papa Francisco era sobre una persona homosexual que «sinceramente buscaba a Dios» y en ese contexto el comentario es inofensivo. Yo lo uso, sin embargo, para resaltar el hecho de que si un Papa no define ni defiende la doctrina ni la enseñanza moral de la Iglesia entonces no está haciendo una de las cosas que hacen los Papas. Igualmente, esto se aplica por extensión a los obispos y sacerdotes.
No pretendo criticar al Papa Francisco en particular, sino señalar la tendencia general dentro de la práctica católica actual de andar de puntillas alrededor de las auténticas divisiones en la Iglesia a fin de mantener la unidad. Unidad de forma sin unidad de doctrina, sin embargo, es el sello distintivo de la Iglesia de Inglaterra, y a pesar de lo incómodo que pueda parecer, se deben hacer distinciones, decidir definiciones, y determinar y defender la doctrina.
Aquí hay otra cosa curiosa sobre el latitudinarianismo. Me gusta jugar con las palabras. Me gustan las rimas y los juegos de palabras. Eso es por lo que fue divertido darse cuenta de que dentro de la palabra «latitudinarianismo» está oculta la palabra «arriano» (ver ndt). De hecho, uno de los rasgos del Arrianismo (el cual nos viene a la memoria en la fiesta de San Atanasio) es que era notoriamente blando en lo que se refería a la definición de doctrina. Atanasio dijo que los arrianos eran cambiantes. Preferían la terminología vaga y rechazaban las definiciones. El Arrianismo era taimado. Los arrianos no negaban exactamente la fe apostólica sino que la «reinterpretaban».
Además, los arrianos eran los que estaban en el poder. Eran la clase dirigente. Tenían al emperador y las riquezas, los obispos y los intelectuales. Eran como los liberales de hoy, que ostentan los puestos académicos, las que «solían ser» universidades católicas y los cargos de poder en la política. El Arrianismo era una religión que podías inventar si fueras a diseñar una. Para los arrianos Jesucristo era, básicamente, un ser creado, no la segunda persona de la Santísima Trinidad encarnada. Veamos, ¿dónde encaja esto?. Este es el Jesús de la Cristiandad liberal. La mayoría de ellos no hablan claramente y niegan la divinidad de Cristo. Dicen cosas como: «Jesús era un hombre tan perfecto que nos muestra cómo es Dios. Este es el significado del pasaje del Nuevo Testamento que dice que Él es »la imagen del Dios invisible« …… Es el viejo Arrianismo vestido con ropas nuevas, y como era entonces, es la religión de la élite.
Además, dentro de la controversia arriana hubo tiempos en los que los arrianos usaban una forma de las palabras que parecía ser ortodoxa pero que no lo era. Usaban palabras equívocas y cuando los cristianos ortodoxos rechazaban aceptarlas, los culpaban de ser obstinados. Su punto de vista era que la unidad era posible si los ortodoxos permitían que coexistieran varias opiniones e interpretaciones. Esto es el latitudinarianismo y el liberalismo en la Iglesia hoy. »¿Por qué no nos podemos llevar bien?«
Pero una religión dogmática requiere dogma. Requiere definiciones, y si no hay ninguna, entonces no es una religión dogmática, y si no es una religión dogmática no es cristianismo. Es otra cosa. Las definiciones son necesarias.
Pero en una época multicultural parece que sean escandalosas, difíciles e incómodas. Atanasio afrontó esto y fue proscrito porque él era el viejo e irascible provocador de divisiones, rígido y luchador por la ortodoxia. De nuevo, si estás preparado para luchar contra el Arrianismo en la Iglesia hoy prepárate para la persecución. Para saber todos los detalles del Arrianismo, lee el capítulo 3 «La herejía arriana» del libro «Herejías» de Hilaire Belloc.
¿Causa división a veces la lucha por la ortodoxia doctrinal? Me temo que sí y recuerdo que Jesús dijo: «No penséis que he venido a la tierra a sembrar paz; no he venido a sembrar paz, sino espada. He venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra. Los enemigos de cada uno serán los de su propia casa.» (Mt 10, 34-36).
Estas son palabras duras sin duda, ¿pero es posible seguir a Cristo e ignorarlas?. Todos admiramos la universalidad de la Iglesia Católica, pero hay fronteras en cada país.
La unidad que compartimos no se basa sólo en el papado como institución. Está basada en la doctrina y en la enseñanza moral que compartimos. Deberíamos, por lo tanto, recordar también las palabras de San Pablo: «Así, pues, hermanos, manteneos firmes y conservad las tradiciones que habéis aprendido de nosotros, de viva voz o por carta.» (2 Tes 2, 15). En sus palabras al obispo Tito, San Pablo describe las características que debe tener un obispo: «debe mostrar adhesión al mensaje de la fe, de acuerdo con la enseñanza, para que sea capaz tanto de orientar en la sana doctrina como de rebatir a los que sostienen la contraria». (Tito 1, 9).
Esto significa hacer distinciones. Simplemente tolerar cada interpretación, cada noción y cada comportamiento moral no crea unidad. Solamente disimula los problemas.
Los esfuerzos que hacen algunos católicos para burlarse de la doctrina, restar importancia a los dogmas o tildar la enseñanza moral de la Iglesia de irrelevante, legalista o pasada de moda, están gravemente equivocados.
Sin embargo, ¿cómo evitamos la trampa contraria de ser legalistas condenatorios y faltos de misericordia?
Comprendiendo el verdadero valor y la naturaleza de la doctrina y la moral. La analogía que siempre uso es la de la vid y el emparrado.
Sin un emparrado, una vid simplemente crecería sobre el suelo y nunca daría mucho fruto. Un emparrado es una cosa muerta, pero que sostiene la vid y permite que alcance el sol, crezca y dé fruto. El emparrado necesita ser mantenido. Cuando se pudre se tiene que cortar la madera, y reemplazarse. El emparrado se debería expandir para sostener la creciente vid, pero en sí mismo no está vivo y no produce fruto.
La doctrina de la Iglesia es como el emparrado. Lo más importante es la salud de la vid y que la cosecha dé buen y abundante fruto.
Habrá algunos trabajadores en la viña que se centren en mantener el emparrado, no deberían ser relegados porque sin ellos la vid muere.
Dwight Longenecker
Ndt: En inglés la palabra latitudinarianism contiene el vocablo arianism, que significa arrianismo. Dicha coincidencia no se da exactamente en el español.
Traducido del original por Ana María Rodríguez para InfoCatólica.