Leer la vida de un santo es vislumbrar un mundo iluminado por una luz oculta.
Sus actos parecen salvajes pero efectivos, espontáneos, pero motivados por una profunda comprensión. Como un perro responde a un silbido, que recibe con una fuerza auditiva que excede en mucho la capacidad humana, también el santo responde a unas directrices imperceptibles para los demás.
Las severas penitencias de Santa Catalina de Siena, por ejemplo, destruirían a quienes careciesen de una fuente secreta de sustento.
Nadie podría practicar tales austeridades en base a sus propias fuerzas.
Santa Catalina durante años vivió tan sólo de la Eucaristía. Si esto nos preocupa, también preocupaba a sus contemporáneos, como refiere Sigrid Undset en su biografía de la Mística Doctora:
Un poeta de Florencia le escribió para prevenirla contra las ideas erróneas: temía especialmente que sus intentos de vivir sin comer fueran un engaño del diablo.
Catalina respondió con humildad y le agradeció el interés por su salud: Siempre temió las trampas del diablo, y en cuanto al hecho de no comer, le pidió que orara por ella para que fuera como las demás personas a este respecto, pero parecía como si Dios le hubiera dado esta condición física extraordinaria.
El poeta florentino, incapaz como nosotros, de ver la fuente de Santa Catalina, temía por ella. La Santa por otro lado, confiaba en la extraña operatividad de Dios en su vida, más que en sí misma.
Quizás podamos sintonizar algo más con la experiencia de la confianza absoluta en Dios de Santa Catalina, en los momentos de oración en que proyectamos nuestros afanes en Sus manos. Prometemos vivir tan sólo de Su fuerza.
Pero, al día siguiente nos damos cuenta de que no somos como los santos: Sentimos a Dios, tratamos de responder y nos quedamos lamentablemente muy cortos.
Una vida como la de Santa Catalina puede parecer poco atractiva: Sin apenas comer, con breves momentos de sueño, con un sufrimiento místico agonizante...
Me pregunto si tenemos miedo de que, incluso nuestras pequeñas penitencias de Cuaresma nos coloquen en un camino de sufrimiento insoportable. Pero el sufrimiento de Santa Catalina, aunque extremo en grado superlativo, no la llevó a tener un carácter desabrido: En general, la alegría fue uno de sus rasgos definitorios.
A pesar de los trazos extraordinarios de su vida, la luz de la fe cobra sentido en la historia de Santa Catalina.
Atraída por el amor de Dios, se retiró de las delicias tangibles, en busca de los verdaderos gozos espirituales.
Habiendo tenido la experiencia de Dios, lo anhelaba con mayor fervor y por esta razón huyó de las cosas que pudiesen distraerla.
Como dice la Carta a los Hebreos: «La fe es la realización de lo que se espera y la evidencia de lo que no se ve.» -Fides est: Sperandarum substantia rerum, argumentum non apparentium- (Hebr. 11, 1).
Como evidencia, «seguridad,» o «consistencia,» según algunas traducciones, la fe nos da un conocimiento verdadero de las cosas visibles e invisibles.
Contemplando la vida de Santa Catalina con una visión espiritual, vemos en ella la acción muy concreta de Dios.
Los santos permiten que sus vidas sean transformadas por un amor sobrenatural. Como escribe el Arzobispo Dr. Luis Martínez, Primado de Méjico, este «amor es tan fuerte como la muerte. Nos separa de todas las cosas y por consiguiente, nos libera.
El Espíritu Santo separa nuestro corazón del apego a las cosas terrenales, infunde en nuestra alma la pobreza divina y nos hace libres para el noble ejercicio de la contemplación.»(El Santificador, 226). Al observar a los santos, dejándose separar de todo aquello que nos aparta de Dios, vemos el poder del amor en el que ahora descansa su alma y sobre el cual debemos aprender a confiar sin reservas.
Fr. Philip Nolan, OP
Publicado originalmente en Dominic Friars Foundation