Pensaba haber dedicado este artículo a continuar hablando de las tareas pastorales que he realizado. Pero la actualidad manda, y ahora la actualidad es el autobús de Hazte oír, que ha sido bloqueado por el Ayuntamiento de Madrid.
Empecé a dar clases de Moral en 1968, el año de la “Humanae Vitae”. Daba apuntes a mis alumnos, apuntes que en 1988 se transformaron en un libro titulado “Madurez y Sexualidad”, del que salieron dos ediciones y que son la base de mi libro “Orientación cristiana de la sexualidad”, con una edición española y otra argentina, muy similares.
Seguramente, el capítulo más tranquilo y que menos discusiones provocó fue el dedicado a la Fisiología Sexual, cuyos apartados eran y siguen siendo en su edición actual: Biología del sexo. Descripción del órgano masculino. El órgano femenino. Periodicidad femenina. Hipotálamo, hipófisis y cerebro.
Pero actualmente la noticia es la del autobús fletado por Hazte Oír con un anuncio que dice: “Los niños tienen pene. Las niñas tienen vulva. Que no te engañen. Si naces hombre, eres hombre. Si eres mujer, seguirás siéndolo”. Cuando me he enterado que, a petición del Ayuntamiento de Madrid un juez ha ordenado bloquear ese autobús y prohibir su circulación me he quedado estupefacto, porque si no se permite circular un autobús con ese anuncio está claro que mi libro debiera ser secuestrado por hablar de órganos masculino y femenino, así como la inmensa mayoría de los libros de Ciencias que enseñen el aparato reproductor y por supuesto los libros de Anatomía de las Facultades de Medicina.
Detrás de esta prohibición y apoyándola abiertamente están evidentemente los podemitas, empezando por el concejal de Seguridad de Madrid, así como Pablo Echenique y Ramón Espinar, pero también en el PSOE han atacado duramente este lema. Desde su portavoz de Igualdad en el Congreso a Pedro Sánchez, pasando por la líder del PSOE en Madrid, Purificación Causapié. En cuanto al PP, está muy clara la gran responsabilidad que tiene en este asunto la Presidenta de la Comunidad de Madrid Cristina Cifuentes, que instó a denunciar el autobús, así como el portavoz del partido en el Congreso, Rafael Hernando, que calificó de “disparate” la campaña, o la Delegada del Gobierno en Madrid, Concepción Dancausa, que también piensa presentar una denuncia.
A mí esta postura de los partidarios de la ideología de género, sea por convicción, sea por comodidad o egoísmo, me parece un error garrafal. La razón de ello es muy sencilla. Personalmente me enteré de lo que era la ideología de género, cuando el gobierno de Zapatero publicó una serie de leyes antifamilia, pero sobre todo leyendo el libro de Jesús Trillo “Una revolución silenciosa”, publicado en el 2007. Algunos ya reaccionaron en la medida de sus modestas posibilidades, declarándose objetores ante la asignatura “Educación para la Ciudadanía”, pero la inmensa mayoría del país y por qué no decirlo, también de los sacerdotes, seguían en la Luna. Y eso que en el 2012 nuestra Conferencia Episcopal tocó este tema en un documento francamente bueno titulado “La verdad del amor humano”. El despiste era tan general, que me contaba un médico de Madrid que cuando decía a sus colegas lo que estaba en la Ley Cifuentes, de multas por ejercer su profesión, sencillamente no se lo creían y la discusión terminaba pidiéndoles el email y mandándoles la Ley.
Creo que lo que pretendía el autobús era concienciar a algunas personas sobre lo que es la ideología de género y cómo se intenta corromper con ella a nuestros chavales. Por si acaso debo decir, por si alguien considera que exagero, que hay suficientes declaraciones de los tres últimos papas y en especial del Papa Francisco en esta línea y es que la Iglesia Católica es uno de los últimos bastiones que defienden la Familia y la Vida. El autobús era un medio bastante modesto para concienciar a algunas personas sobre este problema, pero con su prohibición de circular lo que realmente han conseguido los partidarios de la ideología de género es que sea noticia nacional y que toda la gente hable de ello en España, con lo que muchos se están enterando del abismo demoníaco al que nuestros políticos nos quieren llevar, incluso poniendo en peligro la propia democracia al violar derechos fundamentales. Por ello he titulado este artículo “Un error garrafal”, aunque por supuesto estoy encantado de ese error garrafal.
Pedro Trevijano, sacerdote