Muchas veces he explicado que casi lo primero que me enseñaron en Teología Moral es que “la Iglesia es Madre y tiene sentido común”.
La Biblia nos advierte: “Dice en su corazón el necio: ‘No hay Dios’. Se han corrompido, hicieron cosas abominables” (Sal 14,1). Hay varios textos en la Biblia, como los capítulos 12 y 26 de Proverbios en que se condena la necedad, y el propio Jesús llama insensato en Lc 12,20-21 al que atesora para sí y no para Dios. En cuanto a la condena del impío la encontramos a lo largo y ancho de toda la Sagrada Escritura.
Pío XI, en su Encíclica “Mit brennender Sorge” contra los nazis, escribe:
“Estos necios, que presumen separar la moral de la religión, constituyen hoy legión. No se percatan, o no quieren percatarse, de que, el desterrar de las escuelas y de la educación la enseñanza confesional, o sea, la noción clara y precisa del cristianismo, impidiéndola contribuir a la formación de la sociedad y de la vida pública, es caminar al empobrecimiento y decadencia moral”. Y poco más adelante prosigue: “. Es una nefasta característica del tiempo presente querer desgajar no solamente la doctrina moral, sino los mismos fundamentos del derecho y de su aplicación, de la verdadera fe en Dios y de las normas de la relación divina. Fíjase aquí nuestro pensamiento en lo que se suele llamar derecho natural, impreso por el dedo mismo del Creador en las tablas del corazón humano (cf. Rom 2,14-15), y que la sana razón humana no obscurecida por pecados y pasiones es capaz de descubrir. A la luz de las normas de este derecho natural puede ser valorado todo derecho positivo, cualquiera que sea el legislador, en su contenido ético y, consiguientemente, en la legitimidad del mandato y en la obligación que implica de cumplirlo”.
Cristo dice de sí mismo: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14,6). La ideología relativista, y en consecuencia su hija la ideología de género por supuesto no creen en Dios y por tanto tampoco en Jesucristo, con lo que no le aceptan ni como Camino, ni como Verdad, ni como Vida.
Al no creer en Jesucristo ni en Dios, es evidente que los relativistas no pueden aceptar que Jesucristo sea la Verdad, por lo que podemos preguntarnos cuál es su concepción de la Verdad. Nos lo explica muy bien don José Luis Rodríguez Zapatero con dos expresiones suyas. Una es “la Libertad os hará verdaderos”, que contradice la de Jesucristo “la Verdad os hará libres” (Jn 8,32). La otra son unas declaraciones realizadas el 2 de Marzo del 2006: “La idea de una ley natural por encima de las leyes que se dan los hombres es una reliquia ideológica frente a la realidad social y a lo que ha sido su evolución. Una idea respetable, pero no deja ser un vestigio del pasado”. Es decir, en su concepción relativista, como Dios no existe, el orden social no se ve como reposando en las leyes de Dios o de la naturaleza, sino como resultado de las elecciones libres del individuo, lo que me erige en el nivel individual como maestro supremo de moral. Pero entonces nos encontramos por tanto con el hecho que no hay ningún ser superior a mí y en consecuencia la no existencia de reglas generales.
A nivel colectivo, quien debe decidir en caso de conflicto el problema de las normas es el pueblo soberano. Como es evidente que en la gran mayoría de los casos no hay un consenso pleno, y presumimos de demócratas, son las mayorías, y en concreto la mayoría parlamentaria, quien decide. Pero todos sabemos cómo funcionan nuestros partidos, con la disciplina de partido y el que se mueva no sale en la foto, con lo que en realidad es muy poca gente, tan solo los jefes de los Partidos, quienes determinan lo que hay que hacer.
Por ello, el gran problema en torno a la Verdad es: ¿Existe una Verdad Objetiva, sí o no? Ante esta pregunta hay una doble respuesta. Mientras unos pensamos que por supuesto hay una Verdad Objetiva, que el Bien y el Mal son claramente diferentes, que existen una serie de valores eternos e inmutables, los otros, por el contrario, defienden que no hay verdades objetivas, que todo es opinable.
El relativismo intenta crear un nuevo tipo de ciudadanos, buscando liberar al hombre de sus ataduras más profundas, incluso las ligadas con la propia naturaleza humana, con lo que se está preparando el terreno a la ideología de género.
Para nosotros, en cambio, el ser humano, por el hecho de serlo, tiene una serie de derechos intrínsecos propios de su naturaleza que los demás, incluido el Estado, deben respetar. El considerar que estos derechos surgen de las leyes que se dan los hombres supone que si mis derechos no son propiamente míos, sino una concesión del Estado, es indudable que el Estado puede en cualquier momento quitármelos. Esta concepción que hace derivar mis derechos de las leyes estatales, deja al individuo sin defensa frente al totalitarismo y a los posibles abusos del Estado.
Pedro Trevijano, sacerdote