Acabo de leer un libro de Alicia Rubio que se encuentra en Amazon titulado «Cuando nos prohibieron ser mujeres… y os persiguieron por ser hombres» cuyo subtítulo es «Para entender cómo nos afecta la ideología de género», libro del que ciertamente tengo que hacer un gran elogio.
Está claro que una de las grandes conquistas de nuestra civilización, hasta la llegada de la ideología de género, es que hombres y mujeres somos iguales en dignidad y derechos, lo cual no significa que seamos completamente iguales, porque dependemos de nuestra naturaleza y de nuestra cultura, y nuestro comportamiento está ligado a ambos. Pero para la ideología de género lo que se pretende es que hombres y mujeres seamos iguales, cosa que supuestamente se conseguirá gracias a una educación totalmente igualitaria. Recuerdo mi asombro y diversión cuando en el telediario de la noche de TVE del 3 de Enero salieron una serie de presuntas expertas a decirnos que a los niños y niñas había que regalarles juguetes no sexistas, cuando es evidente que ambos tienen gustos y aficiones diversas. Pero lo importante no es la realidad, sino la ideología y a ella hay que acomodar la realidad.
Por supuesto creo que el feminismo radical de la ideología de género no va sólo contra los hombres, sino también y especialmente contra las mujeres, como ya dijo una gran mujer del siglo XX, la israelí Golda Meir, que fue Primera Ministra y que en una entrevista con Oriana Fallaci, ya en 1972, le dijo: «¿Se refiere a esas locas que queman los sostenes y andan por ahí desquiciadas y odian a los hombres? Son locas, locas. «¿Cómo se puede aceptar a locas como ésas, para quienes quedar encintas es una desgracia y tener hijos es una catástrofe? ¡Si es el privilegio mayor que nosotras las mujeres tenemos sobre los hombres!».
Pienso que es difícil que puedan defender a las mujeres quienes opinan que ser mujer es una lacra y deprecian el sexo femenino por ser como es. Para ellas los comportamientos masculinos, sus gustos, su percepción y temperamento, se ponen como ejemplo de cómo debe ser una mujer. Dicen que quieren defender a la mujer, pero se oponen a que una mujer sea precisamente eso: una mujer. Y por ello la maternidad es considerada como una gran lacra. ¡Que asuman la defensa de la mujer mujeres que odian la condición femenina, no parece lo más apropiado!
Creo que el fondo del problema es que nuestras feministas radicales lo que desean es una libertad sexual sin consecuencias indeseadas, es decir una sexualidad en la que estén ausentes la maternidad y los prejuicios morales. Es una postura de libertinaje sexual y de permisividad absoluta, y, si por un casual, se produce un embarazo, para eso está el aborto. No nos olvidemos que nuestra Ley del Aborto se titula Ley de Salud Sexual y Reproductiva y de Interrupción Voluntaria del Embarazo, título que contiene ya en sí unas cuantas mentiras. Eso de Salud Sexual suena, si no fuese tan grave el asunto, a chiste, porque lo que realmente hace es destruir la salud con las enfermedades de transmisión sexual o con sustancias químicas potentes y desde luego no inocuas. ¿O es que alguien se cree a estas alturas que la píldora del día después es inofensiva?
Aunque nos digan los defensores de la ideología de género que lo que pretenden es que tengamos una sexualidad más saludable, feliz y plena, el problema es que con esta mentalidad no se fomenta en absoluto el Amor, que es, según lo que nos enseñó Jesucristo, lo que llena de sentido la vida humana, sino que, por el contrario, lo que se fomenta es el egoísmo más feroz. Es un individualismo exagerado, en que está ausente la dimensión relacional, que es parte de nosotros y que necesitamos para llegar a ser nosotros mismos. De este modo, la vida sexual se vacía de su carga de humanidad y se convierte en un simple objeto de consumo o juego, en el cual cada uno disfruta de su propio cuerpo y del cuerpo del otro, sin necesidad de entrar en una relación seria con la otra persona, y mucho menos llegar a tener un compromiso de amor interpersonal y estable. Estas corrientes con su reductora visión de la sexualidad, que queda disociada del matrimonio y de la procreación, y su unilateral exaltación del placer, al que consideran independiente del amor, de la moral y por supuesto de la religión, llevan al desenfreno, a la corrupción de la conciencia y a la degradación de la persona, que fácilmente queda reducida a la condición de simple objeto, al carecer de cualquier valor que pueda dar sentido a la existencia y por tanto incapacitando para cualquier proyecto de vida.
Y con respecto al aborto he conocido varios centenares de casos en los que he tenido que lidiar con el síndrome postaborto. Recuerdo lo que me dijo un sacerdote amigo mío cuando un conocido suyo le increpó por su postura antiabortista, porque, le dijo, «vosotros veis en este caso los toros desde la barrera». Mi amigo le contestó: «Es que a nosotros los sacerdotes nos toca intentar recomponer las mujeres que vosotros habéis deshecho».
Pedro Trevijano, sacerdote