Y ésta fue su decisión, todo lo entregarían a Dios. Él sería el planificador y director de sus vidas y de su familia por entero. Desde ese momento construirían poniendo a Cristo en el centro de sus existencias.
––
Tesio conducía un monovolumen blanco por una autopista vacía a 180 km/h. Tenía los ojos llenos de lágrimas. Era una lluviosa mañana de otoño. El limpia parabrisas del monovolumen zumbaba rápido de un lado a otro intentando desalojar el agua que caía copiosamente sobre el cristal. Con los ojos nublados por las lágrimas Tesio no veía más allá del salpicadero del coche y su mente parecía como suspendida en la nada. Conducía instintivamente.
Tras una hora de viaje entró en la ronda de circunvalación de la ciudad y, súbitamente, la carretera se llenó de coches. Sólo entonces su cerebro reaccionó, fue consciente de que había llegado a su destino y… había sobrevivido al viaje. Quería darle gracias a Dios, a su ángel de la guarda, a la Virgen María, pero no podía. En su mente se repetía la pregunta: «¿por qué?» «¿por qué?». Y no había respuesta. Mientras intentaba apartar las lágrimas de los ojos, su mente insistía: «¿Tan malo he sido que merezco este castigo?». «Esto no es lo que yo quería», «Esto no entraba en mis planes». «No, no lo quiero».
Durante aquella hora de viaje, la esposa de Tesio, Erina, había estado en casa preparado todo lo necesario para una larga estancia en el hospital. Allí, esperaba un niño, casi un bebe. La vida parecía huir de un cuerpecito de apenas seis meses.
Hora y media después Tesio y Erina estaban en una habitación del ala de aislamiento materno-infantil del hospital. Con ropa esterilizada cubierta con bata verde, más mascarilla y gorro y unas cubrezapatillas; los papas miraban a su hijito, casi inmóvil, dentro de una cuna-caja transparente y totalmente cerrada. A su interior sólo se podía acceder mediante unos guantes negros que se adentraban en aquella jaca-cuna.
Dos años antes Tesio y Erina se casaron y, éste, era el hijo tan esperado. La Iglesia, el sacerdote, las promesas matrimoniales... flores y risas por todas partes. Muchas esperanzas, proyectos laborales y anhelos de formar una gran familia. Y, por fin el hijo tan querido y esperado: Miguel.
A los 6 meses Erina dejó de dar el pecho y Miguel comenzó a ponerse pálido y muy cargado de mucosidades. El pediatra aconsejaba los tratamientos acostumbrados para estas aparentes situaciones, pero no daban resultado. Decidieron cambiar de pediatra y de clínica. Entre tanto Miguel se consumía. El nuevo especialista enseguida mandó realizar todo tipo de análisis. Con los resultados en la mano el médico les llamó urgentemente. Tesio estaba trabajando y Erina tuvo que recibir la noticia, en total soledad: «mira, sin rodeos, este niño tendría que estar muerto. No entiendo cómo vive aún». Erina se puso pálida y la cabeza le empezó a dar vueltas, parecía iba a perder la conciencia. El médico continuó: «tiene una enfermedad incurable y crónica que le lleva a la muerte».
Tesio y Erina nunca pudieron imaginar que su primer hijo, un varón, naciese con una enfermedad así. El mundo se les vino encima. Todos los hijos que tuviesen tendrían un 75% de posibilidades de nacer con esa enfermedad. ¡Cuántas esperanzas rotas! ¡cuántos sueños quemados en un solo instante! A partir de ese momento surgieron mil preguntas: ¿deberían dejar de tener hijos? sí, seguro. Fue la primera respuesta emotiva. Pero, entonces, ¿deberían utilizar métodos anticonceptivos? ¿Deberían optar por medios naturales? ¿Debería llevar «una vida Billings»? ¿Deberían dejar de tener relaciones? ¿Debería abandonar y separarse?
Tesio y Erina siempre tuvieron claro cuáles son los fines del matrimonio: la procreación y educación de los hijos, con amor y ayuda mutua (CIC no. 1055; Familiaris Consortio nos. 18; 28). Así lo afirma la Doctrina y el Magisterio infalible de la Iglesia. Pero la Ley llevada a la vida real… parecía que una cosa era la teoría y otra la realidad. ¿Qué pasa cuando, aparentemente, teoría y realidad divergen y se hacen incompatibles? ¿cómo romper el «Nudo Gordiano»?
Tesio y Erina, intentaban ser fieles hijos de la Iglesia por lo que la respuesta a todas esas preguntas sólo podía estar en la propia Iglesia. Acudieron a sacerdotes: Unos insistían en que, «en ciertos casos, están permitidos los métodos anticonceptivos y que, además, dado este caso, era incluso una opción moral el no traer hijos enfermos al mundo». Otros sacerdotes les decían: «qué le vamos a hacer, os ha tocado esto y, con este hijo, ya habéis cumplido. Se impone no tener más hijos mediante medios naturales».
Pero por más que Tesio y Erina daban vueltas a todo esto en su cabeza, estas respuestas les chirriaban en lo más profundo de su corazón. Y se daban cuenta que estas respuestas no encajaba en las pautas morales de la Fe Católica.
Se preguntaban si no serían ellos mismos unos «corazones cerrados», «rigoristas» y «limitados» a los «preceptos morales» y, por lo tanto, cerrados «al Dios de las sorpresas» que a lo mejor le estaba diciendo que: se deslizaran por esos caminos porque esa era «la respuesta generosa que se puede ofrecer a Dios», y descubrir con cierta seguridad moral que esa «es la entrega que Dios mismo está reclamando» en medio de la complejidad concreta de sus vidas.
Y es que no encontraron a ningún sacerdote que les dijese: «venga, no tengáis miedo, adelante, formad un matrimonio santo, como Dios quiere y si vienen hijos, repito, no tengáis miedo; abrid vuestros corazones a Dios, Él sabe infinitamente más. Dejad que sea Él el centro de vuestras vidas, de vuestra familia, de vuestras relaciones conyugales, sociales, laborales. Dejad que sea Él el planificador de vuestras vidas, en todos los sentidos, en todos los aspectos». «No vale decir sí, sí, pero esto lo decido yo. Sí, sí pero esto otro… mejor lo planifico yo». «A Dios: todo o nada, nos quiere entregados totalmente».
Ellos lo que necesitaban era un auténtico sucesor de los Apóstoles –ya Papa, ya obispo, ya presbítero, ya diácono- que les exhortase: «abrid de par en par las puertas a Cristo» (San Juan Pablo II, Homilía, 5, 22/10/1978). Pero no encontraron a nadie que se lo repitiese.
Aunque en realidad no hacía falta. Tesio y Erina crecieron con San Juan Pablo II y sus palabras las tenían grabadas en su corazón. Se daban cuenta de esto: «A Dios todo o nada, nos quiere entregados totalmente». Y ésta fue su decisión, todo lo entregarían a Dios, Él sería el planificador y director de sus vidas y de su familia por entero. Desde ese momento construirían poniendo a Cristo en el centro de sus existencias.
Lo más duro de esta decisión fue la inicial incomprensión que encontraron a su alrededor: médicos, amigos, familiares, sacerdotes… Los mismos que les habían transmitido la recta y sana doctrina, las rectas y sanas enseñanzas de la Iglesia, ahora les aconsejaban lo contrario y se les hacía difícil aceptar y comprender esa decisión: «¡Estáis locos!», les decían.
Al cabo de dos años Tesio y Erina tuvieron su segundo hijo. Antonio, también con la misma enfermedad. Tras dos años nacerían Isabel y, dos más tarde, María. Y dos años después nacería Clara. Entre tanto, llegó Ricardo, también con la misma enfermedad, y se fue directo al Cielo.
Han pasado algunos años. Ya todos han aceptado la vida, la familia y la decisión que tomaron Tesio y Erina. Incluso, ahora, despiertan en los demás… cierta admiración: «qué valientes sois» les repiten. Ellos responden: «no, sólo intentamos vivir según la voluntad de Dios y la enseñanza de nuestra Santa Madre Iglesia».
En esta familia hay momentos para todo, como en cualquier otra familia numerosa: alegrías, enfados y discusiones, dolor y sufrimiento, dilemas e incertidumbres; pero todos sus miembros son conscientes de que ellos no son dueños de sus vidas, que sólo Dios es el dueño y ellos únicamente siervos del Señor. Cristo los guía y en Él se santifican diariamente. Todo con Él, nada sin Él.
La vida de la familia de Tesio y Erina gira alrededor de la Eucaristía, la Santa Misa, el rezo del Rosario, la lectura del Evangelio y del Catecismo y, sobre todo, la Confesión: El Examen de Conciencia, el Dolor de los Pecados, el Perdón, la Reparación y el Propósito de la Enmienda. Y esto puesto en marcha todos los días, primero hacia Dios y luego hacia los miembros de la familia y después hacia todos.
Muchos han sido y son los esfuerzos, muchos los llantos, muchas las heridas, muchas las oraciones para caminar rectamente por la vida, no como Tesio y Erina hubiesen deseado en un principio sino, como Dios lo desea. Tesio y Erina siempre entendieron que eran las personas las que debían adecuar, ajustar y arreglar sus vidas conforme a la Ley de Dios, a la Doctrina y al Magisterio infalibles de la Iglesia y no al revés. Y así han intentado y siguen intentando vivir y enseñar a sus hijos a caminar hacia Dios.
Pero ahora, desde hace un par de años, todo parece haber cambiado. Tesio y Erina no paran de escuchar, desde dentro de la Iglesia, que «hay nuevos caminos» para «las familias heridas y en dificultades». Ahora resulta que lo que la Iglesia les ha enseñado sobre el matrimonio y la familia «queda reducido a un artificioso ideal» «demasiado abstracto». Resulta que su vida y familia han sido «artificiosamente construidos».
Ahora resulta que «No es posible ya decir que todos aquellos que se encuentran en una situación así llamada ‘irregular’ vivan en estado de pecado mortal. […] Un sujeto se puede encontrar en condiciones concretas que no le permiten actuar de modo diverso». Entonces, resulta que Tesio y Erina han hecho el camelo, el tonto. Que podían haber huido, usar anticonceptivos o abstenerse y tener relaciones sexuales con cualquier otro/a. Y ¡hubiesen estado en Gracia de Dios!
En un momento decisivo, Tesio y Erina se plantearon cómo enfocar sus vidas, sus relaciones y su familia y resolvieron que debían –que era obligación- vivir según la Ley de Dios y el Magisterio infalible de la Iglesia. Pero ahora resulta que estaban equivocados.
Ahora resulta que esa decisión fue «mezquina». Desde dentro de la Iglesia se les dice que: «es mezquino detenerse a considerar si el actuar de una persona responde o no a una ley o regla general».
Ahora resulta que, desde dentro de la Iglesia, se les dice que la Ley es «Roca», «piedra muerta» lanzada sobre sus cabezas.
Ahora resulta que vivir según la Ley de Dios es de «corazones cerrados», de «fariseos» aferrados a la «cátedra de Moisés». Ahora resulta que Tesio y Erina han tenido los «corazones cerrados» y, además, han sido fariseos.
Ahora resulta que la doctrina de los «absolutos morales» y del «mal intrínseco» queda desautorizada porque primero es «la conciencia» «iluminada, formada y acompañada por el discernimiento responsable y serio del pastor». Sí, posiblemente, el «discernimiento» de aquellos pastores que les recomendaron soluciones mundanas. Ahora resulta que aquellos consejos contrarios a la Ley de Dios y enseñanza de la Iglesia eran la guía adecuada para encaminarse hacia Dios.
Ahora resulta que si Tesio y Erina hubiesen optado por «huir», esta respuesta hubiese sido «la respuesta generosa que se puede ofrecer a Dios» aunque no se ajustase «objetivamente a la propuesta general del Evangelio». Vamos, que hubieran sido más generosos –verdaderamente generosos- si hubiesen huido de todo aquel panorama, de toda aquella situación, para vivir «de otra manera».
Ahora resulta que el camino de huida hubiese sido «la entrega que Dios mismo» les estaba «reclamando en medio de la complejidad concreta» de sus vidas. En consecuencia, resulta que Tesio y Erina, por vivir fieles a la Ley de Dios, a la Doctrina y Magisterio de la Iglesia; han vivido de espaldas al «Dios de las sorpresas».
Ahora resulta que no tenían por qué haber vivido «un peso a soportar toda la vida». Sus hijos, su familia, todo su amor… ¿¡Un peso!?
Ahora resulta que era mejor, legítimo y digno: la Huida, abandonar la Cruz. Tirar la Cruz por los suelos hubiese sido mejor solución y más… humana. Y encima podrían haber seguido ¡comulgando! y viviendo en ¡Gracia de Dios!
Ahora resulta que éste es el «nuevo aliento» que la Iglesia les ofrece.
Cada vez que Tesio y Erina escuchan todo este discurso, pregonado y enseñado por altos y bajos estados eclesiásticos, se les parte el corazón porque hace inútiles todos sus sacrificios, sus sufrimientos, sus penas y alegrías. Hace vana y baldía sus vidas. Hace nulo todo su Amor. Y aún más, con este discurso la vida misma de sus hijos deja de tener sentido. Todo el camino andado cae en una espiral sin fondo.
Repito, cada vez que escuchan todo este discurso, pregonado y enseñado por altos y bajos estados eclesiásticos, se les parte el corazón, sobre todo porque este discurso es Mentira. Quienes están enseñando y divulgando todo esto desde dentro y fuera de la Iglesia están mintiendo porque saben cuál es La Verdad y, sin embargo, enseñan lo contrario.
«Mi yugo es suave y mi carga ligera»
En otro artículo escribía, «Qué no os engañen»:
- «Dios es fiel» y «no permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas; antes dispondrá con la tentación el éxito para que podáis resistirla» (1 Cor 10, 13).
- No hay otro camino que el enseñado como verdad revelada establecida en la Doctrina de la Iglesia y enseñada por el Magisterio infalible. No existe una teología de la praxis según la cual no importan las reglas objetivas sino los casos concretos.
- No es posible ir al Cielo sin repudiar la vida pecaminosa y sin llevar una vida recta en Cristo Jesús. En esta vida, si quieres ir al Cielo, es obligado llevar la propia cruz unida a la Cruz de Cristo: «mi yugo es suave y mi carga ligera» dice el Señor (Mt 11,30), quien quiera ir al Cielo «que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga» (Mt. 16,24).
Y, como dice Tesio y Erina, todo esto «con alegría. Lo que toca, toca con alegría en Cristo nuestro Salvador».
Tesio y Erina escribieron al Papa Francisco. Hace unos meses el Papa les respondió enviándoles su Bendición.
Antonio R. Peña
––-
Nota: Tesio y Erina –nombres ficticios- y su familia así como lo aquí relatado es caso real, evitando citar datos personales e identificativos.