La edición de FrontPage Magazine correspondiente al 11 de febrero contiene un perspicaz artículo de Daniel Greenfield sobre la fallida estrategia contraterrorista de Occidente. Nuestra política, según él, está basada en una distinción artificial entre el «Islam bueno» y el «Islam malo». Nuestro objetivo, seguía diciendo, es «convencer al Islam Bueno para que no tenga ninguna relación con el Islam Malo».
Irónicamente, observa Greenfield, «nuestros diplomáticos y políticos no reconocen verbalmente la existencia del Islam malo». Por el contrario, afirman que en realidad los «musulmanes malos» (los terroristas) no son musulmanes en absoluto. Parafraseando a varios líderes mundiales, los terroristas no tienen «nada que ver con el Islam», «no hablan en nombre de ninguna religión» y han «pervertido» por completo el significado del Islam. Técnicamente, no son musulmanes malos, porque no responden a ningún tipo de musulmán. Al menos, eso es lo que se dice en teoría.
En otras palabras, nuestra estrategia se basa en un argumento circular: si se parte de la premisa de que el Islam es una religión pacífica, entonces los que rompen la paz no pueden, por definición, ser seguidores del Islam. Tienen que actuar movidos por alguna otra razón: quejas contra el imperialismo, codicia de poder o incluso alguna especie de defecto psicológico.
Lo que Greenfield dice de nuestra política gubernamental hacia el Islam puede aplicarse también a la política de la Iglesia. Los líderes eclesiásticos tienen también la costumbre de decir que el terrorismo es una «perversión» del Islam y afirman que los yihadistas utilizan la religión como «pretexto» para disfrazar otros propósitos, e incluso, en algunas ocasiones, han instado a los musulmanes a ser más fieles al Islam. Por ejemplo, al dirigirse a un grupo de refugiados musulmanes en Roma hace dos años, el Papa Francisco les dijo que estudiaran el Corán como medio para desechar los rencores y que siguieran la fe de sus padres. Esto es lo que yo opiné sobre ese tema hace un año:
«La política de la Iglesia debería estar dirigida a debilitar la fe en el Islam. Es decir, todo lo contrario de la política actual, que está fundada en el supuesto de que hay unIslam bueno (el auténtico) y un Islam malo (el falso) y de que, por lo tanto, debemos reforzar la fe de los musulmanes en el »verdadero« Islam y animarles a profundizar más en él.»
Esto, tal y como afirmé por aquel entonces, es un proyecto imposible: «El Islam "bueno" y el Islam "malo" están tan íntimamente relacionados como el Doctor Jekyll y Mr. Hyde, y al final es siempre Mr. Hyde el que prevalece.» O, como lo expresa Greenfield:
«El Islam bueno y el Islam malo son dos caras de la misma moneda... Estamos intentando convencer al Doctor Jekyll para que nos ayude a luchar contra Mr. Hyde. E incluso es posible que el Doctor Jekyll nos ayude... hasta que se convierta en Mr. Hyde».
La prueba de esta tesis se basa en el miedo que tenemos de que la más ligera crítica al Islam empuje a los moderados (los buenos musulmanes) a unirse a los extremistas (los malos musulmanes). Pero si los musulmanes pueden pasar tan repentinamente de ser Jekyll a ser Hyde, ¿puede haber habido mucha diferencia entre ellos en origen? Nadie teme que un insulto a la Iglesia Católica o incluso a Jesucristo vaya a convertir de pronto a los católicos moderados en terroristas enmascarados. El temor casi universal de que los musulmanes moderados puedan pasarse rápidamente al campo radical es un reconocimiento implícito de que la distancia entre ambos no es tan grande.
En resumen, el Islam bueno y el Islam malo no están separados por un abismo, sino que pertenecen a la misma tierra. Muchas de las cosas que hacen los musulmanes «malos» las hacen también nuestros aliados, los musulmanes «buenos». Así pues, como señala Greenfield:
«Nuestros aliados del Islam bueno en Pakistán combaten el terror del Islam malo cuando no están dando asilo a Osama Bin Laden. En el Estado Islámico, el Islam malo decapita gente y practica la esclavitud y el Islam bueno hace lo mismo en Arabia Saudí... El gobierno moderado de Irán firma un tratado nuclear y luego el gobierno extremista de Irán llama a »dar muerte a Estados Unidos».
¿Es que los musulmanes moderados son tan sólo un espejismo? No exactamente, pero probablemente hay muchos menos de ellos de lo que suele suponerse. Es verdad que en cada momento de la historia la gran mayoría de los musulmanes se ocupa pacíficamente de sus propios asuntos. Pero el hecho de que «actualmente no estén matando a los demás» es más bien pobre como indicador de la moderación. Si los musulmanes pacíficos se ajustan más o menos a los mismos principios que los musulmanes «malos», no se les debe considerar como moderados.
Numerosas encuestas han demostrado que la mayoría de los musulmanes de todo el mundo apoya los castigos extremos (y por lo tanto nada moderados) que inflige la sharia (ley islámica), tales como la amputación al que roba, la lapidación por cometer adulterio y la muerte por caer en la apostasía. También hay un apoyo muy extendido a las leyes contra la blasfemia, que con frecuencia se utilizan como excusa para perseguir a los cristianos. No hace mucho, en Pakistán, 100.000 personas asistieron al funeral del asesino de un hombre que era contrario a las leyes contra la blasfemia. La víctima era lo que llamaríamos un moderado, pero el que le mató parece haber recibido muchos más honores que él. Por aquel entonces, representantes de más de treinta y cinco partidos y grupos religiosos pidieron la revocación de una nueva ley pakistaní que protegía a las mujeres contra los abusos. Mientras tanto, el Senado de Nigeria rechazaba una ley de igualdad de sexos porque los senadores musulmanes decían que era anti-islámica.
Estos musulmanes «moderados» pueden no estar dispuestos a matar, pero sí parecen estar dispuestos a apoyar a los que matan. Tras los atentados de Bruselas, se reveló que los terroristas disfrutaban de un notable apoyo en el barrio musulmán en el que se ocultaban. Y, según un artículo del «New York Times», el noventa por ciento de los adolescentes de los barrios musulmanes consideraban a los atacantes como «héroes». Al otro lado del Canal, una encuesta entre los musulmanes del Reino Unido indicó que dos tercios de éstos nunca denunciarían a la policía a alguien que tuviera conexión con los terroristas.
¿Hay musulmanes que reúnan los requisitos necesarios para optar a la rigurosa definición de «moderados»? Los hay, ciertamente. Pero no son mayoría ni de lejos, y su moderación es con frecuencia reflejo de una falta de devoción hacia las principales creencias islámicas. Muchos musulmanes moderados son como los «católicos a la carta»: escogen y toman aquellos aspectos del Islam que encajan con sus inclinaciones y desdeñan todos los demás. Para ellos, como para muchos cristianos liberales, la religión suele ser una serie de ideas personales que tienen muy poco parecido con la versión oficial que se da de ellas. Mientras que nosotros podríamos tenerles por buenos musulmanes, sus correligionarios suelen mirarles con desprecio.
En vista de estas evidencias, ¿por qué en Occidente y en la Iglesia hay muchos que creen que el Islam convencional es un modelo de moderación? La respuesta se puede resumir en una palabra: «proyección». Cuando John Kerry dice que «el rostro auténtico del Islam es el de una religión pacífica basada en la dignidad de todos los seres humanos», lo que hace es proyectar los principios occidentales y cristianos hacia una cultura que es decididamente antioccidental y anticristiana. Cuando dice que «nuestras creencias y nuestros destinos están indefectiblemente ligados», Kerry, que es católico, puede estar influido por los muchos prelados católicos que defienden una opinión similar.
Los católicos que se aferran a la visión más optimista del Islam gustan de considerarse a sí mismos como estandartes del multiculturalismo. Pero lejos de ser sensibles a la diversidad, lo que hacen, en realidad, es ser etnocéntricos. En pocas palabras, dan por sentado que todo el mundo es como ellos. Miran al Islam con ojos católicos y sacan en conclusión, contradiciendo una evidencia de 1.400 años, que el Islam es simplemente una exótica forma de catolicismo. Parecen estar convencidos de que la inmensa mayoría de los musulmanes comparte la preocupación por la justicia social, la dignidad humana y los derechos de la mujer que caracteriza a los cristianos.
Así pues, ésta es una etnocéntrica e incluso egocéntrica forma de ver al «otro». Como dice Greenfield, «el Islam moderado no es aquello en lo que la mayoría de los musulmanes cree. Es lo que la mayoría de los liberales cree que los musulmanes creen.» El Islam moderado o Islam bueno es un invento , «una religión imaginaria que ellos imaginan que los musulmanes tienen que practicar porque la alternativa sería el final de todo aquello en lo que ellos creen.»
La presunción de que existe una marcada diferencia entre el Islam bueno y el Islam malo es una ilusión reconfortante, pero es también una ilusión peligrosa. A corto plazo, sostener esa presunción hará que nos sintamos bien por ser personas de mente abierta; a largo plazo, lamentaremos enormemente habernos prestado a jugar este peligroso juego del autoengaño.
William Kilpatrick
Traducido por Alberto Mallofré, del equipo de traductores de InfoCatólica
Publicado originalmente en Crisis Magazine