En San Pablo encontramos dos textos fundamentales en relación con las mujeres. Gál 3,28: “ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer; ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”. El otro es 1 Cor 7,2-5, donde san Pablo afirma y es una afirmación notable para su época que en materia de relaciones sexuales el hombre y la mujer tienen iguales derechos, llegando incluso a fin de remachar la igualdad a citarlos alternativamente en primer lugar.
Pero también hay textos que nos ofrecen dificultades. En Ef 5,22-24; 1 Cor 11,3-10; Col 3,18 y 1 Tim 2,9-15 se predica la sumisión de la mujer con respecto al varón y en especial al marido. Aunque es demasiado pedir que las cartas de san Pablo, o atribuidas a él, escritas en una cultura patriarcal, puedan aplicarse como normas precisas de conducta para una época, la actual, en que prevalece el modelo de igualdad en la familia, no hemos de olvidarnos tampoco de aquellos textos que o nos hablan de los deberes del marido (Ef 5,25-31), o establecen una estricta igualdad en derechos y deberes matrimoniales (1 Cor 7,2-5). Por ello a la hora de interpretar los textos difíciles no dejemos de recordar ni las circunstancias culturales, ni la concepción cristiana de la autoridad como servicio, ni la relación Cristo-Iglesia como prototipo de la relación entre el hombre y la mujer, ni sobre todo que la ley fundamental es “amarás al prójimo como a ti mismo” (Mt 22,39) y que es a esta luz como deben ser vistas todas las normas éticas de la Escritura. Segúnla Pontificia Comisión Bíblica: “Pablo no insiste en la sumisión de las mujeres, las motivaciones correspondientes son brevísimas, sino más bien en el amor que el marido debe mostrar a la mujer, un amor que para Pablo es la condición, no solo de la unión y de la unidad del matrimonio, sino también de la sumisión y de la veneración de la mujer por el marido… él no propone nuevos modelos sociales, sino que, sin modificar materialmente los de su época, invita a interiorizar relaciones o reglas sociales declaradas estables y duraderas en una determinada época, la del siglo primero, de modo que pudieran vivirse de acuerdo con el evangelio”. En la relación entre marido y mujer, la sumisión no es unilateral, sino recíproca, siendo lo deseable una sumisión mutua en el amor.
El Papa Francisco en la “Amoris Laetitia” tiene un texto muy interesante sobre esta cuestión: “156. Es importante ser claros en el rechazo de toda forma de sometimiento sexual. Por ello conviene evitar toda interpretación inadecuada del texto de la carta a los Efesios donde se pide que «las mujeres estén sujetas a sus maridos» (Ef 5,22). San Pablo se expresa aquí en categorías culturales propias de aquella época, pero nosotros no debemos asumir ese ropaje cultural, sino el mensaje revelado que subyace en el conjunto de la perícopa. Retomemos la sabia explicación de san Juan Pablo II: «El amor excluye todo género de sumisión, en virtud de la cual la mujer se convertiría en sierva o esclava del marido [...] La comunidad o unidad que deben formar por el matrimonio se realiza a través de una recíproca donación, que es también una mutua sumisión». Por eso se dice también que «los maridos deben amar a sus mujeres como a sus propios cuerpos» (Ef 5,28). En realidad el texto bíblico invita a superar el cómodo individualismo para vivir referidos a los demás, «sujetos los unos a los otros» (Ef 5,21). En el matrimonio, esta recíproca «sumisión» adquiere un significado especial, y se entiende como una pertenencia mutua libremente elegida, con un conjunto de notas de fidelidad, respeto y cuidado. La sexualidad está de modo inseparable al servicio de esa amistad conyugal, porque se orienta a procurar que el otro viva en plenitud”. En pocas palabras, lo que para el Papa Francisco san Pablo pretende no es un sometimiento, una sumisión, sino una pertenencia mutua.
Pedro Trevijano, sacerdote