Los actos de religiosidad popular son una forma legítima de vivir la fe. Suelen nacer de forma espontánea en torno a la vida sacramental de la Iglesia o como fruto de alguna devoción. Al principio no tienen esquemas normativos. Después, poco a poco, crean costumbres repetidas milimétricamente hasta que se convierten en cultura religiosa y también en riqueza cultural de los pueblos.
El Catecismo de la Iglesia Católica sitúa en su justo lugar la religiosidad popular: «La liturgia sacramental y la de los sacramentales, y la catequesis debe tener en cuenta las formas de piedad de los fieles y de religiosidad popular» (CEC 1674). En este contexto se enmarcan la veneración de las reliquias, las visitas a los santuarios, las procesiones, las peregrinaciones y romerías, el vía crucis, las danzas religiosas, el rosario, las medallas, etc. (cf Concilio de Nicea II: DS 601; 603; Concilio de Trento: DS 1822) El Concilio Vaticano II tiene presente estas acciones populares cuando afirma que la liturgia «es la forma más perfecta de expresar el culto hacia Dios»…pero «no abarca toda la vida espiritual» (SC 12).
En efecto, estas formas de religiosidad popular complementan la vida litúrgica, pero nunca la igualan, ni la sustituyen, aunque en algún caso formen, en cierto modo, parte de la liturgia, como sucede con las procesiones que son prolongación de la procesión simple de entrada (introito), que hace todo sacerdote cuando inicia la misa. Los actos de religiosidad popular son auténticos cuando tienen en cuenta la sagrada liturgia, «derivan en cierto modo de ella y conducen al pueblo a ella, ya que la liturgia por su naturaleza, está muy por encima de ellos» (CEC 1675).
Algunas veces, al sobreabundar el afecto y el sentimiento, se vacían de su verdadero sentido, se desvirtúan y desvían de sus fines. Entonces la Iglesia las purifica y rectifica dándoles unas profundas motivaciones teológicas y morales. «Su ejercicio está sometido al cuidado y al juicio de los obispos y a las normas generales de la Iglesia» (Cf CT 54). Los mismos fieles, verdaderos devotos, se dan cuenta cuándo son auténticas y cuándo se vacían de su ser y sirven a intereses que no son del Evangelio. La Iglesia hace suya la religiosidad popular purificada de algunas desviaciones, que no se opone a la religiosidad llamada oficial.
En general son nuevos caminos para la nueva evangelización. Muchas personas encuentran en la religiosidad popular una forma sencilla, más intuitiva, más directa, de expresar su fe y de acercarse a la celebración litúrgica y a la integración más plena en la Iglesia. Estas celebraciones son ocasión propicia para catequizar, explicando el sentido de cada acción de religiosidad popular.
A primera vista pueden aparecer como superficiales y hasta manifestaciones folklóricas. Sin embargo son formas de inculturación de la fe. Aparecen en momentos históricos determinados y surgen continuamente nuevas formas, que merecen una reflexión teológica y una atención pastoral. Lo popular es la forma en la que el pueblo llano manifiesta su fe. Por lo tanto la religiosidad popular tiene un valor muy apreciable. Expresa la identidad y el carácter de los pueblos y está en lo más hondo de sus raíces.
Por eso hay que cuidarla para que no sea algo residual ni insignificante, ni se deje en el mundo de lo profano, la superstición o el paganismo. En próximos temas interesa tratar sobre las procesiones, las peregrinaciones y romerías y las devociones.
+Francisco Pérez González
Arzobispo de Pamplona y Tudela