Durante décadas ha habido preocupación en muchos rincones de la Iglesia porque la música católica estaba en crisis.
En 1992, el libro «Por qué los católicos no saben cantar», describía la historia de la música litúrgica católica y el rápido giro que dio al final del siglo XX, al abandonar los cantos e himnos tradicionales. El escritor Damian Thompson censuraba la «mala música católica», inspirada en el folk y el jazz, para el culto divino, en un artículo publicado en el ‘Catholic Herald’ en 2015. Más recientemente, en una columna publicada en febrero en ‘Aleteia’, Tommy Tighe mostraba su preocupación porque muchos himnos católicos muy comunes, no solo carecían de musicalidad, sino que eran muy cuestionables doctrinalmente.
La mayoría de las críticas a la música litúrgica contemporánea recaen sobre las reformas del Concilio Vaticano II (CVII) y cómo se realizaron. Afirman que cuando se interpretaron los cambios del CVII, muchas diócesis y parroquias suprimieron sin más, partes importantes de la herencia litúrgica de la Iglesia; desplazaron la rica historia del canto por otras formas de música, y sustituyeron las sugestivas oraciones cantadas por himnos que más parecían canciones ‘pop’.
Aunque ciertamente esto ha sucedido así en muchos sitios, otros musicólogos afirman que los cambios del CVII que no solo conservan la rica historia litúrgica de la Iglesia católica romana, utilizada durante siglos, sino que permiten que esta tradición crezca aún más.
Muchos comparten las críticas a algunas obras conocidas y a ciertas tendencias de la música litúrgica, pero también confirman que la música de la Misa está mejorando –y ello, porque la Iglesia ha conservado lo que había sido bueno a lo largo de los siglos– y está abriendo amplios caminos para aportaciones que merezcan la pena, ya sea de la tradición o modernas.
Más que abandonar su herencia musical, la Iglesia está ante una buena oportunidad de restaurarla y ampliarla.
«Es asombrosa la abundancia de música compuesta a lo largo de los siglos y que aún es idónea para la liturgia», comentó Leo Nestor, director de Música Sagrada en una universidad católica, a la Agencia católica de noticias (Catholic National Agency, CNA). «Es una señal de la constante inspiración del Espíritu Santo a los artistas a través de la historia de la humanidad».
En la tradición y en las líneas marcadas por el CVII, la Iglesia tiene todo lo necesario para una hermosa música litúrgica. La nueva música, dicen los musicólogos, es una parte importante de este renacer de la tradición musical que la Iglesia ha salvado.
«La Iglesia admite todo arte noble en su liturgia y el CVII lo deja muy claro», dice el P. Vicente Ferrer Bagan, O. P. (Orden de Predicadores, dominicos), director del Coro de la Casa de Estudios dominicos en Washington, D. C. «Siempre se han admitido en la Iglesia composiciones nuevas».
Pero para saber hacia dónde va la música litúrgica, es importante entender de dónde viene.
Las raíces de la música sagrada
La música no es un simple añadido a la acción litúrgica, una complemento a la oración y el culto a Dios (Cat.I.Cat. nº 1156, San Agustín, comentario al salmo 72, 1). Durante mucho tiempo, la música ha sido parte esencial de la propia liturgia.
Su inclusión se remonta a los primeros días de la Iglesia, según Nestor, ya que llega hasta la propia Última Cena del Señor.
«Sabemos que Cristo y sus discípulos cantaron himnos en la última cena» (Mt 26, 30 y Mc 14, 26), comentó con CNA. Cantar se convierte muy pronto en «una obligación» durante muchas partes de las primitivas celebraciones eclesiales.
Durante siglos, la teología católica desarrolló la explicación de porqué la unión entre la música sagrada y el texto era un elemento tan importante del culto originado desde estas tempranas tradiciones. La Iglesia católica romana ha continuado entrelazando música y oración prácticamente en cada parte de su liturgia.
Dentro de la Iglesia católica romana, existen elementos cantados de la liturgia que permanecen inalterables durante todo el año, comentó Nestor. Las partes que cambian a diario se denominan «el Propio», y los elementos fijos los conocemos como «el Ordinario».
Sin embargo, en las últimas décadas, algunos de los elementos del Propio raramente se escuchan, porque su uso, aunque muy recomendado, no es obligatorio. Mientras las parte del Ordinario de la Misa: Kyrie, Sanctus, o el Agnus Dei, permanecen constantes y no pueden ser retirados de la liturgia bajo muy específicas condiciones, muchas partes del Propio han dejado de utilizarse en el uso diario.
Cuando estas partes de los ‘Propios’ se excluyen, las parroquias quitan música importante que tiene especial relevancia en las oraciones del día. Y estos ‘Propios’ son «las palabras que la Iglesia quiere que oigamos cantar hoy», según Nestor. «Los contenidos y el mensaje de estos textos y los salmos que les acompañan, se reflejan en todos y cada uno de los otros ‘Propios’ de la liturgia».
Debido a los cambios sugeridos por el CVII el uso de los ‘Propios’ decayó en muchas parroquias, pero ahor, muchas iglesias están empezando a devolverlos al uso normal. «Hoy día, los ‘Propios’, en especial las antífonas de entrada y comunión, están retornando con fuerza, no solo en las iglesias principales, sino también en muchas parroquias.
Desarrollo de las tradiciones
Aunque la Iglesia prescribe qué partes de la liturgia deben ser cantadas siempre que sea posible, cómo se realiza esto en realidad dependerá de la cultura de la parroquia y de su propia tradición litúrgica.
«La Iglesia, en sus ritos, acomoda los idiomas y selecciona elementos específicos a cada cultura, una costumbre que enraíza en la iglesia primitiva», según Nestor. La práctica de incorporar elementos culturales adecuados a la liturgia, también llamada ‘inculturación’, es como una calle de doble dirección», comentó. En este proceso, los valores culturales auténticos así como las tradiciones, son incorporados a la Cristiandad y ésta tiene impacto en la cultura.
La verdadera acomodación de la cultura y de la tradición tiene que respetar la unidad esencial de la liturgia, y el equilibrio entre cultura y liturgia debe mantenerse cuidadosamente, aconseja Nestor. Cuando este respeto entre ambos, liturgia y cultura, llega a las raíces, entonces,» puede ser una manifestación de la universalidad de la Iglesia».
Nestor relató el ejemplo de una amiga que participa activamente tanto en la Basílica Nacional de la Inmaculada Concepción como en la parroquia local afro-americana, San Agustín, ambas en Washington. Su consejo, comentó, resume la guía de la Iglesia sobre la integración y el respeto a las distintas tradiciones culturales.
Nestor recalcó que ella dijo «con maternal sabiduría: yo quiero que mi hijo se sienta tan bien aquí en San Agustí como en la Basílica, en Notre-Dame de París, o en San Pedro de Roma». Esta actitud, comentó Nestor, toca al corazón sobre la universalidad de la Iglesia».
Música de los PP. Dominicos
La variedad de culturas y pueblos no son los únicos que mantienen sus propias tradiciones en la Iglesia; muchas Órdenes religiosas también tienen sus propias tradiciones litúrgicas y musicales.
El P. Bagan, dirige el coro de la Casa de Estudios de los dominicos en Washington, D.C., donde los frailes estudiantes se preparan para seguir su vocación en la Orden de Predicadores. Él ha contado a CNA que su último álbum de música quiere iluminar la tradición musical característica de su orden religiosa.
Cuando se fundó la Orden dominica y se formó su liturgia, no había una liturgia común dentro de la Iglesia, explicó el P. Bagan. Cuando la Orden organizó su propia liturgia, los dominicos comenzaron a desarrollar su tradición litúrgica independiente que es «ligeramente diferente» de la Misa y la liturgia general del resto de la Iglesia católica romana.
A partir de esta peculiaridad de la historia litúrgica, el canto dominico evolucionó hacia una tradición separada. Al igual que la relación entre el rito romano y el dominico, los cantos para partes de la Misa y otras oraciones son solo «ligeramente diferentes» de otros cantos utilizados en la Iglesia católica romana, como el gregoriano, aunque han evolucionado por separado.
Aunque los dominicos ahora usan el rito romano para la celebración normal de la Misa y de la Liturgia de las Horas, después del CVII, la Orden conserva todavía el derecho a celebrar su propio rito e incorporar elementos de su propia tradición, ya sean cantos únicos o sus ‘propios’, en sus celebraciones.
«Yo creo que la Iglesia fue feliz al decirnos: Sí, dominicos, tenéis vuestras tradiciones y son hermosas. Mantengámoslas vivas», dijo el P. Bagan.
Los proyectos de los frailes, como su último álbum, son, para los dominicos, oportunidades de compartir tanto la riqueza de su tradición como el mensaje del evangelio con otros, según el P. Bagan.
«Al final, nos alegra enormemente, poder hacer todo esto, ya que es muy importante poner en manos de la gente todos estos tesoros de la tradición musical de la Iglesia».
Aunque tiene ochocientos años de antigüedad, la tradición musical dominica continúa desarrollándose. Este hecho es el motivo que lleva al coro de los hermanos dominicos a publicar nuevas composiciones, dijo el P. Bagan.
Junto con obras antiguas, hay piezas nuevas, escritas por hermanos que varían en estilo. Entre los nuevos trabajos, se encuentran composiciones al estilo de los himnos tradicionales, así como otras «más exóticas» en su armonía y tensión musical. Otras se parecen a la música del siglo XX.
Según el punto de vista del P. Bagan, las piezas litúrgicas modernas, como algunas de las que los frailes cantan, «llevan lo mejor de la música de nuestro tiempo y pueden encajar en la Casa de Dios y en el Oficio Divino».
«En general, desde luego, la música para la iglesia tiene que tener un estilo más intemporal que la música secular», manifestó, «sin decir que lo que sea bueno, no pueda utilizarse en la iglesia».
Más aún, aclaró, la música que pretende ser litúrgica debe enfocarse a este propósito y misión. «Debe ser estimulante, desde luego, pero nunca debe ser discordante o distraer del significado del texto sagrado o del culto divino para el que está hecha la música».
Un músico de jazz
Chris Mueller, músico católico contemporáneo, también trata de incorporar elementos de música actual a un apropiado marco litúrgico. Mueller, con experiencia en música de jazz, ha escrito numerosas piezas litúrgicas, incluyendo su «Missa pro editione tertia», con motivo de la traducción de la Misa al inglés de 2011, que se ha utilizado en parroquias de todo el mundo.
Al escribir su Misa con la traducción de 2011, su propósito principal era crear una obra que fuera cantable y claramente litúrgica, y que mantuviera relación con el estado actual de la música en el mundo.
«Traté de escribir de una manera que fuera moderna y actual, pero también litúrgicamente adecuada», señaló Mueller.
Aunque «no trato de escribir música que suene como si fuese de Mozart o Bach, ya estoy intentando escribir música que suene moderna», tampoco quiere que su música suuene como el de una banda de jazz o música moderna en una sala de conciertos o clubs de jazz.
Encontrar el equilibrio entre elementos modernos y la música litúrgica, según Mueller, «es un reto muy estimulante».
La llave para escribir la «Missa pro editione tertia» y otras obras litúrgicas ha sido el uso de tonos y elementos modernos como «parte de mi paleta de enfoques», comentó. Para Mueller, trabajar en música de jazz para inspirarse significa utilizar armonías y giros «sorprendentes» que no «suenan realmente como algo más».
«Es importante», según Mueller, «que la música de la Misa suene de firma distinta al resto de lo que escuchamos».
«Lo que ocurre en la Misa, cuando Dios se hace presente sobre el altar, es algo que no ocurre en cualquier otra parte de tu vida. La verdad de lo que está ocurriendo en la Misa es tan diferente de todo lo demás que la música debe reflejar esa diferencia».
Para Mueller, crear estas obras es como devolver a Dios los dones que le ha concedido.
«El CVII dijo que la música sagrada es el tesoro más valioso de todos los que posee la Iglesia, entonces, si yo puedo ser una pequeña parte de ese tesoro, ¿qué mejor manera para usar mis dotes que este?».
Criterios para elegir
Visto que la música eclesial marcha hacia el futuro en el tercer milenio, ¿cómo se traduce esto en las parroquias?
Para Thomas Stehle, cómo elegir buena música litúrgica no es solo un ejercicio teórico, sino un problema real.
Como director musical de la catedral de San Mateo, en Washington, D.C., Stehle está encargado de planificar seis Misas en inglés y en latín para diversas comunidades de la Archidiócesis.
Para él, según comentó a CNA, el reto, como en cualquier parroquia, es equilibrar que la música sea, a la vez, de calidad y adecuada para la liturgia, así como fácilmente asequible para la oración.
Añadió que hay «una legítima pregunta», no solo en relación con la calidad de una determinada obra, sino también con su estilo. No cualquier pieza agradable es adecuada para la Misa, advierte, y este principio elimina muchos géneros de música.
Por otro lado, señala, muchas obras consideradas «obras de arte» son buenas para cantarse en Misa.
«¿Nos eleva, me encanta, yo puedo rezar así? -decimos. Lo que Stehle hace cuando busca música es ver si hay «cosas legítimas que vienen de la cultura popular, pero haciéndolo con cuidado y con la mayor calidad posible, dentro de su estilo», según comentó.
Stehle añadió que los directores musicales deben tener en cuenta el tiempo litúrgico del año, las lecturas diarias de la Iglesia, los propios y las oraciones, para crear el «mayor grado» de unidad entre la liturgia, la oración y la música.
«Es muy importante que cuando queremos que la gente encarne esa oración con su canto, este haya sido bien elegido».
«El objetivo es que lo que pongamos en boca del pueblo fiel sea digno, apropiado, litúrgicamente adecuado, pastoralmente útil y musicalmente bello».
Adelaide Mena
Publicado originalmente en CNA/EWTN News
Traducido por «Laudetur IesusChristus» del equipo de traductores de InfoCatólica