Nos dice Dios, con su Palabra revelada:
«No está bien que el hombre esté solo; voy a hacerle alguien como él que le ayude. (…) Entonces el Señor Dios dejó caer sobre el hombre un letargo, y el hombre se durmió. Le sacó una costilla… y el Señor Dios trabajó la costilla que le había sacado al hombre, haciendo una mujer, y se la presentó al hombre. El hombre dijo: -«Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Su nombre será Mujer, porque ha salido del hombre. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne».
Y en el Santo Evangelio, ante la pregunta –directísima- de los fariseos a Jesús sobre la licitud del divorcio, y ante el argumento y peso de la ley de Moisés permitiéndolo, contestó, también a lo directo:
«Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la creación Dios ‘los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne’. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre». En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. Él les dijo: -«Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio.»
Después de que el mismo Dios ha hablado –y «tu Palabra es Verdad, Señor»-, ¿cabe alguna duda sobre lo que es el MATRIMONIO? ¿Son lícitas por tanto –intelectual y moralmente- las especulaciones sobre el origen del hombre y de la mujer, sobre la realidad del matrimonio, y acerca de quién es el «inventor» del Matrimonio? ¿Qué sentido tiene entonces pretender «meter con calzador» -e «inventadas» por nosotros los hombres-, otras «realidades», fruto «de la dureza de nuestro corazón», fruto de no aceptar –de rechazar injustamente- la Palabra de Dios, con su correspondiente Gracia, como regidora y transformadora de nuestra vida: de nuestras malas «realidades», de nuestros PECADOS? ¿Vamos a seguir creyéndonos la milonga del Demonio –«mentiroso y padre de la mentira», como lo denuncia y lo desenmascara Jesús mismo-, pretendiendo que es Dios quien nos ha engañado, sobre nosotros mismos, sobre la verdad, dignidad y sentido del amor humano, y sobre la realidad y la verdad de la Familia, que funda ese mismo amor? ¿Vamos a seguir con la locura del «seréis como dioses»?
La Iglesia Católica –todas las demás, supuesto claro que sean «iglesia», se han rendido ya al mundo- al defender la Palabra Revelada y hecha Carne en Cristo, no se está inclinando por la inmisericordia, por la cerrazón de corazón, por la injusticia, por el legalismo, por la incomprensión de los casos lacerantes… sino por la VERDAD y el BIEN: de Dios, en primer lugar, como fuente de esos DONES entregados al hombre para que no se arruine como persona; del mismo HOMBRE –«varón y hembra los creó»-, como garantes de su dignidad, referentes permanentes para conducirse como tales, y signo visible para corregir el rumbo cuando se ha perdido, y para retornar y desandar los pasos extraviados.
Pretender contraponer las «inclinaciones afectivas» personales y, por tanto, particulares, al hecho del Matrimonio y a su realidad, tal como ha salido de las manos de Dios: «dejará el HOMBRE –el varón- a su padre y a su madre –es decir: SALDRÁ de la FAMILIA de donde todos hemos venido-, y se unirá a su MUJER –la fémina, para entendernos-, y serán los dos UNA SOLA CARNE», y, para más inri, exigir que esas inclinaciones sexuales se declaran tan dignas o más –ahora, si no has salido del armario no eres nadie- que las relaciones matrimoniales, que además se las llame matrimonio, se las equipare al matrimonio, y SEAN matrimonio… y si no, la Iglesia ya no es lo que tiene que ser –Mater et Magistra, dijo el último Concilio- porque ya no es la Iglesia que salió de las manos de Jesucristo…
Pues, ¡qué quieren que les diga…! Que en este Sínodo no solo está en juego la «Familia, su Vocación y Misión en la Iglesia y en el mundo»: ese título no es más que un trampantojo o un engañabobos. Lo que está en juego, y para muchos años, es la misma IGLESIA, SU VOCACIÓN Y SU MISIÓN EN EL MUNDO Y AL SERVICIO DEL HOMBRE, DE LA FAMILIA Y DE LA SOCIEDAD.
¿Por qué lo digo? Porque el hombre está como está la Iglesia; porque la familia está como está la Iglesia; porque la sociedad está como está la Iglesia; porque el mundo está como está la Iglesia…
¿Por qué? Porque LA IGLESIA ES EL ALMA DE LA SOCIEDAD, como acuñaron los Santos Padres. Alguien puede pensar que exagero. No voy a discutir eso.
Simplemente voy a poner sobre la mesa un dato más, de lo último que ha salido a la palestra como noticia bomba: el caso de ese sacerdote, que trabaja en la Curia vaticana, y que se ha declarado homosex, emparejado y felicísimo con su situación; de paso ya se ha declarado mártir a sí mismo, y no se ha atragantado para soltar todos los mantras al uso del mundillo lgtbi contra la misma Iglesia, que le ha dado de comer tantos años.
Si, además, y después de sus declaraciones, no le ha echado ya por «incumplimiento de contrato», por «deslealtad manifiesta», por «engaño continuado», por «malversación de fondos», por mentiroso, engañador, embaucador, infiel, etc., sino que lo han acogido «maternal y amorosamente» y, además, lo han ascendido de categoría… Pues esto sería exactamente la «foto» de dónde está la Jerarquía de la Iglesia, y dónde está la misma Iglesia a día de hoy.
P. José Luis Aberasturi