Las efemérides son fechas señaladas y significativas; los aniversarios, ocasión de festejos. En este caso, el 5º centenario del nacimiento de santa Teresa de Jesús un 28 de marzo de 1515, en el siglo doña Teresa Sánchez de Cepeda y Ahumada. La Iglesia de Dios, especialmente la Iglesia en España, lo celebra de modo particular, al ser hija suya, y eleva su acción de gracias a Dios.
Ya estamos acostumbrados a muchos aniversarios, “años de”, o “día de”, tanto en el calendario civil [1] como en el calendario eclesiástico [2]. Parecería que la vida cotidiana de la Iglesia (la santificación, la evangelización y la catequesis, la caridad, la vida de santidad) fuese monótona y necesitase los estímulos de “Años” y “Jornadas”, siendo cada año un “Año de”. Pero, probablemente, la multiplicación de este tipo de “Días”, “Jornadas” y “Años” sea causa de poca eficacia e incidencia. De ese peligro no está exento el Año jubilar teresiano.
Junto al carácter festivo de una fecha así, con sus actos propios (peregrinaciones, exposiciones, etc.), viene también el deseo de dar a conocer su figura y profundizar en el legado teresiano que está muy vigente para las necesidades de la Iglesia hoy y de los católicos en el siglo XXI: ¡enseñar a conocer a santa Teresa de Jesús, provocar una nueva oleada de discípulos del magisterio teresiano! Es decir, ser interpelados, provocados, por Teresa de Jesús y su enseñanza; y es que su vida es un monumento a las misericordias del Señor, un himno a la Gracia de Dios que la condujo constantemente, definiendo en ella etapas de ruptura y crecimiento.
Las perspectivas de este Año jubilar teresiano, y ojalá coincidan con el balance final en el próximo 15 de octubre, serían varias:
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Celebrar y dar gracias: Si propio del cristiano es alabar y bendecir, la Iglesia quiere dar gracias a Dios por la persona, la santidad y la obra de santa Teresa de Jesús. De ahí las peregrinaciones a lugares teresianos, cultos litúrgicos, procesiones extraordinarias, etc., como un pueblo en fiesta que alaba al Señor.
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Dar a conocer a santa Teresa: Es figura luminosa entre los santos de la Iglesia, y en nuestra historia se iza como una enseña de renovación y reforma en el agitado y apasionante siglo XVI. Superando las imágenes estereotipadas sobre santa Teresa, superando igualmente unas cuantas frases que siempre se le atribuyen (aunque sean más leyenda que realidad) y los tópicos al uso con los que se suele ensalzar: “rebelde”, “adelantada a su tiempo”, “feminista”, etc., tópicos que responden más a nuestras proyecciones mentales que a la realidad de lo que ella fue –junto con tantos otros santos del Siglo de Oro–.
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Beber del magisterio teresiano: El Año jubilar se presenta como una ocasión afortunada para difundir su amplio magisterio sobre la vida cristiana y la vida interior. No basta festejarla a ella, ni basta tampoco conocer su vida y situarla en la historia como un personaje destacado más, sino dejar que ella siga siendo Maestra y Doctora por los caminos de lo interior.
Para ello servirán conferencias y charlas formativas, libros sencillos al alcance de todos, exposiciones, películas y documentales que luego, en grupos, se puedan comentar. Así se conocerá su biografía, se adentrará en su carácter y vocación, situándola en el contexto histórico de la Iglesia en el siglo XVI, una Iglesia que se reforma y que evangeliza con fuerza, con muchos núcleos y fermentos de espiritualidad y santidad. Al verla cercana y concreta, se valorará más cómo la Gracia de Dios la fue modelando y, al mismo tiempo, puede despertar el deseo de santidad, vocación bautismal por excelencia, mirando a una santa conocida y cercana, que tuvo que vencer muchas resistencias interiores.
Así, a lo largo del Año jubilar, su magisterio debe difundirse: primero con libros de divulgación, con la edición comentada de sus obras que van ayudando al lector a entender mejor; segundo, con conferencias, charlas, retiros mensuales (a sacerdotes, a religiosos y religiosas, a los fieles en las parroquias) iniciando en la vida de oración que enseña santa Teresa; en tercer lugar, siendo sus obras, o sus principales puntos doctrinales, objeto de trabajo y estudio en catequesis de adultos, grupos de formación, cenáculos de oración, etc…
Tenemos una asignatura pendiente: Juan Pablo II, trazando el plan pastoral para el inicio del tercer milenio, marcaba la oración y la pedagogía de la oración como prioridad en las parroquias y comunidades cristianas: “Hace falta, pues, que la educación en la oración se convierta de alguna manera en un punto determinante de toda programación pastoral” (Carta Novo millennio ineunte, 34; cf. nn. 32-34). Esta asignatura pendiente podría aprobarse con buena nota –¡hasta con matrícula de honor!– si acogemos todo lo que significa celebrar un Año jubilar teresiano. Sobra activismo y falta mística; sobra pelagianismo pastoral y falta oración y gracia.
¡Aprovechemos el Año jubilar! Multiplíquense los discípulos de tan buena Maestra y, como ella, pasemos la puerta del castillo interior avanzando hacia la morada principal, donde ocurren “las cosas de mucho secreto entre Dios y el alma” (1M 1,4). ¡Qué buen fruto sería para este Año jubilar…!
Javier Sánchez Martínez, pbro. Diócesis de Córdoba
[1] La enumeración sería prolija y llamativa; algunos a título de ejemplo: 1 de octubre (día de las Personas mayores, de las Personas sordas, de Fundaciones y donantes, de la Artritis y contra la Depresión); 3 de octubre (día del Ostomizado), 7 de octubre (día de la Parálisis cerebral), 10 de octubre (día de la Salud mental), 11 de octubre (día de la niña), 12 de octubre (día de las Enfermedades reumáticas)…
[2] El ámbito eclesiástico, como en el civil, se llenó de jornadas variadas: Jornada por la paz, día de la Iglesia diocesana, Jornada de la Infancia misionera, día de la responsabilidad en el tráfico, día de los abuelos… o la abundancia, últimamente, de “Años”: Año del rosario, Año paulino, Año del sacerdocio, Año de la Fe, Año de la Vida consagrada…