La ideología de género, que es la Moral Católica vuelta del revés, es decir la Moral de Satanás, tiene entre sus objetivos primordiales destruir el matrimonio y la familia. La familia corresponde al plan de Dios sobre la humanidad y por ello Satanás quiere destruirla, sirviéndose para ello de la ideología de género. La Conferencia Episcopal Española, en su documento “La verdad del amor humano” del 26 de Abril del 2012, nos pone en guardia contra esta tentativa. Describe así la situación: “El matrimonio, es decir, la alianza que se establece para siempre entre un solo hombre y una sola mujer, y que es ya el inicio de la familia, ayuda a que la sociedad reconozca, entre otros bienes, el de la vida humana por el simple hecho de serlo; la igualdad radical de la igualdad entre el hombre y la mujer; la diferenciación sexual como bien y camino para el enriquecimiento y maduración de la personalidad, etc. Son todos bienes importantes” (nº 102). “Ya como institución natural, el matrimonio exige y comporta la igualdad entre los que se casan. Ni el varón es más que la mujer, ni ésta es menos que aquél. Aunque diferentes, poseen, como personas, la misma dignidad. Una visión que tratar de eliminar esa diferenciación supondría, por eso mismo, la negación de la igualdad y haría coincidir la realización de la masculinidad y la feminidad, en una imitación del otro sexo, que se estimaría como superior” (nº 103).
En una Sociedad como la española en la que prima lo políticamente correcto de negar a Dios y olvidar el sentido común más elemental, nuestra legislación ha caído en la aberración pura y dura. Así “la Ley del 1 de Julio de 2005, que modifica el código Civil en materia de derecho a contraer matrimonio, ha redefinido la figura jurídica del matrimonio. Éste ha dejado de ser la institución del consorcio de vida en común entre un hombre y una mujer en orden a su mutuo perfeccionamiento y a la procreación y se ha convertido en la institución de la convivencia afectiva entre dos personas, con la posibilidad de ser disuelta unilateralmente por alguna de ellas, solo con que hayan transcurrido tres meses desde la formalización del contrato de “matrimonio” que dio inicio a la convivencia. El matrimonio queda así transformado legalmente en la unión de dos ciudadanos cualesquiera para los que ahora se reserva en exclusiva el nombre de “cónyuges” o “consortes”. De esa manera se establece una «insólita definición legal del matrimonio con exclusión de toda referencia a la diferencia entre el varón y la mujer». Es muy significativa al respecto la terminología del texto legal. Desaparecen los términos “marido” y “mujer”, “esposo” y “esposa”, “padre” y “madre”. De este modo, los españoles han perdido el derecho de ser reconocidos expresamente por la ley como “esposo” o “esposa” y han de inscribirse en el Registro Civil como “cónyuge A” o “cónyuge B””(nº 109).
¿Cómo se ha podido llegar a este punto? Hay varias líneas de pensamiento que convergen en ello: la relativista, para la que no existen la Verdad y el Bien objetivos, sino que el Bien y la Verdad dependen de las consideraciones del momento; la marxista, donde ya Engels consideró que el matrimonio es la primera forma de explotación de la mujer por parte del hombre: “La familia individual moderna se funda en la esclavitud doméstica más o menos disimulada de la mujer”... “El hombre es en la familia el burgués; la mujer representa en ella el proletariado”; y la feminista radical con su ideología de género, que trata de borrar la distinción sexual en todos los ámbitos de la vida, así como suprimir la familia, que es el objetivo fundamental a conseguir, pues tendrá como efecto la liberación sexual. La lucha de clases pasa en esta concepción a ser lucha de sexos, siendo el matrimonio y la familia formas de violencia institucional, basándose esta ideología, al igual que lo hicieron las ideologías totalitarias del siglo XX, en el odio. La revolución sexual tiene por objetivo la liberación sexual, la inhibición de todas las represiones en que la sociedad había mantenido el instinto sexual, siendo su objetivo el hedonismo. La naturaleza no existe, ya que las personas no nacen sexuales, sino que las conductas humanas se aprenden; la heterosexualidad es la primera causa de explotación de las mujeres y hay que liberar a las mujeres de la maternidad y de la procreación, que hace que la mujer se subordine al varón para complacer el egoísmo de éste.
Pero el sentido común nos dice que ayer, hoy y siempre, la familia se basa en que un hombre y una mujer se quieren y se entregan mutuamente en un amor fecundo que se abre a los hijos creando vínculos de afecto y solidaridad que duran toda la vida. Es decir, la familia se sustenta en el matrimonio, y sin él se resiente y debilita. La familia, lejos de ser un obstáculo para el desarrollo y el crecimiento de la persona, es formadora de valores humanos y cristianos y está íntimamente ligada a la felicidad humana, porque es el ámbito privilegiado para hacer crecer todas las potencialidades personales y sociales que el hombre lleva inscritas en él. Es una relación supraindividual que supone algo más que la suma de los individuos que la componen. Además es el lugar ideal para la unión y la transmisión de valores entre las diversas generaciones, pues en ella conviven gentes de todas las edades, a través de un proceso natural que se lleva a cabo en la convivencia y el diálogo familiar.
En efecto, ninguna otra institución resuelve mejor que la familia muchos de nuestros mayores problemas, entre ellos cuáles han de ser nuestros comportamientos básicos, ni se basa en algo tan permanente como la gestación, crianza y educación de los hijos, de la que los padres son igualmente corresponsables. Una de las funciones de la familia consiste en canalizar el potencial procreativo de la sexualidad de modo socialmente organizado, a fin de que la siguiente generación se forme dentro de unas estructuras estables. Por ello la familia es el núcleo central de la sociedad civil y es el futuro de la humanidad, puesto que en ella se concentran los valores de la persona humana y de la propia sociedad.
Pedro Trevijano, sacerdote