En los próximos días se va a volver a discutir, esta vez impulsados por el PP, la Ley Orgánica 2/2010, de 3 de Marzo de salud sexual y reproductiva y de la interrupción voluntaria del embarazo, también conocida como la Ley Aído, del nombre de la ministro que se ha hecho tristemente célebre con esta Ley.. Se trata de una modificación para que se tenga que informar a los padres para que den su consentimiento para que las menores de 16 años puedan abortar.
Parece claro que la gran mayoría de los diputados van a aprobar esta Ley, lo que me hace ser profundamente escéptico sobre la calidad de nuestra democracia y sobre los valores éticos, morales y religiosos de nuestros diputados. Cuando uno no cree en Dios, o es religiosamente no practicante, como sucede con todos los jefazos de los Partidos con representación parlamentaria, lógicamente no cree tampoco en la Ley Natural y entonces es el propio ser humano la máxima autoridad en cuestiones éticas: ¿Quién decide por tanto lo que es Bueno o Malo, lo que es Verdad o Mentira?. Como estamos en Democracia, te dirán que eso pertenece a la voluntad popular, y que ésta se expresa en el Parlamento. Pero como existe la disciplina de Partido y ahí quien decide es el jefe del Partido o como mucho un grupito, y además todos tienen claro que el que se mueve no sale en la foto; el diputado que intente seguir a su conciencia de cristiano y católico, sabe que no vuelve a estar en las listas y que no le queda más remedio que le echen o acomodarse, con lo que estamos en una democracia en la que en el grupo dirigente sólo uno o muy poquitos pueden hacer lo que su conciencia o sus intereses les pide.
La Ley Aído, en su diabólica desfachatez y empleo el término diabólica en su sentido más literal, nos habla en varias ocasiones de “los derechos e intereses de la vida prenatal”, “la eficaz protección de la vida prenatal como bien jurídico”, “la vida prenatal es un bien jurídico merecedor de protección que el legislador debe hacer eficaz”, “la experiencia ha demostrado que la protección de la vida prenatal es más eficaz a través de políticas activas de apoyo a las mujeres embarazadas y a la maternidad”. Pero estas bellas palabras no sirven de nada ante estas dos frasecitas de la Ley: “La presente Ley reconoce el derecho a la maternidad libremente decidida” y “se reconoce el derecho a la maternidad libremente decidida”, con lo que el genocidio de muchos embriones y fetos pasa a ser un derecho.
La postura de la Iglesia es clarísima. Para el Concilio Vaticano II: “La vida desde su concepción ha de ser salvaguardada con el máximo cuidado; el aborto y el infanticidio son crímenes abominables” (GS nº 51). Pero dada la autonomía de la vida política con respecto a los preceptos religiosos podemos preguntarnos si son independientes las leyes civiles de la Ley de Dios. Es indudable que hay unas líneas rojas que ninguna autoridad debe traspasar. Por ello san Juan Pablo II nos dice: “la responsabilidad implica también a los legisladores que han promovido y aprobado leyes que amparan el aborto” (Encíclica Evangelium Vitae nº 59), porque “una ley intrínsecamente injusta, como es la que admite el aborto, nunca es lícito someterse a ella, ni participar en una campaña de opinión a favor de una ley semejante, ni darle el sufragio del propio voto” (EV nº 73).
Benedicto XVI en su Exhortación Apostólica “Sacramentum Caritatis” de Febrero del 2007 nº 83 dice: “El culto agradable a Dios nunca es un acto meramente privado, sin consecuencias en nuestras relaciones sociales; al contrario exige el testimonio público de la propia fe. Obviamente, esto vale para todos los bautizados, pero tiene una importancia particular para quienes, por la posición social o política que ocupan, han de tomar decisiones sobre valores fundamentales, como el respeto y la defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural, la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer… Estos valores no son negociables”.
Pero sobre todo leemos en el evangelio de San Mateo: “Y dirá a los de su izquierda: Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno, preparado para el diablo y para sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer; tuve sed… Entonces ellos responderán diciendo. Señor, ¿cuándo te vimos hambriento… y no te socorrimos? Él les contestará diciendo: En verdad os digo que cuando dejasteis de hacer eso (matarlos es todavía peor, añado) con uno de estos pequeñuelos, conmigo dejasteis de hacerlo. E irán al suplicio eterno” (Mt 25, 41-46). Además Hechos 4,19 y 5,29 afirman: “Es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres”.
Monseñor Oscar Romero, que será beatificado en Mayo, dijo la víspera de su muerte: “Una ley inmoral nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia, y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado. La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la Ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas de tanta sangre”.
Y ahora una pregunta, válida para los diputados, pero también para nosotros: ¿Entre Dios y el Partido, a quien escogen Ustedes?
Pedro Trevijano, sacerdote