«Mientras me encuentro en la prisión de Phú Khánh, en una celda sin ventana, hace muchísimo calor, me ahogo, siento que mi lucidez flojea poco a poco hasta la inconsciencia; a veces la luz permanece encendida día y noche; a veces está siempre oscuro; hay tanta humedad que crecen los hongos en mi lecho. En la oscuridad veo un agujero en la parte baja de la pared – para que corra el agua -: así que me paso más de cien días tumbado, metiendo la nariz en ese agujero para respirar. Cuando llueve, sube el nivel del agua, y entonces entran por el agujero bichos, ranas, lombrices y ciempiés desde fuera; los dejo entrar: ya no tengo fuerza para echarlos»
Son palabras del Cardenal Van Thuan († 2002) en sus libro «Cinco panes y dos peces». Sin duda expresan una debilidad a la que el ser humano sólo puede sobreponerse cuando una fuerza interior es capaz de mantenerle. «Dios me quiere aquí» ; conoció que debía escoger a Dios en su tribulación.
Cuando tenemos el gozo de recibir estos testimonios, sólo nos viene al corazón el agradecimiento filial. Como fruto de este agradecimiento quisiera compartir con los lectores de InfoCatólica el artículo que escribí para Meridiano Católico en éste último aniversario de la muerte del P. Alba.
El artículo hace referencia al testimonio que ofrecí a los niños del Centro Infantil San Estanislao de Kotska, en Sentmenat – Barcelona -. Al final de mi intervención, les hable de la oración para pedir por los sacerdotes compuesta por el Cardenal Ignatius Kung Pin-mei. Compartí con ellos breves episodios de su vida que recogía una entrevista que le realizó el P. Carlos Miguel Buela. Cuando relaté a los chicos la anécdota estando él encarcelado por el comunismo chino, de que en los pedacitos de papel que podía conseguir, los utilizaba para escribir en ellos las oraciones que recordaba porque temía volverse loco y olvidarlas, recordé el testimonio del Cardenal Van Thuan y comprendí los padecimientos que tuvo que soportar en aquella celda de 1,80x1,20 en la que tuvo que pasar 20 años.
Hoy, que celebramos la Jornada de la Vida Consagrada en este año que el Papa Francisco ha dedicado especialmente a ella, quisiera dejar estas líneas de agradecimiento a Dios y a su Iglesia, por aquellos hijos que fieles a su gracia nos alentaron y siguen orientándonos para que nuestra perseverancia alcance la meta y compartamos la bienaventuranza de estos santos.
Oro, incienso y mirra.
En este último sábado del tiempo de Navidad, víspera del aniversario de la muerte de nuestro querido padre Alba, quisiera exponeros los puntos principales que el Papa Francisco consideró en su comentario al capítulo sexto del San Lucas (ver. 12-19), para conocer mejor la personalidad de Jesús, y con ellos, recordar como el P. Alba con su ejemplo, me transmitió esta particular forma de ser, a la que hemos sido llamados en la Unión Seglar, para vivir como discípulos de Cristo.
En la celebración de ésta última Epifanía del Señor, durante la homilía, el sacerdote predicó sobre el significado de esos tres dones que los santos Reyes Magos ofrecieron al Niño Dios; oro, para exaltar su realeza, incienso para manifestar su divinidad y mirra, reconociendo igualmente su humanidad. En estos tres dones, podemos también contemplar, esos tres rasgos de Jesús que nos ofreció Su Santidad.
Incienso: la Divinidad, la oración; «…salió al monte a orar y paso la noche orando a Dios». Una oración personal, dirigida por cada uno de nosotros, nos afirma el Papa citando las palabras de Jesús en la última Cena dirigidas a san Pedro: «He pedido por ti». Como me han hecho recordar especialmente estas enseñanzas la plática que nos dirigió el P. Alba a su regreso del viaje a Tierra Santa, cuando nos relataba con que emoción oró ante el Calvario pidiendo en particular por cada uno de los miembros de la Asociación. Estos momentos de intimidad con Jesús en la oración he podido vivirlos especialmente en las noches de adoración nocturna en el ambiente de silencio y recogimiento que procuraba inculcarnos de palabra y con su ejemplo. Recuerdo también de sus últimos días de convalecencia, al regresar de su estancia hospitalaria, su deseo de acudir a la capilla para ofrecer su oración ante Jesús sacramentado.
Oro: la realeza, la elección: «…Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos y escogió de entre ellos a doce». Una llamada que procede de Dios, recalca el papa Francisco: «No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido». Elegidos por Cristo, especialmente el día de nuestro bautismo. En este acto de ser elegidos, nos enseña el Papa, Dios nos muestra su amor. Uno de los momentos más esperados en nuestra incorporación a la Asociación era el día que el Padre nos confirmaba que podíamos hacer la Promesa en el Tibidabo. Elegidos para comprometernos en la obra apostólica realizada por la Unión Seglar. Como el Señor, el P. Alba no dudaba en confiar su obra a «gente común». En nuestras filas tampoco se podían encontrar personas importantes según los criterios del mundo. Particularmente, en este punto, debo hacer memoria del día que me pidió que no abandonara los estudios universitarios, pues deseaba que continuara de profesor en el Colegio. No consistió simplemente en una petición, tuvo que hacerse cargo de los costes económicos que mi dedicación a los estudios conllevaban, pues por aquéllos años ya estaba casado y esperando el tercer hijo.
Mirra: La humanidad, la proximidad: «…se paró en un a llanura con un grupo grande de discípulos y una gran muchedumbre del pueblo…venían a oírlo y a que les curara de sus enfermedades…y toda la gente trataba de tocarlo». Esta cercanía que resalta el papa Francisco sobre la personalidad de Jesús, la vivía el P. Alba en sus atenciones con todos aquéllos que requerían de su consejo, su colaboración personal e incluso de su exigua economía. No es difícil recordarle en multitud de ocasiones desplazándose por los distintos puntos de España para fortalecer con su presencia a las distintas Uniones Seglares. Nuestro Señor ha bendecido su esfuerzo generoso con numerosas a la vida consagrada. En este aspecto de la personalidad del padre Alba, quisiera destacar esa iniciativa que mostraba para obrar sin esperar a que se le pidiera, lo que venía a constatar su constante atención por todo cuanto ocurría entre las ovejas de su rebaño. Con dos anécdotas quisiera ilustrar este rasgo de su humanidad, el primero, cuando cedió a mi esposa su propio automóvil al quedarnos sin coche a causa de un accidente y el segundo, al ofrecernos la posibilidad de que nuestros hijos – seis – utilizaran los servicios de comedor del Colegio, para favorecer con ello el descanso de mi esposa cuando dio a luz a nuestra última hija.
El Santo Padre, en su predicación, afirmaba que el trabajo de Jesús ante el Padre, en el cielo, es el de interceder. Es el gran intercesor. Esta verdad me invita a considerar que nuestro querido Padre Alba, que tantas veces rezó por mí ante el Padre en su vida terrenal, lo sigue haciendo desde el cielo. Reverendo padre José Mª Alba Cereceda ¡Ruega por nosotros!
Fernando García Pallán