Aunque se da en ambos sexos, es bastante más frecuente la homosexualidad masculina que la femenina. La homosexualidad masculina y la femenina se diferencian en bastantes cosas, si bien tienen puntos comunes, como por ejemplo en las chicas la necesidad de sentirse apreciada por su madre. La raíz del lesbianismo parece ser el rechazo inconsciente de la niña de su identidad femenina. Falla la identificación con la madre, necesaria para acceder a la feminidad. Muchas mujeres con tendencias lésbicas sintieron en su infancia una falta de comprensión por parte de su madre, especialmente por falta de diálogo o de tiempo dedicado a ellas, lo que les originó una falta de autoconfianza. Por ello las relaciones saludables con la madre ofrecen la base más importante para la incorporación a la feminidad y a la heterosexualidad. Con frecuencia ha sucedido también que muchas madres de mujeres lésbicas les hicieron creer que ser mujer es una desgracia y que la relación con los hombres es un sufrimiento. Muchas de ellas se lamentan también que no tuvieron amigas verdaderas durante la adolescencia. Pero los estudios ponen de manifiesto que el modo como la mujer vive su homosexualidad es notablemente diferente a cómo la vive el varón. En la mujer suele predominar la afectividad sobre las manifestaciones sexuales. El deseo impersonal, tan desarrollado en los varones, es casi inexistente en ellas y la promiscuidad también es más rara. Existe con frecuencia entre las lesbianas una identificación con la figura del padre, acompañada de manera paradójica de un asco sentido por la imagen masculina, lo que conlleva una desconfianza y un rechazo sexual a los hombres.
El papel más adecuado para el padre, para el desarrollo de la identidad femenina de su hija, es reflejar las diferencias entre su hija y él con respeto y cariño, brindándole amor y estima positiva, de tal modo que la hija se sienta merecedora del amor de otro hombre. Pero no olvidemos que hay otros factores, como los abusos sexuales, que pueden llevar a la homosexualidad o al lesbianismo. El erotismo también es más difuso y agarra plenamente a la persona en la relación. La lesbiana puede adoptar actitudes viriles o, por el contrario, de sumisión y buscar compañeras complementarias a su perfil activo o pasivo.
El lesbianismo es un mecanismo de defensa que el «yo» organiza porque intenta escapar de la angustia que le produce el sexo opuesto. La preocupación principal de la chica se encuentra en sus propios sentimientos de soledad, en el distanciamiento y rechazo que sufre, en su baja autoestima. Debido a la menor relación entre erotismo y genitalidad, ellas potencian más lo afectivo, la ternura y los sentimientos en sus relaciones que los varones, por lo que pueden vivirla más fácilmente sin levantar sospechas e incluso ignorándola ellas mismas, pues por otra parte es frecuente el caso de mujeres heterosexuales, que por la falta de delicadeza del varón, realizan con disgusto sus relaciones sexuales. No nos olvidemos además que el lesbianismo no apaga el instinto maternal de las mujeres, por lo que para ellas es mucho más fácil llevar una vida matrimonial que para un varón homosexual, no siendo raro, si encuentran el hombre adecuado, llegar a la heterosexualidad. Se da en la homosexualidad femenina más monogamia, constancia y fidelidad que en la masculina, pero tampoco en ellas las relaciones suelen durar más de unos pocos años. Incluso no es infrecuente que la misma mujer pase varias veces del lesbianismo a la heterosexualidad y viceversa. Tal vez por ello, muchas de ellas consideran la homosexualidad como algo más adquirido que innato, al contrario que los varones.
La homosexualidad femenina aparece en ocasiones ya en la edad adulta, no siendo raro que la experiencia heterosexual preceda a la relación homosexual, que a veces se inicia sólo tras varios años de matrimonio o convivencia heterosexual. Hay mujeres que incluso afirman que han escogido libremente su lesbianismo. Para algunas de ellas se trata de una opción política y el modelo por excelencia de una visión feminista del mundo. Los heterosexuales y las heterosexuales no tendrían, nos dicen, por qué tener el monopolio de lo que es normal, ni el de decidir lo que está bien o está mal en los que tienen una sexualidad diferente. La visión cristiana de la sexualidad resultaría para ellas, una visión patriarcal y por tanto opresora de la mujer.
Pero lo mismo que en los varones, afirmamos que la reorientación sexual es posible, por lo que la actitud fatalista no está justificada. La abstinencia es recomendable, puesto que la castidad, con la ayuda de la gracia, es posible, tanto más cuanto que la gracia no destruye la naturaleza, sino que la perfecciona. Pero no olvidemos tampoco los remedios humanos, ayudándoles a encontrar un clima sereno en el que puedan avanzar hacia una mayor madurez en sus relaciones con Dios y con los demás. En cuanto a los padres, aunque sus hijos anden por caminos contrarios a su sensibilidad moral y al recto orden de lo sexual y del matrimonio, nunca deberán dejar de querer a sus hijos y han de mantener siempre abierta la posibilidad que sus hijos encuentren en ellos cobijo y calor. Y los demás no olvidemos nunca que en el ser humano prima la persona sobre la sexualidad y que somos hijos de Dios.
P. Pedro Trevijano, sacerdote