Las noticias y repercusiones del último Sínodo Extraordinario han inquietado al mundo católico, especialmente el asunto de la comunión de los divorciados vueltos a casar. Muchos consideraron que afirmar que esas parejas debían ser tratadas y acogidas con amabilidad constituía una apertura de la Iglesia y en especial del Papa Francisco, como si fuese una gran novedad.
En realidad, San Juan Pablo II ya escribió, en 1981, en su Exhortación Apostólica Familiaris Consortio (Nº 84): «La Iglesia, en efecto, instituida para conducir a la salvación a todos los hombres, sobre todo a los bautizados, no puede abandonar a sí mismos a quienes –unidos ya con el vínculo matrimonial sacramental– han intentado pasar a nuevas nupcias. Por lo tanto procurará infatigablemente poner a su disposición los medios de salvación [...] Exhorto vivamente a los pastores y a toda la comunidad de los fieles para que ayuden a los divorciados, procurando con solícita caridad que no se consideren separados de la Iglesia, pudiendo y aun debiendo, en cuanto bautizados, participar en su vida. Se les exhorte a escuchar la Palabra de Dios, a frecuentar el sacrificio de la Misa, a perseverar en la oración, a incrementar las obras de caridad y las iniciativas de la comunidad en favor de la justicia, a educar a los hijos en la fe cristiana, a cultivar el espíritu y las obras de penitencia para implorar de este modo, día a día, la gracia de Dios. La Iglesia rece por ellos, los anime, se presente como madre misericordiosa y así los sostenga en la fe y en la esperanza».
San Juan Pablo II, fiel a la Tradición doctrinal de la Iglesia, añadía: «La Iglesia, no obstante, fundándose en la Sagrada Escritura reafirma su praxis de no admitir a la comunión eucarística a los divorciados que se casan otra vez. Son ellos los que no pueden ser admitidos, dado que su estado y situación de vida contradicen objetivamente la unión de amor entre Cristo y la Iglesia, significada y actualizada en la Eucaristía. Hay además otro motivo pastoral: si se admitieran estas personas a la Eucaristía, los fieles serían inducidos a error y confusión acerca de la doctrina de la Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio».
Es conocido que hubo varias propuestas más liberales en ese sentido. Ya en 1994, sin embargo, en la «Carta a los obispos de la Iglesia Católica sobre la recepción de la comunión eucarística por parte de los fieles divorciados que se han vuelto a casar» (Nº 6), el Cardenal Joseph Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, posteriormente Benedicto XVI, explicaba: «frente a las nuevas propuestas pastorales arriba mencionadas, esta Congregación siente la obligación de volver a recordar la doctrina y la disciplina de la Iglesia al respecto. Fiel a la palabra de Jesucristo, la Iglesia afirma que no puede reconocer como válida esta nueva unión, si era válido el anterior matrimonio. Si los divorciados se han vuelto a casar civilmente, se encuentran en una situación que contradice objetivamente a la ley de Dios y por consiguiente no pueden acceder a la Comunión eucarística mientras persista esa situación».
Se podría preguntar por qué tanta severidad. El Catecismo de la Iglesia Católica nos responde que la Iglesia no posee ningún poder de dispensa cuando se trata de disposiciones de derecho divino (Nº 1640).
Dom Fernando Arêas Rifan, obispo de la Administración Apostólica Personal San Juan María Vianney