Las lecturas de hoy (5/10/2014) nos hablan de la viña que Dios plantó en el pueblo de Israel. Fue mimada para «que diese uvas, pero dio agrazones», y tuvo que ser trasplantada definitivamente de Israel a la Iglesia. Auténtica viña del Señor, no se identifica con cultura ni territorio concreto, sino que se reinjerta una y otra vez en los avatares de la historia. Nació en el Imperio Romano, pero cuando éste cayó, la viña de fuertes raíces permaneció arraigada en la naciente Europa, surgiendo la Cristiandad. Abonada por el derecho romano, la filosofía griega y la fe cristiana, dio sus buenos frutos: el derecho, las catedrales, la ciencia, los derechos humanos, la filosofía, las universidades, y todas las grandes producciones artísticas, culturales, jurídicas y morales de la humanidad, acrisoladas por el pensamiento cristiano. Aunque siempre crecieron en ella malas hierbas y enfermedades (herejías, guerras…), Europa las supo podar y escardar, logrando conservar su esencia y ser ella misma a través de los siglos.
Pero desde el siglo XVIII la viña ha caído en manos de unos viñadores homicidas que, nacidos y criados con sus uvas, renunciaron a su origen y se rebelaron contra la vid verdadera. En nombre del progreso, la libertad y otras ideas cristianas vueltas locas, arrancaron las cepas viejas y las sustituyeron por otras que dan un vino malo con el que una Europa embriagada se tambalea: aborto, derechos animales, eutanasia, matrimonio gay, capitalismo salvaje, sexualidad hedonista y estéril, cientificismo, ideología de género, relativismo, positivismo jurídico, antinatalismo, secularismo laicista… Empujaron fuera de la viña al propio Cristo hasta expulsarlo de las universidades, acabar con las capillas escolares y quitar crucifijos, y no pararán hasta cerrar capillas en hospitales y universidades, expulsar la clase de religión, prohibir procesiones, los toros, y en general extirpar todo lo que huela a las viejas vides y su vino viejo y bueno.
Prefieren el vino malo, convencidos de que el vino nuevo es siempre mejor. Las tapias de la viña se desmoronan en un suicidio cultural provocado, no por los de fuera (que entrarán a pisotearla, claro), sino por los de dentro. Mientras los siervos se quedan mirando, la viña es saqueada. Será arrancada del suelo europeo y entregada a un pueblo que dé sus frutos en otros continentes. Esto se repetirá hasta la venida del amo algún día para hacer la vendimia; mientras tanto, algunos aquí saborean el ácido de los agrazones y se embriagan con su vino malo. Otros esperamos el vino bueno, que se guarda para el final.
Ignacio Rodríguez Coco
Publicado originalmente en Diócesis de Zamora