La decisión del Señor Rajoy de retirar el anteproyecto de Ley del Aborto que tenía ya preparado su Partido y mantener en su sustancia la Ley sobre el Aborto del 2010 ha provocado una tormenta política. Su decisión me ha molestado no sólo porque, y es lo más importante, a partir de ahora el genocidio del aborto cuenta con su apoyo explícito, sino que además porque a los que hemos creído en su programa electoral nos considera imbéciles intentando retener nuestro voto con su argumento que no vale la pena poner una ley que el Gobierno siguiente va a derogar, cuando en este caso cada día que la Ley esté derogada, significa salvar unas cuantas vidas.
Es indudable que el derecho a la vida no es un derecho humano como los otros, sino el derecho humano fundamental, porque es la base de los demás derechos. El artículo 3 de la Declaración de Derechos Humanos de la ONU reconoce ese derecho y el propio Rodríguez Zapatero dijo en Ginebra el 24 de Febrero del 2010, en las fechas que el Parlamento aprobaba su Ley del Aborto, estas hermosas palabras: «el derecho a la vida, el valor de la vida es el principio fundamental de la concepción y del despliegue de los derechos humanos». Lástima que se refiriera tan solo a la pena de muerte y no a los derechos de los que todavía no han nacido.
El aborto procurado consiste en realizar la muerte del óvulo fecundado, embrión o feto humano dentro del seno materno. Sus defensores tratan de negar su carácter humano diciéndonos que el embrión y el feto no son más que un amasijo de células, que forma parte del cuerpo de la madre, y que, aunque haya vida, no son un ser humano.
Falsedad primera. El embrión o feto no son más que un amasijo de células. La Genética, la Biología Celular y la Embriología nos enseñan que la vida empieza en la fecundación, como dice cualquier manual de estas ciencias. Cualquier veterinario nos dirá además que en los mamíferos el embrión y el feto son ya considerados miembros de su especie, siendo desde la fecundación su vida esencialmente dinámica sin poder estacionarse en un momento determinado. La ciencia hoy tiene bien claro cómo y cuando se inicia la vida.
Falsedad segunda. El embrión o feto forma parte del cuerpo de la madre. Ciertamente necesita de la madre para poder vivir. Pero ya desde la fecundación su identidad genética es distinta de la de sus padres, con su ADN propio. Es un ser distinto y no puede confundirse con su madre, aunque esté implantado en ella. Incluso su grupo sanguíneo puede ser diverso del de su madre.
Falsedad tercera. Aunque haya vida, no es un ser humano. Aquí está la célebre tontería de Bibiana Aído cuando dijo aquello de « un embrión de menos de trece semanas es un ser vivo, claro, lo que no podemos hablar es de ser humano porque eso no tiene ninguna base científica». Recuerdo que en un debate televisivo saqué la foto de un feto de diez semanas. Mi interlocutor abortista quedó tan desconcertado que sólo pudo decirme: «enseñar eso es una frivolidad». Hoy, con los avances de la Medicina cantidad de madres y familiares del todavía no nacido tienen fotos o llevan en el móvil la imagen del bebé. Un embrión humano es el de un ser específicamente humano ya desde la fase inicial de su vida.
A veces los abortistas reconocen que el no nacido es un ser humano, pero anteponen el derecho de la mujer a ser madre libremente. Esto no es así porque la mujer ya es madre y su dilema es ser madre de un hijo vivo o de un hijo muerto, y además asesinado por ella, lo que a menudo provoca serios dramas psíquicos, llamados el síndrome postaborto. Recuerdo que en cierta ocasión un compañero sacerdote me contó que una proabortista le censuró su postura provida. El sacerdote le contestó: «Vosotras colaboráis a que haya abortos y luego os desinteresáis de las que han abortado. A nosotros nos toca ayudar a esas mujeres que habéis dejado hechas unos guiñapos s fin de conseguir que vuelvan a ser personas».
P. Pedro Trevijano, sacerdote