A esa pregunta ha de responderse con la respuesta clara de: «Moral de Actos Y de Actitudes». El problema es colocar la disyuntiva entre ambas. Y esa disyuntiva ha llevado...y sigue llevando, a una confusión tremenda en la formación a todos los niveles. Examinemos el tema:
Los defensores a ultranza de la «moral de actitudes» beben sobre todo de las teorías de Bernard Häring, teólogo modernista que pretendió la «refundación de la Iglesia» a través de su lamentable libro titulado «Las Cosas deben cambiar»; y en España los seguidores de esta tendencia asumen las enseñanzas de Marciano Vidal (discípulo aventajado de Häring), el cual con su teoría contribuye a la práctica eliminación de la moral católica sobre la sexualidad. Ambos modernistas parten de la base reguladora de la «Actitud» como principio de examen de conciencia. Es decir: el «pecado» existe en la persona cuando su actitud es pecaminosa, pero no cuando sucede UN ACTO pecaminoso. Dicho acto, al ser aislado y no encadenado en otros, no es actitud y, por tanto, no tiene relevancia moral o si la tuviera sería muy reducida. Entonces se plantea la fatal y confusa disyuntiva: ¿Moral de actos o de actitudes?... y se responde con al axioma: «Moral de Actitudes SI, pero no de actos aislados». La consecuencia inmediata de esta conclusión, que carece de fundamento bíblico, supone para el católico el silencio de la conciencia de pecado y a la vez la recepción indebida de la Eucaristía. Veamos esto con ejemplos:
1: Faltar en domingo a Misa es pecado mortal. Pero si falto UN solo domingo no es pecado ya que habitualmente voy a Misa los domingos. Entonces acudo a comulgar sin haberme confesado de un pecado aislado ya que ese pecado no se ha convertido en actitud.
2: Tener relaciones sexuales antes de la boda es pecado mortal. Pero si eso sucede alguna vez, de forma esporádica, NO es pecado ya que cada cual vive en su casa y no se ha formalizado una actitud de regularidad en los encuentros íntimos. Entonces acudo a comulgar sin confesarme ya que ese pecado aún no es actitud.
Fijémonos bien que, en ambos ejemplos, la sutileza diabólica que mezcla mentira con algo de verdad es realmente letal para la conciencia. Esos argumentos son aceptados HOY por una gran mayoría de católicos ya que NO se niega el pecado sino que SI se afirma la actitud pecaminosa. Pero la respuesta al argumento modernista en realidad es muy sencilla:
En ambos casos, 1 y 2, no se cae en la cuenta de que la ACTITUD es la consecuencia de una repetición de ACTOS. Por tanto, sin un PRIMER ACTO nunca se llegaría a la ACTITUD, pues jamás aparece ésta por «generación espontánea». Por tanto hay que recordar, a voces..., que un acto pecaminoso es PECADO GRAVE aunque no se haya convertido en actitud, pues precisamente si se despoja al acto malo de su maldad, entonces la conciencia lo repetirá, sin sentido moral de pecado, y fácilmente... y rápidamente... se llegará a la actitud que debiera llamarse mejor VICIO.
Los modernistas que defienden la moral de actitudes frente a la de los actos afirman que de ese modo se acaba con el rigorismo y la casuística. Pero omiten reconocer que al no reconocer cada acto pecaminoso en su maldad, la conciencia inicia una peligrosa dinámica de auto-justificación cuyo inevitable final será la drogadicción de la misma conciencia para creer que vive en el BIEN mientras está ahogada en el MAL, pero un mal «balsámico» que impide ver la realidad como es.
Ante la teoría modernista de la moral de actitudes hay que responder NO con un rechazo del examen de conciencia incluyendo actitudes. Hasta es bueno redundar la idea de que al confesarse no se trata sólo de «contar pecados» sino también de profundizar si éstos son causa, y consecuencia, de tendencias ya adquiridas en el mal. Por ello no se trata de decir NO al examen moral de actitudes, sino de decir SI a ese examen pero con la inclusión necesaria de lo ACTOS. De ese modo, examinando actos concretos y actitudes adquiridas, caminaremos en la verdadera doctrina católica.
P. Santiago González, sacerdote