El inminente sínodo y, en especial, la cuestión de los divorciados «vueltos a casar» con rito civil podrían ser una ocasión para reflexionar, de nuevo, sobre las condiciones que hacen fructífera la comunión sacramental y sobre la frecuencia con la que recibir este sacramento.
El Concilio de Trento no había prescrito una frecuencia determinada. Entonces se estableció el precepto de recibir la comunión al menos una vez al año. […] Si bien a continuación muchos autores espirituales recomendaron la comunión frecuente, no fue hasta el decreto «Sacra Tridentina Synodus», promulgado por la sagrada congregación del Concilio el 20 de diciembre de 1905, cuando tuvo lugar un cambio.
Este documento, promulgado por iniciativa del Papa Pío X, declaraba deseable la comunión frecuente, incluso diaria, e invitaba por consiguiente a los fieles a recibirla a menudo.
Sin embargo, Pío X dictó algunas condiciones para la comunión frecuente. Los fieles no tienen que recibirla por costumbre, por vanidad o por respetos humanos; sobre todo, deben estar libres de pecados graves o tener la intención de no pecar más, según la palabra de San Pablo: Que cada uno reconozca el cuerpo del Señor y no coma o beba su propia condena al recibirlo indignamente (cfr. 1 Corintios 11, 27-29).
Ni siquiera entonces se podía, por lo tanto, pensar en una invitación general y sin restricciones a recibir la comunión sacramental, con mayor razón si tenemos en cuenta que en esa época regían reglas más restrictivas que las de ahora sobre el ayuno eucarístico. De hecho, en muchos casos la comunión se distribuía sólo durante la primera misa matutina dominical.
Empero, las condiciones para recibir la comunión sacramental, que en la época de Pío X aún se consideraban obvias, no han vuelto casi a ser recordadas por la Iglesia en los últimos decenios. En práctica, lo que hoy queda de las indicaciones de Pío X es solamente la invitación a la comunión frecuente, que se interpreta incluso como una invitación dirigida a todos los presentes en la celebración. La comunión sacramental es vista, actualmente, como una parte obligatoria del rito de la misa, como pueden serlo el signo de la cruz hecho con el agua bendita o el intercambio de la paz.
Es necesario por tanto que haya, también en referencia a los «vueltos a casar» con rito civil - pero no solo -, un cambio de mentalidad. Si las condiciones mencionadas por el Papa Pío X para acercarse a la comunión sacramental se aplicaran aún en la praxis pastoral, la cuestión sobre la comunión sacramental de los «vueltos a casar» con rito civil se plantearía en un contexto más amplio y más favorable para ellos. Estos fieles ya no serían las únicas ovejas negras discriminadas porque, como es sabido, no existe sólo el sexto mandamiento; hay diez.
Además, la problemática sobre la comunión sacramental de los «vueltos a casar» con rito civil se ha ido agravando en los últimos decenios a causa del empobrecimiento litúrgico de la vida eclesial. La liturgia, en algunas parroquias, ha quedado reducida únicamente a la celebración eucarística. Las distintas formas de piedad popular, las diferentes funciones religiosas, la adoración eucarística, la recitación comunitaria del rosario o del breviario han sido cada vez más marginadas.
Sin duda, la eucaristía es «fuente y cumbre de toda la vida cristiana (Lumen Gentium, 11). Pero la reducción de las formas que preparan y conducen a esta cumbre acentúa la difícil situación en la que se encuentran quienes, por cualquier motivo, no pueden acercarse a esta fuente cristiana porque sus condiciones personales de vida no se lo permiten.
Esta reflexiones muestran que el debate sobre los fieles «vueltos a casar» no puede llevar a ningún resultado útil si se sigue limitando a la cuestión de si pueden o no recibir la comunión.
El modo de proceder del cardenal Kasper ignora principios teológicos de la doctrina de la Iglesia sobre el sacramento de la penitencia, el matrimonio y la eucaristía. Es obvio que no se pueden sacrificar estos principios para «salvar» a la Iglesia. Si el debate permanece en este estrecho margen, corre el riesgo de bloquearse.
Queda, por tanto, como única solución desarrollar y poner en marcha una pastoral específica para los fieles «vueltos a casar» que respete la doctrina de la Iglesia. La Iglesia debe ocuparse, además, del empobrecimiento litúrgico que se ha creado en los últimos decenios. Por último, debe volver a estudiar y poner en discusión a nivel de Iglesia universal la cuestión del acercamiento digno y fructuoso a los sacramentos.
Si se pudiera poner en marcha al menos sobre estos puntos una profundización de la doctrina de la Iglesia y una renovación de la pastoral, las dos próximas sesiones del sínodos estarían bien empleadas.
P. Martín Grichting, vicario general de la diócesis de Chur (Suiza)
Publicado originalmente en su traducción al español en el blog de Sandro Magister