El 24-V-2008 publiqué en Religión en Libertad un artículo titulado “La Iglesia y la masturbación”, en el que enfocaba este tema sobre todo desde el punto de vista moral, y me remitía al nº 2352 del Catecismo de la Iglesia Católica de Juan Pablo II. Ahora me voy a referir también a la masturbación, pero desde otros puntos de vista.
La masturbación es un fenómeno estadísticamente común, que no es lo mismo que normal o correspondiente a la naturaleza humana, especialmente en la adolescencia, siendo una realidad que afecta a la gran mayoría de los chicos, y, en menor grado, a las chicas. Por frecuente que sea en ciertos momentos de la evolución sexual, no deja de ser una imperfección. Sus motivos además pueden ser muy distintos: desde cuando brota por la tensión biológica en una etapa evolutiva, a pesar de los esfuerzos por controlarse, hasta una despreocupación por los valores del sexo, debida a la falta de limpieza interior. Sus causas principales son carencias afectivas o una actividad insuficiente que hacen que no se pueda vivir plenamente una vida de relación y se recurra entonces a ella. En todo caso no constituye una respuesta obligada y necesaria, sino que puede ser objeto de autodominio. Hay bastantes personas, incluso adolescentes y jóvenes, que consiguen evitarla y no son unos reprimidos, sino que por el contrario son personas verdaderamente libres porque controlan sus pasiones y no se dejan dominar por ellas. Lo que reviste verdadera importancia para la maduración y equilibrio de la persona es la forma de vivir el sexo en su conjunto y no como mera genitalidad.
Desde el punto de vista médico ordinariamente no tiene consecuencias dañosas, excepto en casos de frecuencia excesiva u obsesiva.
Desde el punto de vista ético no falta quien dice que es un acto plenamente natural, como válvula de escape y conocimiento de sí mismo, siendo incluso positiva, porque te permite conocer tu cuerpo. En realidad es una acción mala, porque la sexualidad es algo social, por lo que dirigirla hacia uno mismo es algo equivocado, puesto que no puede vivirse en toda su riqueza en forma solitaria. La masturbación hace que la sexualidad, que debe estar al servicio del amor y de la comunicación entre personas, se dirija al propio sujeto, encerrándole en sí mismo, y dificultando el paso a una mayor apertura y madurez. Una señal de esto es que es muy poco corriente que alguien la haga en un momento en que está contento y de buen humor. Pero la mejor manera de superarla, no es obsesionarse con ella, sino salir de sí mismo por el cumplimiento del deber, el deporte y el buscar hacer el bien con generosidad. Tanto más cuanto que el dominio de sí y la autodisciplina no significan esclavitud, sino suponen mayor libertad y son también necesarios en y para el amor.
Pero, sobre todo, el vicio solitario generalmente representa una manifestación de egoísmo que dificulta o impide el paso a un amor más generoso y heterosexual, y por ello en cuanto fuente de egoísmo bloquea o al menos dificulta la progresiva apertura de la personalidad, por lo que la masturbación es combatida por muchos moralistas, no sólo creyentes, sino también ateos, aunque en bastantes casos, se ha pasado del rigorismo exagerado de las viejas teorías a un laxismo igualmente excesivo (hecho biológico, etapa obligada, etc.). Para bastantes psicólogos y gran cantidad de nuestros jóvenes la masturbación es algo natural que no contiene en sí nada malo, asombrándose si les dices que está mal. No hay que olvidar la tendencia que tenemos a creernos aquello que nos conviene y a tirar por el camino más cómodo, por lo que hay que insistir en que la masturbación está prohibida por la Iglesia porque es mala, y no es mala porque está prohibida.
Pero, incluso actualmente, muchos psicólogos no dejan de señalar los peligros que le son inherentes y que se manifiestan con relativa facilidad cuando se convierte en un hábito adquirido: el retraso en la apertura a los demás, el riesgo de quedarse en un estadio narcisista, la excesiva genitalización del sexo, la búsqueda de sí mismo en el propio acto sexual, el utilizarla como una evasión para escapar a otros compromisos o evadir otros problemas, el debilitamiento de la fuerza de voluntad y del dominio de sí, la falta de confianza en sí, la mayor dificultad para concentrarse en el estudio, son las consecuencias más frecuentemente señaladas. El placer de quien se masturba es ilícito no por el hecho mismo de ser placer, sino porque su acción es desordenada, ya que al ser un acto individual, egocéntrico y sin relación interpersonal no corresponde a los requisitos de la sexualidad humana madura y por tanto tiene que ser rechazada. Conviene insistir además, que contrariamente a lo que muchos creen, y aunque se realice en soledad, no por eso deja de concernir a los demás, pues al afectar a la persona, al cerrarla en sí misma, afecta también a sus relaciones interpersonales, que serán distintas, pues ningún acto nuestro deja de repercutir en los demás. Una sexualidad egocéntrica no toma en serio la presencia del otro como persona, sino que la reduce fácilmente a objeto de consumo o de intercambio de conductas sexuales. Para evitarlo hay que cultivar el respeto propio y del otro si queremos vivir una sexualidad sana y constructiva, que nos permita relaciones interpersonales positivas. De hecho, cuando en un noviazgo dominan el cariño y el respeto hacia el otro, uno de sus primeros efectos es la disminución e incluso la desaparición de la práctica de la masturbación.
Pedro Trevijano, sacerdote