El título del artículo denuncia una inquietante realidad que ya está enraizada en nuestras comunidades cristianas sobre todo de occidente. Y a esta altura de la cuaresma conviene reflexionar sobre ello, con sentido sanamente crítico, porque dentro de pocas semanas llega la Pascua y en todas nuestras parroquias vuelven a celebrarse las multitudinarias Misas de primera comunión que, en si mismas, son una maravillosa noticia que representa la continuidad de la fe en nuestros niños, pero que, en la realidad que supera con mucho la apariencia, se han convertido de forma mayoritaria en un impresionante espectáculo sociológico que rebaja lo «católico» a los meramente consumista. Hagamos examen concreto de esta situación, con valentía y sin falsas alegrías:
El mismo título de «Primera Comunión» es ya contradictorio. Los datos están ahí: la inmensa mayoría de los niños que hacen la primera comunión ya no hacen la segunda al siguiente domingo. Es, en muchos casos, la «primera y última». ¿No es esto un abuso contra el Sacramento?
En muchos casos las Misas de primera comunión se convierten en cesta de originalidades modernistas que reducen o eliminan del todo el carácter sacrificial de la Misa, cuando no transforman algunas partes de la misma en insólitas payasadas. ¿No es esto un abuso contra la Liturgia?
Muchos padres de estos niños participan en todo este fenomenal montaje por el aspecto lúdico y civilmente festivo que lo rodea. Acuden a la Misa sin apenas saber seguir la liturgia y hasta en no pocos casos reciben la comunión sin haber confesado para estar así más cercanos a sus hijos. ¿No es esto un abuso de carácter sacrílego?
Las fiestas y regalos masivos que rodean a las primeras comuniones se han disparado a niveles de consumismo increíbles dada la crisis que hoy se vive. ¿No es esto un abuso contra la caridad?
El perfil mínimo de catequista (básico de «católico practicante») en no pocos casos no se da, y por una parte tenemos catequistas que no van a Misa de forma regular, y otros que van mientras son catequistas (y dejan de ir cuando la catequesis como «función» ha terminado). ¿No es esto un abuso contra la honestidad?
¿Y porqué se dan todos estos abusos y se mantiene una «inercia de pasividad pastoral» ante los mismos?; esta es mi opinión en forma de respuesta:
- Prima más la CANTIDAD (el número) que la CALIDAD. Interesa que siga rodando una rueda que no se detiene pero que gira sobre si misma sin avanzar.
- Se pretende hasta la saciedad presentar una «nueva fe» que regala la Resurrección sin pasar por la, Cruz. Una Misa sin carácter de sacrificio es olvido del Amor de Dios por nosotros, y droga para la conciencia que no quiere saber nada de compromiso y lucha ascética
- La Eucaristía asumida como SÍMBOLO y despojada de PRESENCIA REAL se convierte en una mera señal de solidaridad humana sin fondo sobrenatural alguno. Y unido a ello la pérdida de sentido de pecado hace que se destruya todo planteamiento moral de disposición para comulgar.
- Se consigue que el niño que hace la comunión lo recuerde como un día de fiesta divertida donde todo recuerdo de unión con Cristo se reduzca, con perdón de la expresión, a tomar la «galletita».
- La secularización interna en la Iglesia es tan tremenda que el perfil del catequista se valora desde la sola pedagogía y simpatía humana, sin considerar que la oración y la congruencia de vida es la base de todo apostolado.
Primeras comuniones: Abusos a montones. Terrible realidad que debería interpelar nuestras conciencias (cada cual desde su ámbito de responsabilidad), pues esta PRAXIS ABUSIVA de apariencia beatífica es en verdad una «tradición» de lobo con piel de cordero.
P. Santiago González, sacerdote