Tal como les comenté en mi último artículo, la Navidad también es para laicistas. Debo comenzar diciendo que el laicista es una tipología humana no encasillable en ninguna de las clasificaciones estándar.
Por ejemplo, el ateo es un tipo de humano encasillable en el grupo de los que no creen en nada, y no se da cuenta de la contradicción de su pensamiento dado que creen en que no creen, luego ya creen en algo. El ateo suelen dejar en paz a los que tenemos creencias religiosas. Otro tipo humano es el incrédulo, que no es exactamente un ateo sino que pertenece a esa tipología de los que presumen de estar de vuelta de todo, incluso de ellos mismos. Tienen un sentir escalofriantemente escéptico y suele ocurrir que tarde o temprano acaban en el nihilismo.
El incrédulo tiene muchos puntos en común con el escéptico pero se diferencia de aquel en que éste duda y vacila. Al escéptico le gustaría creer, su mente y su corazón le llaman hacia la esperanza pero está cubierto por un manto de pesimismo que le hace titubear continuamente. Hay otra tipología humana que es la de los despreocupados. Estos suelen acabar en la indiferencia e incluso en el estoicismo. Son un tipo de personas a quienes no hay nada que les haga reaccionar y salir de su molicie.
Existe un conjunto humano formado por tipologías distintas pero con muchos puntos en común: los antirreligiosos, anticlericales, heterodoxos, iconoclastas e incluso apóstatas. Todos ellos odian no a la religión, sino al cristianismo y concretamente al catolicismo y a la Iglesia. Suelen tener creencias religiosas, para-religiosas o filosóficas e incluso creen en la magia, la hechicería, el ocultismo.
El laicista comparte muchos puntos en común con todas estas tipologías humanas, especialmente su odio al Catolicismo y a la Iglesia, pero se diferencia de todos ellos en que es como el perro del hortelano, que ni come ni deja comer. No cree en nada ni quiere que los demás creamos en nada. Durante las tres últimas décadas los laicistas han venido intentando la supresión de toda expresión pública de Cristianismo y su sustitución por la recuperación de otras manifestaciones religiosas y filosóficas. De tal manera, en estas dos primeras décadas del siglo XXI se han subido al carro de la Nueva Era y han maniobrado con el objetivo de eliminar al Cristianismo y a la Iglesia Católica.
El procedimiento es el siguiente: primero trataron de fomentar otras religiones y filosofías; segundo, en base al primer punto, tratan de propagar la idea de que la sociedad es multi-religiosa y multi-cultural; tercero, dada esta nueva realidad “multi” la presencia del Cristianismo y de la Iglesia Católica tiene que desaparecer del ámbito público -por lo menos- tanto de culto (procesiones, Misa, Exaltaciones Eucarísticas) como fiestas religiosas. Cuarto, tratan de divulgar un sentir impío, arreligioso, materialista, hedonista e incluso pagano. En estos cuatro puntos se inscribe el ataque laicista a la Navidad y a la Semana Santa, por ejemplo.
Respecto al ataque a la Navidad el primer paso ha sido quitar a ésta su significado (nacimiento de Dios que se hace niño) y llenarlo de otros contenidos como fiesta, comilona, borrachera, vacaciones, materialismo-consumismo. Al mismo tiempo se intenta que vayan desapareciendo los símbolos e imágenes cristianas (la estrella de Belén, los Reyes Magos, la Sagrada Familia, el Belén) y los lemas y expresiones cristianas que son sustituidos por gordos vestidos de rojo, luces en formas irregulares o de halos y nimbos, letreros con “felices fiestas”. Esta fase la llevamos viviendo en España especialmente durante los últimos veinte años.
El segundo paso en este proceso es la sustitución de la Navidad por otros acontecimientos aparentemente neutros y que tienen relación con el ambientalismo y el naturalismo. Cuestión ésta que es aprovechada para fomentar otros “mundos” de creencias idolátricas precristianas. Vamos, fomento directo y abierto del paganismo precristiano. Esta es la fase en la que hemos entrado desde hace unos pocos años.
En lo que al vaciado de la Navidad se refiere, sin ir más lejos, el día 23 de diciembre estaba en un gran centro comercial. Los accesos al centro se hallaban abarrotados de gente que, a empujones, pretendía acceder a la entrada: parejas “multi”, matrimonios, familias. Cuando por fin pude alcanzar la puerta me quede a un lado plantado, como el abeto artificial que adorna el centro de la plaza comercial abovedada. Tras golpes y atropellos la gente accedía a aquel enorme espacio circular que, a modo de recibidor, hacía las veces de gigantesco distribuidor ofreciendo la posibilidad de saciar todas las ansias y deseos de felicidad material que el ser humano pueda soñar. Sin embargo los semblantes de las gentes, sus caras y expresiones no eran de felicidad. Sólo los niños (sobre los 6-10 años) sonreían y pedían a sus papás y mamás juguetes, chuches y -como no- una foto con el ínclito “señor de las nieves” que sonreía -“oh, oh oh”- en su casita de cartón piedra.
Lo dicho, en las expresiones físicas y verbales de la gente que entraba en el país del “todo lo puedo conseguir” no había felicidad ni alegría, ni contento ni satisfacción, ni diversión ni entusiasmo. La expresión más común en los semblantes era de fastidio, el de “es lo que toca”, el de la desgana y apatía, el de la irritación y enfado. No sé si se habrán fijado, o a caso es una impresión mía, pero esta Navidad la gente está más irritable que de costumbre. He observado que cualquier minucia puede provocar un choque, altercado o reyerta.
Sin duda la crisis está potenciando la antipatía y la animosidad en la sociedad. Y es que con una Navidad ya sólo concebida, de forma general, como una fiesta consumista es lógico que cuando llegan las “vacas flacas” el mundo del “todo lo quiero y lo puedo” se desmorone y surja un vacío insoportable e insufrible.
En cuanto a la sustitución de la Navidad por otras fiestas paganas precristianas fíjense en el cartel publicitario que ha llegado a mis manos:
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Dejemos de lado la pésima gramática y ortografía de este escrito y observen la frase final: “feliz solsticio de invierno”. El susodicho establecimiento se ha apuntado a la moda de no celebrar la Navidad, sino las fiestas paganas precristianas de orden naturalista o ambientalista. Esto es lo que vamos a ver y vivir cada vez con más intensidad en la próxima década. Es parte de la “hoja de ruta” marcada por el laicismo integrista y radical comandado por redondos tabernáculos camarillescos. Incluso quizás podamos asistir a una hornada de villancicos laicos y paganos de alabanza al solsticio de invierno.
Pero no se desanimen porque las vacaciones seguirán siendo “de Navidad” y nadie -por muy laicista que sea- estará dispuesto a renunciar a las vacaciones “de Navidad”. Y la paga extraordinaria seguirá siendo “de Navidad” y nadie -por muy laicista que sea- estará dispuesto a renunciar a la paga “de Navidad” ¿Y qué me dicen de la cena o la comida de Navidad? Nadie -por muy laicista que sea- estará dispuesto a renunciar a la cena o comida “de Navidad” y a reunirse con sus familiares y amigos y desearse felicidad, paz y amor.
Y… ¿adivinan ustedes dónde está auténtica felicidad, paz y amor? No, precisamente, en los grandes centros comerciales. Auténtica felicidad, paz y amor es lo que el corazón humano más anhela y ésta, sólo se consigue fijando los ojos en aquel que en Belén de Judá nació pobre entre los pobres y humilde entre los humildes, siendo quien era: Dios mismo hecho niño.
Feliz Navidad y Año Nuevo
Antonio Ramón Peña Izquierdo