Los católicos no somos masoquistas. Partimos del hecho de que no es nada apetecible ponerse en marcha hacia la Plaza de Colón, con una climatología tan dura, y en unas fechas que invitan a la intimidad de la familia. Desde el criterio de la comodidad, nos sería mucho más fácil quedarnos en torno a la estufa, y en todo caso, participando de esa Eucaristía mediante la radio o la televisión. Pero como nuestro criterio de discernimiento no es la “apetencia” sino la “voluntad de Dios”, sugiero cinco razones en pro de la conveniencia de acudir a esa Eucaristía:
1º.- La fuerza de la rogativa: Son palabras del mismo Jesucristo: «Os aseguro también que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos» (Mt 18, 19). El poder de la intercesión del Pueblo de Dios orando en comunión, en favor de la familia y del respeto a la vida, puede tener una eficacia incalculable.
2º.- Clamor de los inocentes: En el día de los Santos Inocentes, prestaremos nuestra voz a los que no la tienen: los 112.138 niños sacrificados el año pasado en España. Ellos no tienen sindicato que les defienda, ni partido político que represente. Su clamor llega al Cielo, ciertamente, pero tiene también que alcanzar al resto de la sociedad, sirviéndose de nuestro pequeño “altavoz”. «Si nosotros callásemos, gritarían las piedras» (cfr. Lc 19, 40).
3º.- Signo visible del Dios viviente: El influjo del laicismo imperante, podrá descolgar las cruces de las paredes, o hacer desaparecer los belenes y demás signos religiosos propios de la Navidad… pero no podrá impedir que nosotros mismos seamos “signos visibles” de la presencia de Dios en el mundo. La fe no sólo entra “por el oído” (Rm 10, 17), sino que también entra “por los ojos”. La multitud que acuda a la Eucaristía del día 28, será un testimonio de que Dios “vive” y “habita” entre nosotros.
4º.- Despertar de nuestro letargo: Pienso con frecuencia que quizás la Providencia divina permite la presente crisis moral, como un medio para hacernos reaccionar ante nuestra mediocridad de vida. A veces ocurre que hasta que no vemos el rostro del mal, no nos entregamos con “determinada determinación”, en palabras de Santa Teresa. La tibieza de los cristianos es uno de los mayores lastres que obstaculiza la llegada del Reino de Dios a nosotros.
5º.- «Confortaos mutuamente» (1 Ts 5, 11): La soledad puede llegar a convertirse en una tentación de desesperanza. Dios ha querido que nos confortemos mutuamente en el peregrinar cristiano. In nomine Domini, vamos a la Plaza de Colón.
+ José Ignacio Munilla, obispo de Palencia