La alegría del Evangelio recorre los siglos y los pueblos de generación en generación. ¡Alégrate Hija de Sión, porque el Señor está en ti!, repetían los profetas y los salmistas. Magnificat, canta la Virgen María al saludar a su prima Isabel. ¡Alegráos en el Señor! dice San Pablo a los Filipenses.
La alegría del Evangelio para una virgen consagrada ¿en qué consiste? Dios está conmigo, desde el vientre materno me escogió para ser su esposa, en la niñez y juventud me cuidó y me hizo conocer su amor de predilección, en la madurez me insertó por pura gracia en el corazón de la Iglesia, dándome «la mejor parte». Hoy Cristo, el más bello de los hombres, el Rey de reyes, el que da la vida por sus ovejas, el camino, la verdad y la vida, ése es mi esposo.
Y la esposa se alegra con su esposo. Mi alegría es la de Jesús, a quien encuentro y reencuentro día tras día, en la salud y en la enfermedad, en el «éxito» y en el «fracaso». Es la alegría de conocer cuánto nos ha amado el Padre al hacernos hijos en su Hijo, la alegría de haber sido elegida por pura gracia para compartir más de cerca su Pasión, Muerte y Resurrección, la alegría de engendrar «por obra del Espíritu Santo», como la Virgen María, nuevos hijos de Dios.
«Están en el mundo, pero no son del mundo». En la oración de consagración el obispo pide a Dios que brille en la virgen consagrada, por el don del Espíritu Santo, «una modestia prudente, una afabilidad juiciosa, una dulzura grave, una libertad casta», que «sepan preferirte sobre todas las cosas» siendo «su honor, su gozo y su deseo». Ésa es mi alegría.
¿Qué he de hacer con esta buena nueva? Guardarla, haciéndola alma de mi vida por la oración y los sacramentos, por la recepción agradecida del don y el perdón de Dios. Compartirla, viviendo en esa novedad del Magnificat y de las Bienaventuranzas, dando la vida para que otros sean también fascinados por su Verdad, su Bondad y su Belleza.
Carmen Ruiz Enriquez, OVC, diócesis de Pamplona y Tudela