Se entiende por incendio un fuego grande que destruye lo que no debería quemarse. Vale también como figura de pasión vehemente, impetuosa; en especial el amor y la ira. Nuestro verano chileno abunda en incendios de la primera especie, propiciados por la sequía, altísimas temperaturas y negligencia de quienes frecuentan nuestras extensas superficies forestales. La hipótesis de piromanía, que a veces se plantea como un chiste, desgraciadamente se confirma de tanto en tanto: hay quienes sucumben al deleite patológico de provocar los mismos fuegos que han hecho profesión solemne de prevenir y sofocar.
Nuestros incendios sugieren una valiosa lección moral: basta una pequeña chispa, un cigarrillo u hoguera no suficientemente apagados, un segundo de distracción o desaplicación, para que en pocas horas un tesoro de vida verde y ornamental, un patrimonio de la naturaleza que tardó siglos en llegar a ser lo que es quede por completo desfigurado y reducido a cenizas. En la génesis de estas catástrofes producidas por el fuego se refleja y nutre el conocido aforismo: «el diablo está en los pequeños detalles». Un pequeño comentario, a modo de sugerencia, timbrado con una mirada oblicua y una sonrisita de «usted comprende» puede destruir en dos minutos la honra de una persona intachable. Un mínimo error de cálculo, fruto de la prisa por concluir el trabajo o del desgano en cumplir con una doble verificación traerá consigo el derrumbe de un puente o de un edificio. La omisión de un dato en apariencia insignificante o la afirmación de un hecho sin proveer su debido sustento bastarán para nulificar un contrato solemne o condenar a prisión a un inocente. El negligente en los pequeños detalles es más peligroso que el delincuente habitual, dado que la desaplicación es más frecuente que el dolo y no sufre el mismo estigma social ni activa los mecanismos de alerta que acompañan al asesino y al ladrón.
La buena noticia es que también Dios está en los pequeños detalles. La mayoría de los santos no llega a serlo por protagonizar episodios espectaculares, sino por una vida jalonada de mil heroísmos silenciosos y cien mil gestos cuya delicadeza y sublimidad son sólo advertidas por Dios y por los que sienten como Dios. Así como el texto no se entiende bien sin el contexto, así los pequeños detalles terminan haciendo las grandes diferencias. En eso el santo se parece al genio: maestros, ambos, en su ininterrumpida atención y total, gozosa dedicación a los detalles insignificantes.
Dios suele manifestarse en figura de fuego inextinguible. Así lo conoció Moisés en el monte Horeb, y así lo percibió Jerusalén en la mañana del Pentecostés cristiano. El fuego es figura del amor, que nunca dice «basta». Esta «piromanía sagrada» es la clave para entender a Cristo y el fuego evangelizador de su Vicario, Francisco.
P. Raúl Hasbún, sacerdote
Publicado originalmente por Revista Humanitas, www.humanitas.cl.