Cuando estudié Teología Moral una de las primeras cosas que me enseñaron fue que la Iglesia es Madre y tiene sentido común. Cuando uno lee el Evangelio se da cuenta que varias polémicas de Jesús con los fariseos giran en torno al sentido común, porque Jesús hace muchas de sus curaciones en sábado, como la curación del paralítico de la piscina de Betesda (Jn 5,1-18), o la curación también en sábado en la sinagoga de un hombre con parálisis en un brazo, con el argumento: «¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer lo bueno o lo malo?, ¿curar a un hombre o dejarlo morir?» (Mc 3,4). Jesús, en su polémica con los fariseos, se nos presenta como el defensor del sentido común. Es indudable que la contestación a estas preguntas aparentemente es obvia y que no es necesario hacer un gran esfuerzo para contestarlas debidamente.
¿Por qué digo aparentemente? Porque si estudiamos estas cuestiones un poco a fondo vemos como la solución no es tan sencilla. Por de pronto hay una primera pregunta que se nos plantea: ¿Qué es hacer el bien y evitar el mal? El bien de la persona humana es el que determina lo que debe hacerse u omitirse. Es bueno, y debe por tanto llevarse a cabo, lo que responde y sirve al bien personal del hombre, lo que desarrolla su ser y le permite ser más y mejor hombre. Y a la inversa, es moralmente negativo y no debe por tanto hacerse, sino omitirse, todo cuanto resulta nocivo para el bien de la persona, lo que obstaculiza, retrasa o impide su desarrollo. Hubo un momento en la Historia, al acabar la Segunda Guerra Mundial, en la que la gravedad de los crímenes nazis hizo posible una redacción de los Derechos Humanos, y en consecuencia de sus deberes, aceptados por la inmensa mayoría. Fue la Declaración Universal de Derechos Humanos de la ONU del 10 de Diciembre de 1948. Pero en lo que no hubo acuerdo fue sobre su fundamento, porque mientras los creyentes los basaban en Dios, los no creyentes no podían aceptar esto.
Para los creyentes la afirmación fundamental es que el bien y el mal morales son realidades objetivas, no creando ni decidiendo el ser humano lo que es verdaderamente bueno o malo en el orden moral objetivo. El derecho positivo no otorga y da, sino que reconoce derechos preexistentes. El derecho natural es el fundamento último del derecho positivo y por tanto la base de los derechos del individuo y de los grupos frente al poder político. En cambio para los no creyentes la base de los derechos es el positivismo y relativismo jurídico, que defiende que todo el orden no sólo jurídico, sino incluso ético, es sólo una emanación del derecho positivo o de los usos y costumbres del pueblo. Es decir el derecho natural no existe, es simplemente una reliquia del pasado y lo que hoy es bueno mañana puede ser malo y viceversa.
Con el paso del tiempo la diferencia entre los dos grupos no sólo no ha disminuido, sino que se ha ido ahondando. El derecho fundamental a la vida (art. 3 de la Declaración), se ve discutido por los que piensan que el aborto es un derecho de la mujer, aunque cada día la Ciencia Médica e incluso las modestas ecografías nos enseñan que los embriones y fetos son seres humanos vivos, cuya foto muchos llevan desde muy pronto en su móvil, siendo el darles muerte para los creyentes y los que creen en su humanidad un crimen horrible. En cuanto a la eutanasia, no hay ningún derecho al suicidio, e incluso es abrir la puerta de par en par al crimen, como muestra el ejemplo de Holanda, donde muchos ancianos llevan una tarjeta que dice: «Si caigo enfermo, no me lleven a un hospital». E incluso en algo que debiera estar tan claro como el terrorismo, para alguno, como Zapatero, los terroristas son hombres de paz y para ellos es el futuro, mientras que las víctimas son el pasado.
Otro punto de fricción es la ideología de género. Cuando me la explicaron, creí que me estaban tomando el pelo, cosa que me ha sucedido siempre que he intentado explicarlo a otra persona. Aparentemente se trata de la igualdad entre hombres y mujeres, pero lo que esconde en realidad es que el sexo puede cambiarse a voluntad, que en sexualidad todo vale menos el matrimonio, que supone en esa mentalidad la esclavitud de la mujer por el hombre y que en sexualidad la promiscuidad, incluso entre niños, no es nada malo, sino algo recomendable.
En lo económico, aparte que el marxismo se hundió por su incompetencia económica, la famosa frase «a nosotros no nos interesa la caridad, porque lo que nos interesa es la justicia», no tiene en cuenta que la justicia sin amor, está simplemente desnortada, lo que vale también para la educación. Mientras que el único consejo que me atrevo a dar en Educación es querer al educando, recuerdo todavía mi asombro ante un chico joven que me defendió que los padres no debían educar a los hijos, porque no sabían, y que eran ellos, es decir el Estado, el que debía hacerlo, porque ellos sí sabían. Me cogió de sorpresa, pero al próximo que me lo diga, le llamaré por su nombre: imbécil canalla totalitario.
Y termino con unas palabras de la encíclica «Mit brennender Sorge», de Pío XI contra los nazis: «Todos los intentos de separar la doctrina del orden moral de la base granítica de la fe, para reconstruirla sobre la arena movediza de normas humanas, conducen, pronto o tarde, a los individuos y a las naciones a la decadencia moral. ‘El necio que dice en su corazón: No hay Dios, se encamina a la corrupción moral’ (Sal 14,1). Y estos necios, que presumen separar la moral de la religión, constituyen hoy legión» (nº 27). Pero hay que insistir que la diferencia está mucho más que en ser de derechas o de izquierdas, en ser creyente o no creyente. Así podemos entender que el Presidente socialista, pero católico, de Ecuador, diga con toda claridad que el aborto es un crimen y que defender el aborto y la ideología de género supone defender barbaridades, y en cambio los muy democráticos socialistas franceses pretendan multar a quien intente evitar abortos.
P. Pedro Trevijano, sacerdote