En resumen, para aquellos que no estén familiarizados con el tema, diremos que dentro de la reforma sanitaria impulsada por Obama se ha incluido el llamado mandato HHS por el que todo empleador está obligado a contratar para sus empleados un seguro sanitario que incluya contraceptivos, abortivos y esterilización, lo que ha provocado la lógica oposición de muchas empresas e instituciones, especialmente aquellas que son explícitamente católicas. Para quien esté interesado en un seguimiento más de cerca, recomiendo que siga los tweets de Juanjo Romero (@JuanjoRomero), quien da cuenta de las novedades que se van produciendo en este asunto. Los acontecimientos se han concentrado en estos días de cambio de año. Primero fue la administración Obama la que confirmó que las exenciones previstas para las iglesias no eran extensibles a universidades, medios de comunicación ni a organizaciones y órdenes religiosas. En consecuencia, los cientos de litigios interpuestos seguían adelante. La fecha del 1 de enero de 2014 era clave, pues ese día entraba en vigor la medida. La multa para el empleador que no cumpliese con el mandato es de 100 dólares por día y empleado, lo que fácilmente llevaría en un corto espacio de tiempo a la ruina a quien optase por no ceder al mandato.
La situación dio un cambio cuando la juez del Tribunal Supremo, Sonia Sotomayor (una «progresista» propuesta por el mismo Obama) paralizó la aplicación del mandato atendiendo al recurso que habían interpuesto las Hermanitas de los Pobres. La respuesta de la administración ha sido que las Hermanitas no tienen motivos para continuar en su cerrazón, pues ya se ha estipulado un formulario, a disposición de las organizaciones religiosas, en el que se puede expresar el desacuerdo con el aborto, los contraceptivos y la esterilización y se nombra a un tercero, una compañía de seguros, que sí ofrecerá estos «servicios» a los empleados. O sea, no serían ya las Hermanitas de los Pobres las que ofreciesen esos servicios contrarios a la moral católica, sino que sería la compañía de seguros contratada por las Hermanitas de los Pobres, que de este modo quedarían liberadas de toda responsabilidad moral. Un argumento bastante pobre que no ha convencido a nadie. Por su parte, el presidente de la organización abortista Naral-Pro Choice, Ilsye Hogue, con un tono sarcástico y prepotente y con enormes dosis de cinismo, declaró al respecto que «el gobierno está encargado de hacer cumplir la ley. A todos nos molesta firmar formularios, creedme. Odio tener que firmar papeles; justamente acabamos de comprarnos una nueva casa«.
Tras la respuesta de la administración Obama, el asunto está en manos de Sotomayor y por el momento la entrada en vigor en este caso queda aplazada. Se une este caso a la inmensa mayoría, el 90%, de los 300 recursos de organizaciones religiosas que los jueces han amparado y que de este modo han visto aplazada la entrada en vigor del mandato. Entre el 10% que los jueces han rechazado se encuentra el caso de la Universidad de Notre Dame, que ha recibido muchas críticas por su falta de firmeza a la hora de defender su identidad católica, empezando por la invitación a Obama para dictar la conferencia de inauguración del curso académico en 2009. La reacción de Notre Dame ha sido plegarse, firmar la carta y aceptar el mandato, puntualizando que los recursos que han interpuesto seguirán su curso y que esperan ganarlos y poder así rechazar el mandato contraceptivo.
Hasta aquí los hechos. Permítasenos ahora unas breves reflexiones. En primer lugar, destaca el comportamiento decidido de las Hermanitas de los Pobres, probablemente un enemigo que Obama no esperaba y que, de cara a la opinión pública, son difíciles de desacreditar. Fundadas por santa Juana Jugán, llegaron a Estados Unidos en 1868, y desde entonces dan un servicio abnegado a los más pobres y a los ancianos en sus 30 casas repartidas por todo Estados Unidos. Obama y su directora de los servicios sanitarios, Kathleen Sebelius (que se declara católica, aunque no sabemos bien qué significa eso para ella) han declarado en reiteradas ocasiones que la oposición al mandato es una de las más insidiosas acciones de la «guerra contra las mujeres». ¿Alguien puede creer en serio que unas monjitas que entregan discretamente su vida a cuidar de los abandonados de la sociedad son la punta de lanza de esa supuesta guerra contra las mujeres? Hay que estar muy envenenado por una ideología para poder albergar tales pensamientos.
Es lo que sugiere la carta del nuevo presidente de la Conferencia Episcopal Estadounidense, el obispo de Louisville Joseph Kurtz, que se estrena como sustituto del cardenal de Nueva York, Timothy Dolan, con una carta muy dura dirigida a Obama (quienes pensaban que la Iglesia en Estados Unidos iba a cambiar de rumbo se han llevado un buen chasco). En la misma, plantea Kurtz una pregunta que me parece que arroja luz sobre el fondo del asunto: ¿qué quiere Obama, que todos tengan cobertura sanitaria o que aumente la difusión de contraceptivos y del aborto? Por su reacción parece que está más bien por lo segundo.
Por último, y ya lo he señalado con anterioridad, la situación se asemeja cada vez más a lo ocurrido cuando el rey Enrique VIII de Inglaterra exigió el juramento de supremacía en 1534. En el fondo también se trataba de firmar un papelito y seguir viviendo como hasta entonces. Pero claro, se trata de mucho más que de un papelito. Se trata de que el poder político no reconoce nada que pueda limitarlo. Cuando se acusa a las Hermanitas de los Pobres de demasiado escrupulosas y exageradas por no querer firmar una simple hoja de papel, la acusación puede volverse contra los acusadores: si tan poco importante es, si es solo un trozo de papel, entonces ¿a qué viene la tozudez de la Administración para no ceder en un asunto de tan poca importancia? En el fondo todos saben que hay mucho más en juego y que lo que busca Obama es la rendición de la conciencia de las Hermanitas ante el todopoderoso Estado. Por eso mismo, si ahora ceden, en el futuro las tuercas se apretaran aún más. Estamos ante una cuestión de principios que definirá el futuro próximo de la sociedad norteamericana.
Volviendo a Enrique VIII y, cómo no, a santo Tomás Moro, estos días Tod Wormer recordaba un diálogo extraído de la película Un hombre para la eternidad entre el duque de Norfolk y Tomás Moro. Norfolk le dice a su amigo: «yo no soy un especialista y no sé si ese matrimonio es legal o no, pero, maldita sea Tomás, mira todos esos nombres! ¿Por qué no puedes hacer lo mismo que yo y venir con nosotros, por compañerismo!» A lo que Tomas Moro responde: « ¿Y cuando muramos, y tu vayas al cielo por haber seguido tu conciencia, y yo vaya al infierno por no haber seguido a la mía, vendrás conmigo por compañerismo?».
Sin entrar en juicios, para los que me falta más información, no he podido dejar de pensar que a menudo los sabios, que escriben y organizan congresos sobre santo Tomás Moro, no son capaces de seguir su ejemplo y que unas pobres monjitas sí han sido capaces, sin aspavientos pero con toda la firmeza del mundo, de plantarse de nuevo ante un poder político que pretende erigirse en criterio del bien y del mal.
Jorge Soley Climent
Publicado originalmente en fundaciónburke.org