Hacía días que el nacional-progresismo estaba dando la tabarra con que grupos de exaltados iban a comparecer en la beatificación de Tarragona, con afán de politizarla y aprovechar la misma para visibilizar su oposición al secesionismo catalán. Incluso advertían que, en las redes sociales, se efectuaban convocatorias que unían el acto del domingo con la manifestación del día anterior en la capital catalana. ¡Un pack completo: Barcelona el 12 de octubre y Tarragona el 13! La paranoia llegaba al extremo de denunciar que se hubiesen previsto las beatificaciones para el día siguiente al del Pilar. ¡Cómo se atreven!, se alarmaban los amantes de conspiraciones. Ese Rouco, que se levanta cada mañana pensando en qué hacer contra Cataluña, la había armado otra vez y urdía una trama peligrosa: manifestación contra el independentismo y beatificación de mártires de la Guerra Civil.
A la psicosis se sumó gustosa la propia Generalitat catalana, de tal suerte que el mismo helicóptero amenazador, que sobrevoló todo el sábado Barcelona, aleteaba sus hélices por el campus de la Universidad Laboral tarraconense. No contentos con esa vigilancia intempestiva, los Mossos d'Esquadra se encargaban de rastrear concienzudamente cada autocar, no fueran a encontrar un arma amenazante, tipo bandera española, que había sido expresamente prohibida por la organización. La alarma por la presencia de ultrasur camuflados produjo colas kilométricas en el acceso al lugar donde se celebraba la beatificación. Muchos peregrinos llegaron sobre las 13 horas, cuando la eucaristía ya se hallaba en su parte final.
Esos peligrosos holligans que buscaba la policía autonómica y el helicóptero incansable no eran más que grupos de monjas que se habían desplazado para ver cómo se elevaba a los altares a sus hermanas de Congregación. O simplemente peregrinaciones de las diócesis de Jaén, Córdoba o Ciudad Real que, tras pasar toda la noche en autocar, veían como las fuerzas del orden les sometían a un exhaustivo registro, por mor de alguna bandera española o alguna pancarta escondida, que les hizo llegar tarde a la anhelada beatificación.
Pero quién se imagina que estos grupos de feligreses (los mismos que se pueden encontrar en las peregrinaciones a Lourdes o a Fátima) tuviesen algo de peligrosos. En qué cabeza cabía unir la suerte de estos fieles a los cuatro falangistas y dos carlistas que se habían manifestado en Montjuic el sábado. Porque ese era el objetivo del nacional progresismo: demostrar que en las beatificaciones había elementos provocadores.
El ridículo a la hora de criminalizar a los asistentes a la beatificación ha resultado estratosférico. Propio de ese sinsentido que se ha apoderado de Cataluña desde hace un par de años. Por el contrario, la celebración resultó un auténtico ejercicio de sentido común, en el que hay destacar y elogiar, por encima de todo, el buen hacer del arzobispo de Tarragona, monseñor Pujol Balcells. En su haber cabe la movilización de 800 voluntarios (cuya labor se halla en las antípodas del obstruccionismo de los Mossos d’Esquadra); la masiva concurrencia del clero diocesano; la presencia de la escolanía de Montserrat con el canto final del Virolai y la destacada imagen de la Moreneta; la flexibilidad a la hora de conseguir la participación de todas las tendencias; la expresa distinción del cardenal Amato, en su soberbia homilía, a la ciudad tarraconense y a su historia martirial desde los tiempos romanos y, en suma, a que todos los asistentes se hallasen cómodos y acogidos con plena naturalidad. Una beatificación ejemplar. De la que casi la mitad de los mártires eran catalanes. Y el resto de varias partes del resto de España. Una ocasión especial para resaltar cuanto nos une y que poco nos separa. ¡Qué diferencia con nuestra clase política y periodística! Por eso rabiaba el nacional-progresismo eclesial. Y pretendió que fracasara. Con los nulos resultados obtenidos. A pesar de las colas provocadas por la policía de la Generalitat.
Oriolt
Publicado originalmente en Germinans germinabit