Un año más el Ministerio de Sanidad y Consumo ha publicado un informe titulado “Interrupción voluntaria del embarazo. Datos definitivos correspondientes al año 2007”. Una autentica radiografía de la cultura de la muerte. En él, sub specie de números y gráficos, se esconden 112.138 niños inocentes asesinados. Sí, es así, esos son los términos en los que se puede hablar, aunque el citado informe hable de “datos estadistico-epidemiológicos de las interrupciones voluntarias del embarazo”.
Los datos del informe dejan entrever muchas lecturas. Sólo me voy a detener en algunas. En primer lugar, que existen 112.138 heridas, porque es profundamente cierto que cuando se produce un aborto se produce “un muerto (el niño) y un herido (la madre)”. Ninguna mujer puede salir indemne, ni física, ni psicológica, ni moralmente, de un aborto. Ella queda herida. Por tanto, estos datos pueden ser interpretados pensando que hay 112.138 mujeres que necesitan ser “sanadas” de la herida que les ha producido el aborto. A estas mujeres hay que hacerles llegar la fuerza curativa del Evangelio de la vida, tal y como lo pronunciaba Juan Pablo II: «Una reflexión especial quisiera tener para vosotras, mujeres que habéis recurrido al aborto. La Iglesia sabe cuántos condicionamientos pueden haber influido en vuestra decisión, y no duda de que en muchos casos se ha tratado de una decisión dolorosa e incluso dramática. Probablemente la herida aún no ha cicatrizado en vuestro interior. Es verdad que lo sucedido fue y sigue siendo profundamente injusto. Sin embargo, no os dejéis vencer por el desánimo y no abandonéis la esperanza. Antes bien, comprended lo ocurrido e interpretadlo en su verdad. Si aún no lo habéis hecho, abríos con humildad y confianza al arrepentimiento: el Padre de toda misericordia os espera para ofreceros su perdón y su paz en el sacramento de la Reconciliación. Podéis confiar con esperanza a vuestro hijo a este mismo Padre y a su misericordia. Ayudadas por el consejo y la cercanía de personas amigas y competentes, podréis estar con vuestro doloroso testimonio entre los defensores más elocuentes del derecho de todos a la vida. Por medio de vuestro compromiso por la vida, coronado eventualmente con el nacimiento de nuevas criaturas y expresado con la acogida y la atención hacia quien está más necesitado de cercanía, seréis artífices de un nuevo modo de mirar la vida del hombre». (Evangelium Vitae 99)
El perfil de estas mujeres, según los datos del informe, es una joven de menos de 29 años, con estudios de segundo grado que no tiene hijos, que practica un primer aborto y que no suele repetir, y que es independiente económicamente, tenga pareja, o no. A este grupo, especialmente, debemos dirigir el mensaje de la Buena Noticia del Dios de la vida, tal y como lo expresó, ya en 1965, el mensaje del Concilio Vaticano II a la humanidad, cuando se dirigía a las mujeres: “Reconciliad a los hombres con la vida” a lo que Juan Pablo II añadió: «Vosotras estáis llamadas a testimoniar el significado del amor auténtico, de aquel don de uno mismo y de la acogida del otro que se realizan de modo específico en la relación conyugal, pero que deben ser el alma de cualquier relación interpersonal. La experiencia de la maternidad favorece en vosotras una aguda sensibilidad hacia las demás personas y, al mismo tiempo, os confiere una misión particular» (Evangelium Vitae 99)
Volviendo a los datos del estudio, se puede leer que de los 112.138 abortos, casi 98.000 se hicieron en clínicas de pago. ¿Cuánto dinero se ha ganado con la muerte? El 96, 93 % se acogieron al supuesto “legal” de peligro para la salud física o psíquica de la madre. Conociendo cómo se firmaban los prescriptivos informes para acogerse a este supuesto, por las revelaciones del proceso contra las clínicas abortistas intervenidas meses atrás, ¿Cuánto fraude hay en esos 107.652 abortos?
Habría muchas más lecturas que hacer de los datos de ese informe, pero de nuevo resalto la de, esta especie de apóstol de la vida, en la que se está convirtiendo Eduardo Verástegui: «Si las leyes no pueden defender a los más inocente de su propio país, entonces ¿a quién van a defender? […] Por eso es que quiero ayudar para que esta tragedia que es el aborto, se termine, por completo. Porque no podemos permanecer impasibles ante el sufrimiento de otros».
Rafael Amo Usanos, sacerdote