Tras los dos artículos anteriores, creo ha llegado el momento de abordar el tema de la masturbación a la luz de los Catecismos de la Iglesia Católica. Indudablemente el texto más importante es el nº 2352 del Catecismo de la Iglesia Católica, que dice así:
«Por masturbación se ha de entender la excitación voluntaria de los órganos genitales a fin de obtener un placer venéreo. Tanto el Magisterio moral de la Iglesia, de acuerdo con una tradición constante, como el sentido moral de los fieles, han afirmado sin ninguna duda que la masturbación es un acto intrínseca y gravemente desordenado. El uso deliberado de la facultad sexual fuera de las relaciones conyugales normales contradice a su finalidad, sea cual fuere el motivo que lo determine. Así, el goce sexual es buscado aquí al margen de la relación sexual requerida por el orden moral; aquella relación que realiza el sentido íntegro de la mutua entrega y de la procreación humana en el contexto de un amor verdadero.
Para emitir un juicio justo acerca de la responsabilidad moral de los sujetos y para orientar la acción pastoral, ha de tenerse en cuenta la inmadurez afectiva, la fuerza de los hábitos contraídos, el estado de angustia u otros factores psíquicos o sociales que pueden atenuar o tal vez reducir al mínimo la culpabilidad moral».
Se puede decir tranquilamente que este texto contiene la doctrina oficial de la Iglesia sobre la masturbación.
Poco tiempo después de la publicación del Catecismo me encontré con uno de los Obispos coautores y le felicité por el Catecismo en general y por este número en particular, porque como le dije: «al fin tenemos un texto que sirve de referencia. Porque en estos últimos años, muchos curas decían que la masturbación era siempre pecado mortal, mientras otros la veían como algo sin importancia y la gente nos decía: Aclararos».
Por su parte, el Catecismo para jóvenes YouCat en su nº 409 dice: «La masturbación es una falta contra el amor, porque convierte el placer sexual en un fin en sí mismo y lo desvincula del desarrollo integral en el amor entre un hombre y una mujer. Por eso ‘el sexo con uno mismo’ es una contradicción en sí misma.
La Iglesia alerta del riesgo de quitarle importancia al autoerotismo. De hecho, muchos jóvenes y adultos están en peligro de aislarse en el consumo de películas eróticas y ofertas en Internet, en lugar de encontrar el amor en una relación personal. La soledad puede llevarles a un callejón sin salida, en el que la masturbación se convierte en una adicción. Pero nadie es feliz siguiendo el lema: ‘No necesito a nadie para el sexo, me lo hago a mí mismo, como y cuando lo necesito’».
En cuanto al Catecismo Católico para adultos II alemán nos recuerda: «Cuando se la desea conscientemente y uno se apega a ella, la masturbación es un comportamiento moralmente equivocado. El muchacho que tiene que luchar contra la masturbación debe comprender que ha de superar ese estadio si quiere que su sexualidad no siga siendo infantil. En la edad adulta quizás se acude a la masturbación cuando las circunstancias externas (enfermedad, soledad, lejanía de la pareja) no permiten relaciones sexuales. La masturbación puede ser también aquí señal de egocentrismo… El que haya culpa, y en qué medida, en la masturbación dependen si intervienen el conocimiento y la libertad. Lo decisivo es si hay voluntad de dar una forma y orientación responsables a la sexualidad o si domina un egocentrismo culpable» (pp. 342-343).
El Catecismo para adultos francés dice en su nº 608: «El autoerotismo y la masturbación son objetivamente graves. Sin embargo, en este campo, en razón de una frecuente inmadurez, no hay que identificar la trasgresión de una ley objetiva con la falta moral subjetiva. El afán por construir una vida orientada a Dios y al prójimo, así como la voluntad de observar la ley, son más importantes que determinado acto en particular. Un paso en falso, que exige perdón, debe ser una invitación a salir de sí, a darse, y a acoger la gracia de Dios».
Estos textos no dejan de tener, como no podía ser menos, ambigüedades. Aunque podemos suponer que estamos en gracia, y por ello vamos a comulgar, no tenemos certeza absoluta del estado de nuestra alma. En el juicio a Santa Juana de Arco el tribunal le hizo una pregunta en la que se ve su mala fe: «¿Juana, estás en gracia o en pecado?» Si Juana hubiese contestado en pecado le hubiesen dicho: «te juzgamos por brujería y tú misma reconoces que el demonio domina sobre ti». Si hubiese contestado en gracia, le hubiesen dicho: «eres una presuntuosa, porque nadie sabe el estado de su alma». Pero Juana, una chica analfabeta de diecinueve años respondió, movida por el Espíritu Santo: «no lo sé, si estoy en gracia, doy gracias a Dios por ello, y si estoy en pecado, pido a su infinita misericordia, me conceda lo antes posible su gracia».
Personalmente cuando veo afán de lucha y superación, no me atrevo a decir a una persona que está en pecado grave aunque la confesión siga siendo muy recomendable. Pero si esa misma persona se desanima y piensa qué más da dos caídas que veinte, entonces no me atrevo a decirle que está en gracia.
Pedro Trevijano, sacerdote