La amistad entre los seres humanos es tan hermosa que no sólo es uno de los grandes valores humanos, sino también permite a la Biblia expresar lo que Dios quiere ser para nosotros: un amigo. La amistad es una de nuestras mayores necesidades y el afecto que se dispensa a los amigos es uno de los mejores sentimientos humanos. Abraham es llamado por Dios amigo (Is 41,8), así como Moisés (Ex 33,11), e incluso el pueblo (Jer 2,2).
La Biblia nos habla de la profundísima amistad entre Jonatán y David (1 Sam 18,1), que hace que David lamente profundamente la muerte de su amigo (2 Sam 1,25-26). Algunos han intentado ver en esta amistad una relación de tipo homosexual, pero no nos olvidemos de que ambos estaban casados y en el mundo bíblico la homosexualidad estaba muy mal vista, por lo que tenemos que ver esa relación como prototipo de una limpia amistad.
También en la Biblia encontramos uno de los textos más bonitos sobre la amistad. Leemos en Eclesiástico 6,5-17: “Un voz suave aumenta los amigos, unos labios amables aumentan los saludos. Sean muchos los que te saludan, pero confidente, uno entre mil; si adquiere un amigo, hazlo con tiento, no te fíes en seguida de él; porque hay amigos de un momento que no duran en tiempo de peligro; hay amigos que se vuelven enemigos y te afrentan descubriendo tus riñas; hay amigos que acompañan en la mesa y no aparecen a la hora de la desgracia; cuando te va bien, están contigo, cuando te va mal, huyen de ti; si te alcanza la desgracia, cambian de actitud y se esconden de tu vista. Apártate de tu enemigo y sé cauto con tu amigo. Al amigo fiel tenlo por amigo, el que lo encuentra, encuentra un tesoro; un amigo fiel no tiene precio, ni se puede pagar su valor. Un amigo fiel es un talismán, el que teme a Dios lo alcanza”. En este texto se nos enseña a distinguir el verdadero de los falsos amigos. Es en la prueba, cuando se reconocen unos y otros: los verdaderos amigos permanecen a tu lado, mientras los falsos, como buscan sólo su interés, te dejan solo y te abandonan.
En el Nuevo Testamento, Jesús llama amigos a sus discípulos y nos indica hasta qué grado valora su amistad con ellos y en consecuencia con nosotros: “nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos” (Jn 15, 13-14). Pero también Él tuvo sus preferencias con Pedro, Santiago y Juan y este último dice de sí mismo: “el discípulo al que Jesús tanto quería” (Jn 13,23). El evangelio describe así sus relaciones con Lázaro y su familia: “tenía gran amistad con Marta, con su hermana y con Lázaro” (Jn 11,5). La amistad de Jesús se realiza también en los pequeños detalles: “venid vosotros solos a un lugar solitario, para descansar un poco” (Mc 6,31). Y nos muestra sus sentimientos cuando en la curación de los diez leprosos se ve defraudado por nueve de ellos: “Jesús preguntó: ¿No quedaron limpios los diez?, ¿dónde están los otros nueve?” (Lc 17,17). En un plano más natural, el episodio de la curación del paralítico, nos muestra que éste tenía verdaderos amigos (Mc 2,3-5; Lc 5,18-20). Pero es igualmente en los evangelios donde encontramos la máxima degradación de la amistad, con la traición de Judas: “-¡Hola maestro! Y lo besó” (Mt 26,49).
El valor de la verdadera amistad, de la que todos nosotros tenemos conciencia de su importancia en las diversas etapas de nuestra existencia, es uno de los principales tesoros con los que nos podemos encontrar en la vida, pues todos necesitamos sentirnos reconocidos y valorados por otros, aunque para ello el mejor camino es tratar de superar mi egoísmo, reconociendo y valorando a los otros. Si queremos tener amigos, es indudable que, como generalmente el otro piensa de mí lo que yo pienso de él, procuremos apreciar al otro u otros. El Diccionario de la Lengua de la Real Academia Española define así la amistad: “Afecto personal, puro y desinteresado, ordinariamente recíproco, que nace y se fortalece con el trato”.
Pedro Trevijano, sacerdote