En un planteamiento en el que Dios es un estorbo, lógicamente la religión no cabe. Eso es el laicismo. Pero Dios es amigo del hombre, no rival ni adversario. Dios sale continuamente al encuentro del hombre para darle sus dones, su misericordia, su perdón; para elevar la dignidad humana en todos los aspectos, para hacer del hombre un hijo de Dios. Una visión creyente de la vida, percibe gozosamente esta relación filial con Dios, y la disfruta, y la desea para todos sus contemporáneos. Pero puede darse una visión no creyente, es decir, en camino de búsqueda de la verdad plena, y la persona que vive esta situación merece todo respeto.
En una sociedad plural, en la que hay creyentes y no creyentes, la fe y sus consecuencias no pueden imponerse a nadie. La fe no se impone, se propone. Y se hace siempre en el respeto a toda persona, sea cual sea su condición, su pensamiento, su manera de entender la vida y la historia. Eso es lo que nos enseña el Evangelio, eso es lo que ha hecho Jesucristo, y eso es lo que predica la Iglesia constantemente: el respeto a la persona, sea cual sea su planteamiento vital. Y desde ese respeto, la propuesta clara de lo que Dios ofrece al hombre, y el camino para alcanzar eso que Dios ofrece al hombre en cualquiera de los aspectos de su vida.
Desde la religión cristiana, por tanto, caben todas las personas. Respeto a todos y propuesta clara de la verdad vivida, son las actitudes permanentes del que cree, y la verdad se irá abriendo paso en virtud de la fuerza de la misma verdad.
Por el contrario, a veces uno se encuentra con la actitud de algunos no creyentes, que quisieran borrar toda huella de Dios en el corazón, en la sociedad, en la vida y en la convivencia de los humanos, en la historia que entre todos vamos tejiendo. Hay experiencias históricas en el siglo XX, de signo contrario (de derechas: nazismo, y de izquierdas: marxismo), que se caracterizan por su intolerancia hacia quienes no piensan como ellos, y concretamente, de ataque frontal al hecho religioso. Curiosamente, cuando tales sistemas han caído, lo religioso ha rebrotado con más fuerza, y ahí tenemos los países de la Unión Soviética, donde después de varias décadas de persecución religiosa y prohibición de Dios, el hecho religioso es hoy más vigoroso que antes de la revolución bolchevique. Quienes atacaban la religión no han conseguido eliminarla, sólo han conseguido retrasar el progreso de tales países, que aspiraban –según ellos- al paraíso terrenal.
Esta intolerancia brota y rebrota continuamente, y sólo se puede hacer frente a ella a base de paciencia, «que todo lo alcanza» (Sta. Teresa), aunque a veces se cobre mártires que han amado hasta el extremo, perdonando a sus enemigos. Nuestra historia reciente está llena de estos grandes testigos de la fe.
¿Religión en la escuela pública? -Ni hablar, nada de eso. Ni aunque más del 90 % de padres la pidan para sus hijos. ¿Presencia de lo religioso en la vida pública? –Tampoco, ni aunque el 92 % de la población sea bautizada católica. Es curioso, porque muchos de los que profesan esta intolerancia dogmática para los demás, llevan a sus hijos a un colegio de la Iglesia. Muchos de los que pregonan la eliminación de todo lo religioso en la vida pública, son nazarenos o costaleros en sus pasos de Semana Santa, y les gustaría ser hermanos mayores de su cofradía. No permiten lo religioso en el diseño de una sociedad nueva, y ellos forman parte al entramado religioso de la vida social a la que pertenecen. Son incoherencias del ser humano, por cuyas rendijas Dios se cuela como un rayo de luz para iluminar el corazón de todo hombre que viene a este mundo.
A cuántos perseguidores de la Iglesia, el Cuerpo de Cristo en la historia, les ha ocurrido como a Pablo, que, tocados un día por la gracia de Dios, se han convertido en apóstoles ardientes de la verdad que perseguían. Por eso, el creyente no desespera nunca de nadie, sino que espera pacientemente, porque Dios tiene su momento para convertir al perseguidor en apóstol. «La paciencia todo lo alcanza». Pero hasta que lleguemos todos a la verdad completa, bien merece la pena una dosis de respeto al que no piensa como yo, bien merece la pena el respeto al hecho religioso y a su presencia en la vida pública, en todas sus dimensiones, porque Dios es amigo del hombre y todos, antes o después, tendremos necesidad de Él.
Recibid mi afecto y mi bendición.
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba