En estos días en que los medios informativos se han hecho eco de la labor de los Jóvenes de San José, para con aquellos más necesitados en la capital catalana, quisiera aportar algunas reflexiones al conflicto que ha generado la intervención de la administración local, para intentar reconducir esa labor «social» para unos, pero sobre todo, labor evangélica, para quienes colaboran con esta asociación benéfica.
Leyendo al Cardenal Van Thuan, en su libro el camino de la esperanza – escrito en sus días de cautiverio por el comunismo vietnamita -, he intentado sopesar la situación de conflicto mencionada a la luz del punto 588 de esta obra, que se expresa en los siguientes términos:
«La tragedia de los pobres no está solamente en su miseria, sino también en el hecho que ellos no pueden vivir de forma digna como seres humanos».
Es una realidad trágica para quien la vive las 24 horas del día, unas más confortables que otras, pero sin duda, algunas realmente duras, no sólo por la precariedad de los medios que les permiten sobrevivir, sino especialmente por aquellos momentos por los que todos pasamos a pesar de nuestra opulencia. Vivir en la falta de esperanza, en la soledad, en el desprecio, o, incluso en ocasiones, sufrir la vejación sin otro motivo que el de ofrecer un blanco fácil para una forma de entretenimiento cruel de ciertas pandillas de adolescentes.
¿Cómo les devolvemos su dignidad para que no se sientan como perros abandonados? ¿Qué hacer para que vivan con alegría su condición de seres humanos? ¿Son estos los criterios que se plantea nuestra sociedad a través de sus administraciones? Para los Jóvenes de San José, el camino pasa por contemplar a estas personas como Hijos de Dios. Esta visión, ¿va a ser respetada por los representantes del ayuntamiento?, ¿ofrecerán su colaboración y los medios que disponen para mejorar su «eficacia», sin imponer sus condicionamientos? El tiempo nos sacará de dudas, pero da la impresión que para el ayuntamiento, el problema no son los pobres que atienden, sino la forma en la que se les atiende, que es lo que parece que quieren erradicar con la normalización de su «servicio».
¿Cómo compartiremos sus preocupaciones? ¿En qué medida podemos restablecer la confianza en una comunidad? ¿Qué opciones se pueden ofrecer para que recuperen su autonomía? Estas y otras preguntas, nos podríamos plantear como asignaturas pendientes, a las que seguramente encontraríamos respuestas, echando una ojeada a la labor social y caritativa de muchos institutos religiosos, que han atendido, desde tiempo inmemorial, a los más necesitados. Posiblemente, entendiendo lo que nos explica el Cardenal Vhan Thuan en su primer punto dedicado al compromiso, hallaremos la justa respuesta a cómo proceder:
«No creas que el compromiso consiste en tirarse a una febril actividad. Debes entender que el significado del compromiso es mucho más profundo. Se trata de seguir el ejemplo del Señor y de amar hasta el punto de olvidarse completamente de ti mismo para el bien de los demás; significa ofrecerte tú mismo totalmente sin reservas, de modo que estando unido a los demás, de esa forma ellos puedan ser enriquecidos y el trabajo de Dios en ellos sea fructuoso».
Fernando García Pallán