Decía Einstein que la locura consiste en hacer la misma cosa una y otra vez esperando obtener diferentes resultados. Desgraciadamente, el comportamiento político de los católicos en España en las últimas cuatro décadas se podría describir muy adecuadamente con la frase einsteiniana. En efecto, durante años nos hemos empeñado en repetir una y otra vez los mismos eslóganes, las mismas estrategias políticas y los mismos errores, con resultados desoladores.
Quizá la frase más repetida sobre este tema es que no debe haber partidos confesionalmente católicos, sino más bien católicos en los diferentes partidos políticos. Esta idea procede del descrédito de algunos partidos políticos cristianos como la Democracia Cristiana italiana, de un deseo por parte de muchos católicos de alejarse de épocas anteriores, de la falsa idea de que el Concilio Vaticano II prohibió los partidos confesionales y, sobre todo, del complejo ante una cultura dominante que pretende relegar el catolicismo al ámbito de lo privado. Las consecuencias de esta estrategia son evidentes: los católicos dedicados a la política o bien se han adaptado a la ideología de sus partidos, dejando de ser reconocibles como católicos, o han sido arrinconados por esos partidos, convirtiéndose en meras figuras decorativas que atraigan el voto católico pero sin ningún poder de decisión.
A pesar de que la gran mayoría de la población, al menos nominalmente, se declara católica, todos los partidos con representación parlamentaria han colaborado en introducir en España legislaciones completamente opuestas a la moral católica, por ejemplo en lo referente al divorcio, al aborto, a la mentalidad anticonceptiva, al «matrimonio» homosexual con adopción incluida, a una educación agnóstica y relativista, a la ideología del género, y a los primeros pasos de la eutanasia. Todo ello ante una oposición ineficaz, fundamentalmente testimonial, a menudo más bien tibia de seglares y clérigos, absolutamente ineficaz. La realidad, la dura realidad, es que la influencia actual de los cristianos en la vida política de España y de las demás naciones tradicionalmente cristianas es prácticamente nula.
A esta situación han contribuido decisivamente los promotores de un catolicismo liberal que, fieles a un liberalismo muchas veces condenado por la Iglesia y abandonando los grandes principios de la doctrina católica sobre la vida política, absolutizan la libertad humana al margen de las leyes de Dios y del orden natural. De esas raíces surge un malminorismo crónico y desesperanzado, que convierte al voto católico en voto cautivo de partidos que, en la práctica, son los mayores destructores de los valores morales y sociales cristianos. No podemos olvidar tampoco la responsabilidad de nuestros obispos que, en ocasiones, se han mostrado más interesados en mantener buenas relaciones con los gobernantes que en actuar públicamente con parresía evangélica. De ningún modo es suficiente, antes de las elecciones, la recomendación de «votar en conciencia», si todas las opciones políticas viables son, en mayor o menor grado, incompatibles con la conciencia católica.
Ciertamente, InfoCatólica no posee todas las respuestas para esta situación, pero creemos que es necesario un cambio en la forma de actuar de los católicos, fundamentado en algunos principios básicos.
En primer lugar, la importancia de que los católicos dedicados a la política sean conscientes de que se juegan con ello la vida eterna y de que no se puede servir al mismo tiempo a Dios y al dinero, a la fe católica y a ideologías agnósticas, a la ley natural y a inmoralidades políticamente correctas.
En segundo lugar, la necesidad de que los votos católicos dejen de apoyar a partidos que están al servicio de proyectos totalmente incompatibles con la fe. El mal menor debe dejar paso al bien posible. Un grupo de diputados auténticamente católicos, aunque sean minoría, puede resultar decisivo para la defensa de principios innegociables basados en la ley natural.
En tercer lugar, la colaboración de los diversos grupos y partidos de inspiración católica, por encima de diferencias accidentales, para defender lo esencial e innegociable. La falta de entendimiento entre los pequeños partidos formados por católicos es un escándalo en sí misma.
Finalmente, una esperanza auténticamente cristiana que no rehúya el combate ni se pierda en un desánimo paralizante. Los cristianos con fe auténtica que permanecen fieles en las dificultades son la peor pesadilla de tiranos de toda índole, aunque se vistan con ropajes democráticos. Cristo es el Señor de la historia.