¡Viva la misión! Carta desde Alepo, Siria

Es frecuente escucharlos decir: «venimos a misa aquí porque hay ambiente de oración, porque en la misa realmente se reza, y porque nos sentimos en familia». Ellos mismos pidieron pasar unos días de convivencia en el obispado para escapar un poco de la situación de tensión y encierro que viven últimamente. Fruto de eso fue que desde entonces muchos de ellos participan con nosotros de la adoración, rosario y misa diarias, y del rezo de vísperas. Y nos han pedido insistentemente que les organicemos unos ejercicios espirituales. ¿Cómo se explica todo esto, si no es por la Divina Habilidad que tiene Nuestro Señor de sacar bienes de males? Estas pequeñas victorias, que en medida de eternidad son enormes, son las que enfurecen al demonio. Cuando él cree estar venciendo con la guerra, Dios está cosechando sus mejores frutos.

Queridos todos:

Muchos han escrito o llamado preguntando cómo estamos, por eso les escribimos, para contarles lo que está pasando; para que no se asusten, porque nosotros estamos bien, pero a la vez para pedirles que recen mucho por la gente de Siria. 

Ciertamente la guerra es el flagelo que más cruelmente golpea a los pueblos. Violencia, hambre, miseria, desesperación y muerte son sus aliados. Y el sufrimiento que provoca en la gente es indecible. Lo vemos diariamente, no en las pantallas de cine, sino en la vida real, en nuestras calles, entre nuestra gente. 

Siria está en conflicto desde hace más de un año. Las noticias desoladoras de lo que sucedía en las ciudades vecinas no inquietaban grandemente a los alepinos que, distraídos en sus negocios y en su agitada vida social, decían con cierto escepticismo: “en Alepo nunca pasará”. 

Pero poco a poco se fueron sintiendo los coletazos de esta guerra interminable. Una fuerte ola de atentados sacudió la ciudad en estos últimos meses. Se multiplicaron los crímenes y entre ellos los secuestros para pedir rescate de dinero (en varios casos las víctimas fueron cristianos conocidos, como sucedió con el papá de una joven de nuestra feligresía). Diariamente había disturbios y enfrentamientos en la ciudad universitaria –que está a una cuadra (manzana) de nuestra Iglesia Catedral–.

Los cortes de luz son cada vez más frecuentes, deteniendo el trabajo, impidiendo la comunicación y ahora haciendo insoportable el calor, que llega a pisar los 47º. Los víveres más esenciales escasean. No se consigue pan. No hay gas, ni gasolina. Lo que provoca que en las calles fácilmente se desaten tiroteos por unos litros de nafta, o agresiones físicas, como le sucedió a un muchacho que perdió un dedo en el forcejeo por una garrafa de gas.

El trabajo fue paralizándose y el encarecimiento totalmente desproporcionado de todo en el mercado ha hecho que los sueldos no alcancen para cubrir lo mínimo. En los rostros de la gente empezó a reflejarse la preocupación y la incertidumbre por el futuro de sus hijos.

Todo parecía indicar un avance lento pero firme de esta marea incontenible de violencia y de odio. Los rebeldes empezaron a acechar la ciudad por los suburbios, los tiroteos y disparos de cañón se escuchaban diariamente. Y lo que parecía ser una lejana amenaza, ya es un hecho consumado que ha convulsionado a toda la ciudad de Alepo.

El martes pasado lograron avanzar y tomar varios barrios de la ciudad. Por lo que la situación ha empeorado notablemente. Los enfrentamientos son muy fuertes en algunas zonas. Las calles en gran parte del día están desiertas, los negocios cerrados y la gente muy atemorizada. Se escuchan a lo lejos los aviones sobrevolando los barrios donde se han amotinado los grupos de rebeldes. Barrios muy populares, de edificios aglomerados y calles muy angostas que les permiten esconderse y deslizarse fácilmente. Por lo cual la ofensiva, que intenta ser definitiva, se está cobrando innumerable cantidad de víctimas. El bombardeo es casi permanente, al igual que los disparos y los tiros de misiles. Nos hemos habituado a escucharlos, lo dicen todos, llevamos mucho tiempo así. Un viejito que viene al coro de la catedral nos decía: “anoche los tiroteos en nuestra calle eran fuertísimos. Recé el acto de contrición, y me acosté a dormir…”

Nosotros estamos bien. Tomamos las precauciones necesarias y nos mantenemos alertas. Nuestro barrio no es uno de los más golpeados, pero desde aquí escuchamos los bombardeos y las explosiones, lo que hace difícil poder dormir en las noches. Varias familias nos han pedido de ser alojadas aquí en caso de que la cosa se ponga mucho peor. De hecho ya hay mucha gente que ha dejado sus casas por el peligro y se han habilitado algunas escuelas y edificios públicos en la ciudad para albergar a los refugiados. El obispado cuenta con dos pisos bajo tierra, donde funciona el pensionado de universitarias que ahora está libre ya que las estudiantes –providencialmente antes de que se agravaran las cosas– viajaron a sus casas por el receso de verano. Solo dos de ellas han quedado en el pensionado. Por lo que tendremos posibilidad de recibir varias familias en caso de necesidad. Hemos preparado también una buena reserva de provisiones.

Las congregaciones religiosas siguen firmes en sus puestos, permaneciendo a pesar de los peligros, para ayudar y apoyar a la gente en estos momentos tan difíciles. Nos alentamos mutuamente y nos mantenemos al tanto de lo que va sucediendo.

Tenemos contacto telefónico con nuestros fieles diariamente. Y sufrimos con ellos. Tenemos varios casos de madres que han quedado solas aquí con sus hijos. Sus maridos, que por trabajo se encontraban en el exterior, no han podido reingresar al país, porque por el momento el camino al aeropuerto está tomado. Y los que trabajaban en otras ciudades de Siria también han quedado incomunicados de sus familias porque las rutas están cortadas desde hace ya tiempo. Uno de los organistas de la catedral tiene sus dos hermanos en el ejército, desde hace año y medio. Su madre, viuda desde su juventud, sufre en silencio y con gran fortaleza por la suerte de sus hijos que están en el frente.

Y ha sido justamente en estos tiempos de guerra cuando hemos visto reavivarse la fe de los cristianos con un vigor nuevo y multiplicarse los frutos apostólicos de la misión. No es casual en el plan divino, que la fecha del inicio del conflicto haya coincidido con la inauguración de la Catedral. Desde entonces hemos sido testigos de un desfile innumerable de bendiciones.

De la noche a la mañana se congregó una feligresía de lo más variada, de cerca y de lejos, encantada por las celebraciones litúrgicas y el ambiente de recogimiento que dicen encontrar aquí. Se formó el oratorio y el coro de niños que culminó con el concierto de Navidad y el Pesebre viviente que protagonizaron más de 50 niños. Fue un acontecimiento histórico para todos y tuvo un toque del todo especial, único, con cierto sabor a “despedida”, porque las cosas ya pintaban muy mal, y nadie podía saber si la siguiente navidad llegaríamos a celebrarla todos juntos de esa manera.

En este año siguió el mes de María, en mayo, e inmediatamente el mes del Sagrado Corazón. Hubo mucha concurrencia a la misa diaria y un notable aumento en la devoción de la gente, que se traslucía en la participación en la Santa Misa y en la fraternidad entre ellos. Se formó una gran familia, unida con los lazos indestructibles de la caridad. Tenemos muchos profesionales, que pertenecen al barrio más “distinguido” de todo Alepo. Pero también contamos en nuestra feligresía con gente más sencilla, y que viene de más lejos, de barrios más humildes. Todos forman esta gran familia. Todos se quedan a gusto conversando en el salón después de misa, mientras toman el tradicional café árabe. Fue una costumbre que implementamos desde los principios y que ha dado también frutos muy importantes, facilitando que en este ambiente tan hostil al cristianismo y tan conmocionado últimamente, la gente tenga donde encontrarse y conversar, creando lazos de amistad y de caridad entre quienes ni siquiera se conocían. 

La gente lo nota, y lo agradece. Es frecuente escucharlos decir: “venimos a misa aquí porque hay ambiente de oración, porque en la misa realmente se reza, y porque nos sentimos en familia”. 

Se formó un nutrido grupo de jóvenes muy buenos. Y el agravarse la situación lejos de amedrentarlos los ha vuelto más fervorosos y comprometidos, deseosos de aprovechar este tiempo para rezar más. Ellos mismos pidieron pasar unos días de convivencia en el obispado para escapar un poco de la situación de tensión y encierro que viven últimamente. La experiencia terminó siendo un exitoso campamento de 4 días. No solo porque pudieron distenderse y recrearse, sino porque principalmente redundó en crecimiento espiritual.

Fruto de eso fue que desde entonces muchos de ellos participan con nosotros de la adoración, rosario y misa diarias, y del rezo de vísperas. Y nos han pedido insistentemente que les organicemos unos ejercicios espirituales. Pero la coronación de todas estas bendiciones es que en estos tiempos que parecen tan desfavorables muchos de estos jóvenes se han planteado y se están planteando la vocación religiosa. 

¿Cómo se explica todo esto, si no es por la Divina Habilidad que tiene Nuestro Señor de sacar bienes de males? 

Es emocionante ver que en estos días de más peligro la misa diaria sigue concurrida, y aun más que antes, porque ha aparecido gente que solo frecuentaba los domingos. Hoy fue especialmente conmovedor. Desde la madrugada son permanentes los ruidos de explosiones de los misiles, y los tiroteos en nuestro barrio. Y sin embargo ¡la gente vino a misa! ¡Aun con el peligro que eso significaba! ¿Quién no iba a emocionarse viendo a todos esos jóvenes y grandes rezar con tanto fervor mientras se escuchaban fuera los disparos y las bombas que duraron toda la misa? 

Estas pequeñas victorias, que en medida de eternidad son enormes, son las que enfurecen al demonio. Cuando él cree estar venciendo con la guerra, Dios está cosechando sus mejores frutos. En “Cartas del diablo a su sobrino”, Lewis pone en boca del experimentado diablo Escrutopo estos consejos dirigidos a su sobrino, el diablo aprendiz: “Debo advertirte que no esperes demasiado de una guerra… Si no tenemos cuidado, veremos a millares volviéndose, en su tribulación, hacia el Enemigo, mientras decenas de miles que no llegan a tanto ven su atención, sin embargo, desviada de sí mismos hacia valores y causas que creen más elevadas que su ego”.

A nosotros como misioneros también de alguna manera nos ha cambiado la vida. Todo pasa, y la muerte nos alcanzará a todos tarde o temprano. Lo sabemos, lo predicamos, pero es muy fuerte la experiencia de vivirlo tan de cerca.

Nuestra gente agradece con creces que los estemos acompañando en estos momentos de tanto sufrimiento. Hablando de que tantos cristianos han huido al Líbano, nos decía una familia: “Ustedes no nos abandonarán, ¿verdad?”.

Es un regalo inmerecido el que Dios nos ha dado, este de poder asistir a los cristianos en tiempos tan dolorosos y adversos.

¡Viva la misión! 

Nos encomendamos a sus oraciones.

 

Padres y Hermanas Misioneros en Alepo, Siria

Instituto del Verbo Encarnado y Servidoras de Jesús y la Virgen de Matará 

(Cedida por un familiar de misioneros del IVE)

1 comentario

Gregory
En verdad que este si es un testimonio de primera mano de la tragedia siria, el día a día siempre es un reto para quienes viven su relación con Cristo como elemente esencial de nuestras vidas porque es precisamente en el día a día donde somos testigos y misioneros del Señor
11/08/12 8:14 PM

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