Algunas líneas historiográficas –del marxismo y ateísmo a algunas corrientes cristianas y liberales radicales- siguen despreciando la acción de la Iglesia Católica en la historia de España y de Occidente en su conjunto. Las interpretaciones que estas líneas historiográficas nos ofrecen son –curiosamente- muy similares e incluso coincidentes en multitud de aspectos, y se podrían esquematizar en que: la Iglesia Católica ha sido y sigue siendo un mal para Occidente (incluida España), nuestra historia –de supuesto atraso y continua convulsión- lo atestiguaría y la situación crítica actual lo ratifica.
Pero esta acusación no es nueva. A lo largo de la historia de España podemos observar la presencia constante de políticos e intelectuales que acusan y descalifican a la Iglesia Católica como mínimo por “meterse en política”. Estos críticos pontifican sobre la maldad de la Iglesia Católica por haber –supuestamente- colaborado con dictaduras y ser causante de enfrentamientos y guerras civiles. Nos dicen, acusando y condenando: que si las Cruzadas, que si la Inquisición, que si las guerras contra una maravillosa y Reforma, o que si el franquismo...
Ante estas acusaciones muchos cristianos católicos suelen agachar la cabeza, posiblemente llevados por una falta de formación e información y por el machacón mensaje ateo y anticristiano transmitido por diversos medios de comunicación de masas.
Ante todo este escenario creo que debemos ser valientes y decir que estas acusaciones son mentira, que la realidad histórica y presente cuenta con muchísimos claro-oscuros y es muy diferente a como lo cuentan. La Iglesia Católica siempre ha mirado por la defensa del ser humano, de su dignidad, de su libertad, de su racionalidad y de su moralidad; porque así lo ha creado Dios.
Aquí tenemos esbozados los principios que hoy constituyen la base de toda sociedad libre y democrática: Trascendencia, moral, libertad, razón, responsabilidad. Y desde los primeros pasos del Cristianismo la Iglesia Católica siempre ha mirado de fomentar un caminar político, económico y social de La Cristiandad conforme a estos postulados.
De hecho el hombre cristiano siempre se ha preguntado si se puede establecer un orden político y social que responda a estos principios y, si con ellos, se puede interpretar la historia de la humanidad: porque la historia y el modo de organización política y económica, social y cultural deben estar a favor del ser humano con el objetivo del servicio a Dios.
Pensando la Historia, buscando una sociedad justa
Si pensamos en estos términos vemos que la Historia de la Humanidad pasa de ser circular y repetitiva a ser una línea -con altibajos- de búsqueda y caminar constante hacia un modo de organización que responda a tales principios. Este fue el discurso de los pensadores cristianos –de los Padres de Iglesia- de los siglos II al IV y es la actitud de la Iglesia Católica desde hace 2000 años.
Con esta intención San Agustín encargó a Orosio un compendio de Historia Universal hasta el año 417 d.C. Fue la Historiae adversus paganos. A través de las páginas de la Historiae se van recogiendo a los grandes polígrafos clásicos greco-romanos y cristianos desde la dialéctica entre el Bien y el Mal, entre la Gracia y el Pecado con la esperanza puesta en la salvación ofrecida por Jesucristo como motores de la Historia de la Humanidad.
Esta idea fue la que configuró De Civitate Dei de San Agustín. Desde esta perspectiva toda crisis es causada por la desviación del ser humano y su caminar hacia el reino de Satanás. Esta desviación tenía su reflejo en las guerras europeas del siglo IV-V, por ejemplo.
La Iglesia Católica construyó Occidente
Ante la descomposición del mundo romano-cristiano la Iglesia Católica floreció como esencia medular de estabilidad, de progreso, de justicia, de paz, de cultura y rehabilitación de La Christianitas. Ahí tenemos a los grandes santos creadores de Occidente: San Benito, San Gregorio, San Isidoro de Sevilla, San Bonifacio y tantos otros.
En el caso de España, la Iglesia Católica supo aunar a todos -hispanorromanos y godos- en un proyecto común de reconstrucción estatal protonacional. Para ello organizó el III Concilio de Toledo (589) que resolvió en favor de Recaredo frente a la sublevación de su hermano Hermenegildo (católico y levantado contra su padre Leovigildo y contra su hermano Recaredo, arrianos ambos).
La condena de la Iglesia Católica al católico Hermenegildo tiene una gran trascendencia. Es condena de un intento de “golpe de Estado” que podía acabar destruyéndolo todo. Pero es una condena desde los pilares de la fe anclados en Jesucristo con la Sagrada Familia y la Ley de Dios: honrar padre y madre, por lo que el hijo debe obediencia y respeto a sus padres. No es lícito que el hijo se sublevase contra su padre, es pecado. Así tampoco era lícito que un noble se sublevase contra su rey o que un siervo se alzase contra su señor. Y los conciliares tomaron como ejemplo la carta de San Pablo a Filemón.
La Iglesia Católica estaba diciendo y recordando a todos que los conflictos debían solucionarse en el marco del Imperio de Ley y en los tribunales, asambleas y concilios. Que la Ley está por encima de todos y todos deben regirse según las leyes, incluso el rey: rex eris si recte facias. Quiere esto decir que el rey lo era de derecho porque el rey juraba en el Concilium y sobre el tomus regius (constituciones del reino) cumplir y hacer cumplir las leyes del reino y, sólo entonces, el reino reunido en Concilium le reconocía y juraba como rey. Seguidamente el Primado de Toledo le rociaba el asperges y el rey quedaba ungido como tal.
Qué diferencia con esos reyes de otros lugares europeos que se coronaban a sí mismos y donde las diversas revoluciones y reformas políticas, sociales y religiosas a día de hoy no han podido acabar con esa costumbre, último vestigio de absolutismo. Incluso actualmente sigue habiendo Estados occidentales en los cuales la población no tiene carácter de ciudadanos sino que siguen siendo súbditos.
Es así que la Iglesia Católica abogaba por que la Ley Moral Natural y la Ley de Dios se aunasen y quedasen expresadas en la ley escrita y promulgada por el Estado: la ley o derecho positivo. Este debería ser el basamento constituyente de La Christianitas. Además, con esta actitud la Iglesia Católica daba estabilidad y seguridad jurídica a las relaciones sociales y estamentales en todos los ámbitos (políticos, económicos, sociales, culturales, en los pactos y contratos).
Estamos ante una actitud clara, profunda, tajante y pública de la Iglesia Católica en defensa de la reconstrucción política de La Cristiandad partiendo de la fe. Construir así un Occidente Romano-Cristiano y Católico en base a las antiguas provincias imperiales convertidas, ahora, en Estados protonacionales.
En este proyecto la Iglesia Católica se situaba por encima de los conflictos políticos, sociales e incluso religiosos (en su propio seno) para defender la unidad de la comunidad política y la preservación del Estado, de la Monarquía de España y de Occidente y dar empuje reunificador de La Cristiandad. Es lo que modernamente llamamos “sentido de Estado”.
La unidad en el siglo XIII
Qué decir de Ximénez de Rada: fue el arzobispo primado que reunió el Concilium -la asamblea general del Regnum Hispaniae- en Toledo (1211) para decir a todos los reges hispaniae que tenían la misión de Restauratio y Recuperatio de la Hispania Cristiana bajo el signo de la solidaridad y la unidad, y no de la división. El propio Papa se situó a la cabeza de este movimiento mediante llamamiento general de Cruzada. Bajo esta guía los ejércitos de los reges y nobles Hispaniae se enfrentaron a los muslimes en la batalla de las Navas de Tolosa. Gracias a esta unidad impulsada por la cabeza de la Iglesia Católica el poder islámico acabó hundiéndose en todo Occidente, quedando relegado al sureste de Europa. Éste es el significado profundo de las Cruzadas.
Cisneros: la transición pacífica al s.XVI
Situación crucial también pasó España y Europa al fallecimiento de Fernando el Católico, lo que desencadenó un proceso de descomposición que hubiese destruido la labor de los Reyes Católicos. Pues bien, ahí estuvo de nuevo la Iglesia Católica para evitarlo. Surge aquí la figura del Cardenal Cisneros, intentando realizar una transición pacífica: de los Trastámara a los Habsburgo, con Carlos V.
Y ¿cuál era la pretensión de Carlos? Pretendió Carlos reconstruir la unidad de la Europa cristiano-romana: La Cristiandad. No en vano Carlos elegiría la ciudad de imperial Aquisgrán para coronarse emperador, sucesor de Carlomagno, continuador del Imperio Romano-Cristiano; detentando los símbolos de la espada de Carlomagno, el anillo imperial, el cetro y el mundo. Y allí estaba la Iglesia Católica apoyando el camino hacia la reunión de La Cristiandad. Es en este marco en el que se encuadran los intentos del Papa Paulo III de realizar un concilio general de La Cristiandad –Mantua 1536- con la participación de los teólogos protestantes. El concilio fracasó por múltiples motivos pero la idea no feneció y fue germen del Concilio de Trento: Trento y sus frutos: Verdadera Modernidad
Buscando la paz entre Austrias y Borbones
Similar actitud tuvo la Iglesia Católica en otro momento trascendental de nuestra historia. En 1700 Carlos II -último Austria- fallecía sin sucesión dejando un reino de España en crisis militar, política, económica, social, cultural.
Ante una España amenazada por el saqueo de los reyes católicos -Luis XVI y Leopoldo de Austria- y ante la rapiña comercial de británicos, holandeses y demás estados protestantes; de nuevo la Iglesia Católica apareció como la Institución a la que toda la sociedad se agarró pidiendo protección, seguridad, paz, reconstrucción y salvación.
En esta situación surgió el primado de la Iglesia Católica, Cardenal Portocarrero, organizando la sucesión pacífica de Austrias a Borbones. Sucesión que, bajo la guía de la Iglesia Católica, fue aceptada incluso por los sectores catalanes más austracistas. Estos juraron a Felipe V en las Cortes de Cataluña de 1702, sin objeción alguna.
Tal fue el éxito de esta Transición que el muy austracista Feliu de la Peña comentaría, en sus Anales de Cataluña, que en las Constituciones de Cataluña “consiguió la provincia [Cataluña] cuanto había deseado, moderado sólo el desinsacular”, y expresó el contento y alegría que todos los catalanes mostraban hacia Felipe V: contento y alegrías de la nobleza, de los comerciantes, de los gremios y de las capas populares ante el nuevo rey Felipe V, al que ya por entonces comenzaban a llamar, el Animoso (1702).
Acabada esta transición, encaminado este proceso, pacificado y seguro el reino; la Iglesia Católica se retiró dejando la iniciativa a los civiles (1703). Es a partir de aquí cuando el proceso político comenzó a torcerse hasta enloquecer y extraviarse -por múltiples factores- degenerando en la guerra civil (1705). Este caso lo expongo ampliamente en mi libro De austrias a borbones (ed. Akrón, 2008).
La Iglesia al llegar la II República española
Y qué decir del colapso de la monarquía de Alfonso XIII. El 14 de abril de 1931 los españoles se despertaron en un Estado con una nueva forma política: la República. Una república que hacía temer a muchos ciudadanos que se desataría el odio y el radicalismo anticristiano –como había sucedido en Méjico-, haciendo imposible la convivencia. Y ¿qué hizo la Iglesia Católica?
El 18 de abril de 1931 los arzobispos de Barcelona y Tarragona, Manuel Irureta y Vidal y Barraquer fueron al palacio de la Generalidad y se entrevistaron con Francesc Macià. Le expresaron que el interés de la Iglesia Católica era ayudar a la concordia y a la paz entre los españoles.
Los dos arzobispos hicieron un llamamiento a todos los católicos para que ante los numerosos actos de violencia, profanaciones, saqueos, incendios y asesinatos que se estaban cometiendo se mantuviesen -pese a todo- serenos y confiasen en Jesucristo, en la Iglesia Católica y en el nuevo régimen republicano. La actitud de las demás diócesis de España, con sus obispos al frente, fue similar.
Podría citar muchos otros momentos de la historia similares a todos estos, pero sirvan estos casos reseñados para reafirmar que la Iglesia Católica nunca ha abandonado esta labor, surgiendo como fuente de estabilidad, de justicia, de unión y reunión de todos cada vez que las estructuras civiles han fracasado, se han hundido o extraviado por el camino del odio.
Pero no quiero acabar este artículo sin hacer mención a un aspecto más: nuestra última transición y nuestras libertades y democracia actuales.
La Iglesia en la Transición y la democracia
Las libertades, la democracia y el bienestar que hoy gozamos en España -pese a la crisis- se deben -a diferencia de otros muchos países- en gran medida a la labor de la Iglesia Católica: a su labor social y económica y educativa, y también política. Sí, también política. Y no debemos avergonzarnos en reconocerlo públicamente.
Por lo menos, desde la década de 1960 la Iglesia Católica llevó a cabo una labor política trascendental con el fin de que se pudiese realizar una transición hacia la democracia con estabilidad, concordia y paz; defendiendo -por encima de todo- la persona y su dignidad.
El Papa Pablo VI instó al Consistorio de Cardenales para que favorecieran el camino de reformas democráticas (jun.1969) en base a las enseñanzas del Concilio Vaticano II: compromiso de todo cristiano y de todo católico con el pasado, con el presente y con el futuro de la nación en pos de un ordenamiento social, económico, político y cultural que tenga como eje el respeto integro de la persona. La persona entendida como Ser eminentemente espiritual que tiene derecho a su total Integridad Moral, esto es, integridad de todo su Ser físico, intelectual y espiritual.
Y esto solo se puede dar en un sistema político de libertad individual, de democracia, de justicia social y de reconciliación nacida del perdón de todos, hacia todos y para todos, única forma de fundamentar la auténtica paz.
De ahí que en noviembre de 1975 el Cardenal Tarancón pronunciase su famosa homilía ante el rey y la asamblea plenaria de la Conferencia Episcopal Española, insistiendo en que la integridad moral de la persona es un derecho anterior a cualquier tipo de ordenación política, jurídica, económica, social o cultural.
En 1982 tuvo lugar el primer viaje apostólico de Juan Pablo II a España. En su discurso de 2 de noviembre el Papa reafirmó todos estos principios: que caminásemos por la senda constitucional que nos da una forma social, económica, política y cultural individual y colectiva concreta impidiendo -al menos jurídicamente- el desagüe de la Trascendencia del Ser Humano y su conversión en Hombre-Masa. Y todo ello en el marco de la reafirmación de nuestro ser cristiano.
En todos sus viajes a España Juan Pablo II insistió en el mismo mensaje: que perseverásemos en la senda constitucional y en la defensa de nuestro país como una tarea moral que a todos implica, envuelve y compromete. Y debo hacer notar que “detrás” de Juan Pablo II estaba el cardenal Ratzinger, hoy nuestro querido Benedicto XVI.
Nuevos retos
Ante la embestida laicista radical en la que hoy estamos inmersos se hace necesario, más que nunca, salir a la vida pública y repetir claramente que estos principios medulares siguen siendo la sustancia en la que debe basarse cualquier constricción política y económica, socia y cultural porque son principios morales superiores, a saber: que todos los seres humanos tenemos unos derechos inalienables iguales, derecho a la Vida (incluido el no-nacido), a la Verdad, a la Libertad, a la Democracia, a la Justicia, a la Integridad Moral (física, intelectual, espiritual) y a la búsqueda de la Felicidad dentro de las leyes de la moral natural y religiosa y de la Democracia.
El llamado problema de España (Picavea, Mallada, Unamuno, Azorín, Galdós, Baroja, Maeztu, Ortega) nos dicen los políticos actuales que consiste en una cuestión de definición política y económica por la cual incluso se llega a asesinar y masacrar. De nuevo “la política” endiosada y convertida en una pseudoreligión, en una falsa religión. No nos dejemos engañar.
La encrucijada ante la que estamos no consiste en un problema de definición de una o de unas entidades políticas y económicas, de su forma de organizarse política, jurídica, económica, social y culturalmente sino que se trata de La Cuestión Moral, porque afecta a todos los fundamentos del ser humano y de su convivencia y a la paz y al bienestar de toda la comunidad.
El Estado-César, convertido en dios y religión
En el siglo II Justino, en su búsqueda de la Verdad, dio el salto de la filosofía y teología greco-romana al Cristianismo y creó escuela en Roma. No es que encontrase la Verdad sino que dejó que la Verdad le encontrase.
Su “Diálogo con Trifón” fue ejemplo de camino de conversión e itinerario espiritual ofrecido al mundo greco-latino racionalista, encabezado por Estado-César convertido en dios y religión.
En su vía catequética para difundir el Mensaje Cristiano Justino señalaba: “importa a los cristianos no desentenderse, sino animarse, a pesar de la muerte que amenaza a quienes enseñan o tan siquiera confiesan el nombre de Cristo; por todas partes y por todos los medios hay que enseñar y recibir la Palabra”.
¡Qué modernas suenan estas palabras!, tan similares a la llamada de Juan Pablo II al compromiso de todos los cristianos: “hay que dar testimonio de la Verdad, aún al precio de ser perseguido […] mantened y defended un orden de verdades y valores” (Juan Pablo II, “Levantaos, vamos” p.164-165).
El 20 marzo 2007, en la audiencia general de los miércoles, Benedicto XVI dijo sobre Justino: “la figura y la obra de Justino marcan la decidida opción de la Iglesia […] por la filosofía, por la razón” y por la Fe, como soportes que llevan necesariamente al compromiso. “Justino, y con él otros apologistas, afirmaron la toma de posición clara de la fe cristiana contra los falsos dioses […] era la opción por la verdad del ser contra el mito […] desorientación diabólica en el camino de la verdad”.
Antonio Ramón Peña Izquierdo, Dr. en Historia