SIETE AÑOS CON EL PAPA BENEDICTO
Benedicto XVI culmina siete años como sucesor de Pedro. Al cumplir los 85 años confesaba: “Me encuentro ante el último tramo del recorrido de mi vida y no sé qué me espera. Sé, sin embargo, que la luz de Dios está allí, que Él ha resucitado y que su luz es más fuerte que cualquier oscuridad, sé que la bondad de Dios es más fuerte que todos los males de este mundo. Y esto me ayuda a proceder con seguridad. Esto nos ayuda a seguir hacia adelante, y en esta hora agradezco de corazón a todos los que continuamente me permiten percibir el ‘sí’ de Dios a través de su fe”. El Papa teólogo sigue dando muestras de resistencia física y de magisterio con altura intelectual. No muy lejos están las agotadoras Jornadas de la Juventud en Madrid y muy cercano el viaje a Centroamérica. El ánimo del Papa Ratzinger es visible, asimismo, en su labor intelectual: diversos libros sobre Cristo, homilías, encíclicas y discursos. Con el don de la palabra hablada y escrita que ha recibido de lo Alto sigue mostrando con claridad lo profundo y explicando la fe de la Iglesia en su integridad y sin herir o provocar polémicas. Con inteligencia y con mansedumbre.
¿De dónde saca el Papa esa mirada llena de mansedumbre y hábilmente inteligente para diseccionar los tiempos? ¿Cómo puede vivir tranquilo en medio de la tormenta de problemas de todo tipo que ha de afrontar cada día? El mismo ha explicado por qué. “Como veis, les decía a los obispos portugueses, el Papa necesita abrirse cada vez más al misterio de la Cruz, abrazándola como su única esperanza y última vía para ganar y reunir en el Crucificado a todos sus hermanos y hermanas en humanidad”. Aunque tenga que transitar por cañadas oscuras, bien sabe que Cristo, Pastor bueno, le acompaña. “Sé que Cristo ama a su Iglesia, que es su Cuerpo, y sabe que, si bien este Cuerpo está herido por nuestros pecados, el Señor sin embargo ama a su Iglesia, y su Evangelio es la verdadera fuerza que purifica y cura”.
El Papa Ratzinger marca con insistencia lo esencial. La Iglesia en Europa, repite una y otra vez, sufre ‘una crisis de fe’ y sin la renovación de la fe "todas las demás reformas serán ineficaces". Naturalmente, la fe tiene que ser nuevamente pensada y, sobre todo, vivida, hoy de modo nuevo, para que se convierta en algo que pertenece al presente. Ahora bien, a ello no ayuda su adulteración, sino vivirla íntegramente en nuestro hoy. Nuestra tarea es testimoniar juntos la presencia del Dios vivo y dar así al mundo la respuesta que necesita. Desde esta perspectiva es lógico que haya convocado el Año de la fe con el propósito de que nuestra fe sea purificada, fortalecida y comunicada. Por esto último lo ha encuadrado dentro de su invitación a comprometernos con pasión en los caminos de una ‘nueva evangelización’. Y nos ha señalado dos ‘libros de texto’: los documentos del Concilio Vaticano II y el Catecismo de la Iglesia Católica, de los que hay mucho que asimilar y poner en práctica.
Por otra parte, la seriedad de la fe en Dios se manifiesta de una forma muy concreta, en el compromiso por el hombre, que Él quiso a su imagen. Vivimos en un tiempo en que los criterios de cómo ser hombres se han hecho inciertos. La ética viene sustituida con el cálculo de las consecuencias. Frente a esto, como cristianos, debemos defender la dignidad inviolable del ser humano, desde la concepción hasta la muerte natural.
El actual Sucesor de Pedro, Benedicto XVI, sabio y humilde, sereno y luminoso, prudente y audaz, se suma, con pleno derecho a la constelación de extraordinarios pastores supremos de la Iglesia Católica, Pablo VI y los beatos Juan XXIII y Juan Pablo II. Con él estamos en buenas manos. Su gran altura intelectual, su hondura religiosa, su calidad humana y su corazón de Buen Pastor son una garantía sólida y una referencia segura en tiempos de relativismos y de zozobras en tantas instancias de la realidad humana, incluso eclesial.
Oramos por el Papa Benedicto y acogemos con docilidad su inestimable magisterio
+Manuel Sánchez Monge,
Obispo de Mondoñedo-Ferrol
Benedicto XVI culmina siete años como sucesor de Pedro. Al cumplir los 85 años confesaba: “Me encuentro ante el último tramo del recorrido de mi vida y no sé qué me espera. Sé, sin embargo, que la luz de Dios está allí, que Él ha resucitado y que su luz es más fuerte que cualquier oscuridad, sé que la bondad de Dios es más fuerte que todos los males de este mundo. Y esto me ayuda a proceder con seguridad. Esto nos ayuda a seguir hacia adelante, y en esta hora agradezco de corazón a todos los que continuamente me permiten percibir el ‘sí’ de Dios a través de su fe”.
El Papa teólogo sigue dando muestras de resistencia física y de magisterio con altura intelectual. No muy lejos están las agotadoras Jornadas de la Juventud en Madrid y muy cercano el viaje a Centroamérica. El ánimo del Papa Ratzinger es visible, asimismo, en su labor intelectual: diversos libros sobre Cristo, homilías, encíclicas y discursos. Con el don de la palabra hablada y escrita que ha recibido de lo Alto sigue mostrando con claridad lo profundo y explicando la fe de la Iglesia en su integridad y sin herir o provocar polémicas. Con inteligencia y con mansedumbre.
¿De dónde saca el Papa esa mirada llena de mansedumbre y hábilmente inteligente para diseccionar los tiempos? ¿Cómo puede vivir tranquilo en medio de la tormenta de problemas de todo tipo que ha de afrontar cada día? El mismo ha explicado por qué.
“Como veis, les decía a los obispos portugueses, el Papa necesita abrirse cada vez más al misterio de la Cruz, abrazándola como su única esperanza y última vía para ganar y reunir en el Crucificado a todos sus hermanos y hermanas en humanidad”. Aunque tenga que transitar por cañadas oscuras, bien sabe que Cristo, Pastor bueno, le acompaña. “Sé que Cristo ama a su Iglesia, que es su Cuerpo, y sabe que, si bien este Cuerpo está herido por nuestros pecados, el Señor sin embargo ama a su Iglesia, y su Evangelio es la verdadera fuerza que purifica y cura”.
El Papa Ratzinger marca con insistencia lo esencial. La Iglesia en Europa, repite una y otra vez, sufre ‘una crisis de fe’ y sin la renovación de la fe "todas las demás reformas serán ineficaces". Naturalmente, la fe tiene que ser nuevamente pensada y, sobre todo, vivida, hoy de modo nuevo, para que se convierta en algo que pertenece al presente. Ahora bien, a ello no ayuda su adulteración, sino vivirla íntegramente en nuestro hoy. Nuestra tarea es testimoniar juntos la presencia del Dios vivo y dar así al mundo la respuesta que necesita. Desde esta perspectiva es lógico que haya convocado el Año de la fe con el propósito de que nuestra fe sea purificada, fortalecida y comunicada. Por esto último lo ha encuadrado dentro de su invitación a comprometernos con pasión en los caminos de una ‘nueva evangelización’. Y nos ha señalado dos ‘libros de texto’: los documentos del Concilio Vaticano II y el Catecismo de la Iglesia Católica, de los que hay mucho que asimilar y poner en práctica.
Por otra parte, la seriedad de la fe en Dios se manifiesta de una forma muy concreta, en el compromiso por el hombre, que Él quiso a su imagen. Vivimos en un tiempo en que los criterios de cómo ser hombres se han hecho inciertos. La ética viene sustituida con el cálculo de las consecuencias. Frente a esto, como cristianos, debemos defender la dignidad inviolable del ser humano, desde la concepción hasta la muerte natural.
El actual Sucesor de Pedro, Benedicto XVI, sabio y humilde, sereno y luminoso, prudente y audaz, se suma, con pleno derecho a la constelación de extraordinarios pastores supremos de la Iglesia Católica, Pablo VI y los beatos Juan XXIII y Juan Pablo II. Con él estamos en buenas manos. Su gran altura intelectual, su hondura religiosa, su calidad humana y su corazón de Buen Pastor son una garantía sólida y una referencia segura en tiempos de relativismos y de zozobras en tantas instancias de la realidad humana, incluso eclesial.
Oramos por el Papa Benedicto y acogemos con docilidad su inestimable magisterio
+Manuel Sánchez Monge, Obispo de Mondoñedo-Ferrol