Tantas veces damos por descontado que nuestro mundo occidental está permeado de una cultura cristiana. Sin duda que así lo asevera nuestra historia secular, y queda manifiesto en tantas instituciones que hacen las cuentas con el acontecimiento cristiano. También nuestro mejor arte levantado en la arquitectura, cincelado en la escultura, plasmado en los lienzos de la pintura, o escrito y melodiado en nuestras letras y músicas, son un testimonio de cómo pertenecemos a un pueblo que tiene raíz inequívocamente cristiana.
Pero, con todo este monumento cultural e histórico ante los ojos, puede que luego no se siga la vivencia y tengamos un cristianismo desvaído, o mediocre, o disidente, junto a preciosos testimonios de verdaderos cristianos que de tantos modos dan cuenta de su fe.
En algunos lares, ser cristiano supone poner en riesgo tu vida. Ir a misa, por ejemplo, acaso sea peligroso y hasta temerario. Leía hace unos días en un rotativo nacional lo complicado que resulta ir a misa en Nigeria: “hoy, como todos los domingos, los cristianos del norte de Nigeria llenarán las iglesias. Y como todos los domingos desde hace dos meses, algunos morirán, víctimas de las bombas islamistas. Como todos los domingos, las homilías hablarán de la paz, el amor y el perdón. Y, como todos los domingos, se rezarán responsos por los muertos de la semana. Hoy tocan los diez asesinados el viernes en la aldea de Chikun, entre ellos, el párroco. Es heroico ir a misa en Nigeria. Pero van. Todos los domingos”.
Debo confesar que me conmovió sobremanera. Porque unos días después, y en plena semana santa, la masacre ha sido mayor. Y no por ello dejan de acudir con los demás hermanos a celebrar la Eucaristía, como auténtico memorial de la vida frente a todas las muertes juntas, en la que Cristo resucitado nos sigue acogiendo y acompañando de tantos modos. Tanto en un ambiente hostil como estos sucesos de Nigeria con la comunidad musulmana, como en un ambiente indiferente como sucede en parte en una Europa neopagana, se ha de anunciar a Jesucristo que nunca debe cejar.
Este anuncio cristiano pasa por un doble recorrido: hablar de Jesucristo a quienes nunca han oído nada de Él y volverle a anunciar a quienes oyeron poco, oyeron mal, o se olvidaron pronto. En un mundo donde la cultura de la muerte y del egoísmo, la cultura del hedonismo a tutiplén, la cultura laicista anticristiana pretenden divulgar y hasta imponernos todo su resentimiento, toda su violencia, toda su indiferencia, es preciso que volvamos a empezar como la vez primera: porque tenemos una Buena Noticia que contar cuando de Dios recibimos el anuncio de vida, de paz, de amor, de belleza y bondad.
Hay en tanta gente, lo sepa o no, una espera que tiene escrito en sus entrañas la nostalgia de un regreso o la sorpresa aguardada de un encuentro. Esa espera se llama deseo de Dios. Y el corazón no tendrá paz hasta que no descanse en su cumplimiento. Seamos instrumentos de Dios, seamos sus manos, sus labios, su mirada. Este es el anuncio agradecido y audaz de cada pascua cristiana, que como aquellos primeros cristianos no dejamos de anunciar con estupor y sorpresa la novedad acontecida en nosotros capaz de cambiarnos la vida: Cristo ha resucitado. Aunque creer suponga un riesgo, afirmemos creativamente con sencillez y valentía nuestra fe.
Recibid mi afecto y mi bendición.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm, Arzobispo de Oviedo