La Cuaresma es tiempo de preparación para la Pascua. Cuarenta días de oración, ayuno y misericordia para poner a punto nuestro espíritu y celebrar la novedad de la pasión, muerte y resurrección del Señor. La Cuaresma nos rejuvenece en el espíritu, coincidiendo con el rebrotar de la primavera, cuando todo vuelve a nacer.
Cuarenta años peregrinó el Pueblo de Dios por el desierto hasta llegar a la tierra prometida, cuarenta días oró Moisés en el monte antes de recibir la Ley de Dios (Dt 9,11). Cuarenta días dedicó Jesús a la oración y al ayuno en el desierto antes de comenzar su ministerio público. “El Espíritu Santo lo llevó al desierto cuarenta días para ser tentado por el diablo” (Lc 4,1).
Al final de esos cuarenta días, Jesús sintió hambre y fue tentado por el diablo. El primer domingo de cuaresma nos presenta a Jesús sometido a la tentación y venciendo a Satanás. “El ha sido probado en todo, igual que nosotros, excepto en el pecado” (Hb 4,15). Adán sucumbió a la tentación, Jesús el hombre nuevo ha vencido al demonio, saliendo victorioso de la tentación. De esta manera ha anticipado su victoria definitiva en la resurrección.
Las tentaciones de Jesús no se limitan a aquel momento del desierto, sino que afloran continuamente en los evangelios: Pedro le sugiere ir por otro camino a la gloria y Jesús le recrimina: “Apártate de mí, Satanás” (Mc 8,33). La muchedumbre quiere proclamarlo rey, porque les ha dado de comer, y Jesús se escabulle de aquel aplauso popular (cf. Jn 6,15). En el momento supremo de Getsemaní, antes de entregarse a la muerte, Jesús somete su voluntad humana a la voluntad divina del Padre: “No se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22,42). El demonio insistió una y otra vez, pero Jesús venció una y otra vez estas sugerencias hasta la victoria definitiva e irreversible de la resurrección.
La vida del hombre en la tierra está sometida continuamente a la tentación, a la prueba. Nos encontramos continuamente con dificultades, que nos ayudan a crecer. Pero a veces nos acecha el desaliento y la desconfianza. Cuántas veces nos encontramos en situaciones límite, en las que nuestras fuerzas humanas son insuficientes. Por eso, Jesús se nos acerca a todos en este domingo para decirnos que es posible la victoria, que él está a nuestro lado, que él ha venido para enseñarnos a luchar y a vencer ayudados por su gracia.
“Nuestra vida en la tierra no puede estar sin tentaciones, ya que nuestro progreso se realiza precisamente a través de la tentación, y nadie se conoce a sí mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni vencer si no ha combatido, ni combatir si carece de enemigo y tentaciones” (S. Agustín). La tentación, por tanto, nos hace bien, porque nos ayuda a crecer y nos aporta el mérito de la victoria. La tentación por sí misma no es pecado, pero hemos de evitar las ocasiones o ponernos temerariamente en el peligro. Ahora bien, cuando nos llega la prueba, hemos de afrontarla con valentía y decisión, sin juguetear con el demonio ni hacer concesiones a nuestro hombre viejo. Podemos vencer si contamos con la victoria de Jesucristo, de la que él nos quiere hacer partícipes.
Miremos a la Pascua, miremos a Cristo crucificado y resucitado gloriosamente, y entremos en el tiempo de Cuaresma con deseo de conversión. “Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,15). Si morimos con él, resucitaremos con él. No podremos participar del gozo de la nueva vida que él nos da en el bautismo, si no morimos a nosotros mismos par resucitar con él a una vida nueva.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba.